El vestido
Ya estaba organizado el lugar en dónde iba a ser la fiesta, la comida, la música... Faltaba el vestido. La tía y la prima fueron con varias revistas para elegir el modelo o comenzar a pensar en qué le gustaría. Había de todo. Vestidos sencillos, y otros que parecían de alta costura. Antonia miraba y miraba, escuchaba los comentarios y no decía nada. —¿Tienes alguna idea de lo que quieres? ¿Aunque sea el color? Antonia no contestó. Tenía un problema con el vestido. Le gustaban mucho los vestidos largos, los hombros al aire, mucha tela... Sin embargo, cuando ponía su rostro en lugar del de la modelo, no se veía para nada con ese vestido. O sea, le parecía muy bonito, pero como algo para ver en otra chica. No se imaginaba comiendo sopa ni asados, ni sentándose sobre el césped o los troncos de su jardín con ese vestido. Tampoco se imaginaba con zapatos de tacón de punta. Una vez se puso los de su madre y casi se mató cuando un tacón se le metió en el barro. Antonia disfrutaba de ese momento de ver vestidos, de escuchar a su madre, a su tía, a su prima y hasta a su hermano, que se había sumado a la crítica.
En un momento, ella se levantó y el resto quedó hablando. Antonia disfrutaba de escucharlos tan entusiasmados. Preparó más café y se sentó. —No quiero un vestido de 15. No me gustan. —Tampoco puedes ponerte unos pantalones, siempre andas con pantalones. Para ese día, tienes que usar un vestido, aunque sea para entrar. —Mamá, ¿para entrar a dónde? Si voy a estar en casa. —Bueno, pero cuando estén todos los invitados, tu sales de la casa y vas por el camino de flores hasta el merendero. En ese momento ponemos música, entras y todos te aplauden. A Antonia casi le agarra un ataque de pánico, porque lo que menos quería era ser el centro. —¡Pero vas a ser el centro! Eres la cumpleañera y de 15 años, todos te van a estar mirando. —Ah, no lo había pensado... no sé si quiero la fiesta. —A ver Antonia, otra vez no hagas lo mismo. Surge una dificultad y ya te quieres escapar. Vamos a ver. Dejemos las revistas de lado. ¿Tu cómo te imaginas la fiesta y el vestido? —Yo quiero algo sencillo, algo con lo que pueda bailar cómoda, como a mí me gusta, saltar, dar vueltas, estar en medio de todos, pero no ser el centro. Odio que me estén mirando. Bueno, un poco sí, pero no tanto. Además, no voy a estar encerrada en la casa mientras todos llegan. ¡Me pierdo parte de la fiesta! Yo quiero estar desde el principio y recibir a los invitados. Lo que decía Antonia parecía confuso o extraño, pero su madre la entendía perfectamente. —¿Y si usas esos pantalones anchos que se usan ahora? El otro día vi unos así, blancos, con una hilera de flores negras en el costado. Estaban en una vidriera, aquí cerca. El maniquí tenía una chaqueta negra de mangas largas, los hombros al aire. El conjunto estaba bonito. —Pero dónde viste una cumpleañera de negro —dijo la tía. Entre todos convencieron a la tía que lo importante era que le gustara a Antonia y que ella estuviera cómoda. Al día siguiente, fueron a ver la ropa. Antonia quedó conforme, le quedaba bonito y muy cómodo y el precio estaba dentro de lo que podían pagar.
¿Qué importancia le damos a lo exterior? ¿Procuramos que lo exterior sea manifestación de lo que somos?. Llegamos al último domingo de Adviento. El profeta Miqueas nos anuncia que el Salvador nacerá entre los más pobres, a quienes conoce muy bien porque vive entre ellos. Dios elige nacer entre los más necesitados, en un pesebre, sin grandes luces ni grandes anuncios. Una estrella va a brillar en lo alto para que el que esté atento la vea, la siga y se encuentre con Dios niño, envuelto en pañales.