El lunes siguiente a la fiesta de 15 años, Antonia vio que muchos chicos y chicas usaban su detalle recuerdo, y llevaban la libreta en la mochila. Eso la llenó de alegría. Durante el recreo, se le acercó Flor, una de las chicas que había ido a la fiesta. Fue a la última que había puesto en la lista. Después de poner a los que consideraba más amigos y, como le quedaba un lugar, sorteó entre el resto de los compañeros. Esto era un secreto, nadie lo sabía, pero ella sí, y sintió un poco de vergüenza cuando Flor le agradeció una y otra vez por haberla tenido en cuenta para invitarla.
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Ya estaba organizado el lugar en dónde iba a ser la fiesta, la comida, la música... Faltaba el vestido. La tía y la prima fueron con varias revistas para elegir el modelo o comenzar a pensar en qué le gustaría. Había de todo. Vestidos sencillos, y otros que parecían de alta costura. Antonia miraba y miraba, escuchaba los comentarios y no decía nada. —¿Tienes alguna idea de lo que quieres? ¿Aunque sea el color? Antonia no contestó. Tenía un problema con el vestido. Le gustaban mucho los vestidos largos, los hombros al aire, mucha tela... Sin embargo, cuando ponía su rostro en lugar del de la modelo, no se veía para nada con ese vestido. O sea, le parecía muy bonito, pero como algo para ver en otra chica. No se imaginaba comiendo sopa ni asados, ni sentándose sobre el césped o los troncos de su jardín con ese vestido. Tampoco se imaginaba con zapatos de tacón de punta. Una vez se puso los de su madre y casi se mató cuando un tacón se le metió en el barro. Antonia disfrutaba de ese momento de ver vestidos, de escuchar a su madre, a su tía, a su prima y hasta a su hermano, que se había sumado a la crítica.
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La organización de la fiesta de los 15 años andaba muy bien. Tenían el lugar y la lista de invitados. En el fondo de la casa, ya estaban los materiales para hacer el merendero, y la mano de obra la pondrían familiares y amigos de sus padres. Faltaban varios meses, y todo iba a estar listo para principios de noviembre. Les iba a quedar tiempo para limpiar, adornar, preparar todo para la fiesta.
Un día, Antonia encontró a sus padres en la cocina haciendo cuentas con expresión de preocupación. —¿Qué os pasa? ¿Por qué estáis tan serios? —Estamos haciendo cuentas y viendo cómo vamos a pagar los gastos del cumpleaños. Entre la comida, la música, la ropa... Pero tú no te preocupes, lo vamos a solucionar de alguna forma —dijo el padre. —Como dice la abuela, no hay que preocuparse, hay que ocuparse —dijo Antonia y puso agua para el café.
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Al día siguiente de decidir dónde haría la fiesta de los 15 años, Antonia fue a la casa de la abuela a almorzar. Tenía muchas ganas de contarle cómo estaban organizando la fiesta y de preguntarle cómo había celebrado ella sus 15. La abuela la esperaba con su comida preferida: patatas fritas con huevo frito y pan tostado, calentito con aceite de oliva y rodajitas de salamín. No era una comida muy sana, pero la abuela se había criado con esa comida y gozaba de muy buena salud. —No es para comer todos los días —decía la abuela—, pero, de vez en cuando y con muy buena compañía y buena charla, la comida siempre cae bien.
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