“¡Ufa, se están peleando otra vez! Yo no me meto, que se arreglen, se pasan todo el tiempo peleando”, pensó Cristina mientras pasaba junto a Gabriel y Gastón. La pelea tenía un motivo. Gabriel se burlaba permanentemente de su compañero porque no le gustaba jugar al fútbol. Lo agobiaba, y cuando Gastón no tenía más remedio que jugar porque el profe de educación física lo obligaba, Gabriel lo empujaba o no le hacía pases, aunque estuviera solo delante del portero. Muchos de los compañeros escuchaban y veían el maltrato, pero, como Gastón se defendía y le contestaba, creían que ya estaba, que ya no era su problema.
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La directora vio un cristal roto en el patio y creyó que habían sido los chicos de cuarto que habían estado jugando a la pelota durante el recreo, aunque estuviera prohibido. Los llamó, los retó y los dejó sin recreo durante un mes. Debían quedarse sentados en unos bancos y charlando. No podían jugar ni con el móvil. De nada sirvió que protestaran; la directora no cambió de opinión. Si no habían sido ellos, de todas formas, habían estado jugando donde y cuando no debían.
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El abuelo se acercó a Cristina porque le llamó la atención que estuviera tan quieta mirando algo. Pensó que era un juego nuevo porque, cada vez que tenía uno en el móvil, podía pasar mucho rato sentada aprendiendo a jugar. —¿Qué estás haciendo? -preguntó-. ¿Es un juego nuevo? —No, abuelo, estoy mirando el calendario del año para saber cuándo son las fiestas, así podemos ir a visitar a los primos a su casa. No entiendo bien por qué hay algunos que se pueden cambiar de día y otros no. ¿Sabes por qué será? —No tengo idea -contestó el abuelo-. Se me ocurre que algunas fiestas se consideran más importantes que otras. —¡Qué extraño! El de San Martín se puede cambiar de día, y mira el 12 de octubre también.
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A Lorenzo le encantaba ir a los cumpleaños de los compañeros. Antes de salir de su casa, ya estaba contento. Se preparaba con entusiasmo y estaba parado en la puerta para salir antes de tiempo. Muchas veces, tenía que dar una vuelta a la manzana antes de entrar para no llegar antes que el cumpleañero. Y, cuando regresaba a su casa, no paraba de hablar y de contar cómo le había ido.
Un día, tuvo un cumpleaños en un campo de fútbol. Esas fiestas eran sus favoritas. Sin embargo, cuando su padre lo fue a buscar, estaba como perdido, no hablaba, iba serio... Su padre pensó que, quizás, se había peleado o le dolía la tripa por comer mucha tarta o sángwiches. —No, no comí tarta, tampoco muchos sángwiches -dijo. —¿No te gustó la tarta? —No sé, no la probé, parecía rica. Todos comieron un montón. —¿Te dolía la tripa? Si me hubieras llamado habría ido a buscarte más rápido. —No, no me dolía la tripa y tenía hambre. Lo que pasó es que, cuando me dieron el trozo de tarta y estaba por comérmelo, vi a un chico que miraba a través de la reja del campo.
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