La fiesta de los 15 años de la abuela
Al día siguiente de decidir dónde haría la fiesta de los 15 años, Antonia fue a la casa de la abuela a almorzar. Tenía muchas ganas de contarle cómo estaban organizando la fiesta y de preguntarle cómo había celebrado ella sus 15. La abuela la esperaba con su comida preferida: patatas fritas con huevo frito y pan tostado, calentito con aceite de oliva y rodajitas de salamín. No era una comida muy sana, pero la abuela se había criado con esa comida y gozaba de muy buena salud. —No es para comer todos los días —decía la abuela—, pero, de vez en cuando y con muy buena compañía y buena charla, la comida siempre cae bien.
Antonia comenzó a hablar, disfrutaba de las charlas con la abuela y tenía gran capacidad de escuchar. Su rostro manifestaba que estaba atenta, la dejaba terminar sin interrumpir y, luego, hacía preguntas que ayudaban a seguir pensando. La abuela siempre apoyaba lo que Antonia le decía y, si no estaba de acuerdo, también se lo hacía saber. —Me va a encantar tu fiesta, está buenísimo hacerla en la casa. Yo también festejé mis 15 en mi casa. —Abuela, cuéntame cómo fue, qué hiciste, cómo lo organizaste... —Cuando cumplí 15 años, vivía en la Ciudad, en un apartamento. Era grande y tenía un espacio en donde, corriendo los sillones, podíamos bailar. En esa época, yo hacía teatro con un grupo de chicos y chicas y, justo el día de mi cumpleaños, se estrenaba la obra en la escuela. Le pedí al director que modificara la fecha, pero no fue posible. Tampoco podía festejar otro día porque varias de mis amigas ya habían reservado salón para esas fechas. Entonces se nos ocurrió que, después de la obra de teatro, podían venir a casa. Así hicimos, representamos la obra y, después de los saludos, fuimos todos para casa. —¿Ahí conociste al abuelo? —Bueno, ese día lo vi por primera vez. Era amigo de mi hermana. Lo recuerdo perfectamente: yo no lo había invitado, pero mi hermana lo dejó pasar. Estuvo toda la fiesta bailando solo entre las parejas. En esa época, los chicos “sacaban” a bailar a las chicas y bailábamos de a dos. Nadie bailaba sola ni solo. Salvo él, que paseaba entre todos riendo con su vaso de refresco en la mano. —¡Qué amor! —¡No!, lo odié. Era mayor que yo, y ni me miraba, quizás ni sabía que era mi cumpleaños. Pero la fiesta, muy sencilla, salvo lo de tu abuelo, estuvo genial. —¿Y cuándo te enamoraste del abuelo? —Cuando lo conocí de verdad, cuando, varios meses después, tuvimos oportunidad de hablar, de encontrarnos... ¡Y a partir de ahí, no nos separamos más!.
¿A quién “conocemos” de verdad? ¿Ante quién nos mostramos cómo somos?. María dijo SÍ a Dios porque confiaba plenamente en él. No entendió muy bien qué le pedía a través del ángel, ni las consecuencias de ser la madre de Jesús. Sin embargo, su amor a Dios fue tan grande que, luego de preguntar al ángel cómo podía ser lo que le pedía, pronunció el SÍ. Pidamos tener un corazón como María, tan cercano a Dios.