En esta segunda semana de Adviento tenemos que estar abiertos a la esperanza, al cambio, a vivir anunciando la Buena Nueva, aunque en algunos momentos nos sintamos desfallecer. Preparémonos en estos días, como si fuese la primera y última, para recibir el gran regalo que nos trae la Navidad. Vivamos intensamente la celebración de la Eucaristía porque es el encuentro fraternal entre el Padre y sus hijos.
Caminemos unidos. Salgamos juntos al encuentro de Dios que se hace niño para compartirse, darse, entregarse y regalarnos la salvación; salvación que viene para todos, sin discriminación de razas o culturas, de edades, sin distinción de adhesiones políticas o religiosas. Dios está por encima de todos los condicionamientos, Dios no tiene fronteras.
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Hoy nos alegramos con toda la Iglesia por ser una fiesta muy especial de nuestra Madre, la Stma. Virgen María. Entre tantas fiestas en honor de la Madre de Dios, hay dos más especiales para toda la Iglesia: el comienzo de la vida de María, como Inmaculada o llena de gracia, y el final, que fue su Asunción en cuerpo y alma al cielo.
Nos alegramos cuando tenemos algo bueno; pero nada mejor podemos tener que la vida de gracia en nuestra alma, que es lo que nos dará la plena felicidad para siempre. Por eso hoy celebramos el hecho de que la Virgen María estuvo llena de gracia, limpia de todo pecado desde el primer instante de su concepción. La concepción es el momento en que Dios crea el alma uniéndola a la materia, que proviene de los padres: es el momento en que comienza la vida humana.
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La familia vivía en un barrio sencillo. Habían construido su casa poco a poco, con la ayuda de amigos y familiares que, los domingos o después de trabajar, iban a levantar alguna pared poner baldosas o pintar. Hasta los más pequeños, como un juego, cuando tenían ganas, colaboraban pintando una puerta. El jardín lo había montado la abuela, y contaba con las flores más bonitas del barrio. Todavía faltaban algunos detalles, como el interior de las habitaciones o la pintura del exterior, pero sólo eran “detalles”, como decía la madre. Siempre había algo más importante que hacer: comprar los libros para la escuela, los gastos fijos... Y, ese año, cumplía 15 años Antonia, la mayor de las hijas. ¡Había que hacer fiesta! Antonia estaba entusiasmada. Varias de sus compañeras ya habían cumplido los 15 y las fiestas habían sido increíbles. No lograba imaginarse a ella misma con un vestido largo, entrando en el salón del brazo de su padre y todos aplaudiendo. Pero sí quería celebrar su cumpleaños de una forma diferente. Cumplía años en noviembre, así que tenían todo el año para prepararlo. Lo primero era poner una fecha y buscar un salón. Un sábado, por la mañana, salió con su madre a recorrer por el barrio, todos los lugares donde ya había ido a alguna fiesta. En todos lados, las recibían muy bien y le ofrecían muchas cosas, desde la comida, el arreglo del salón, la música... Ofrecían una organización total, no debían preocuparse por nada. Tampoco podían decidir mucho, ya estaba todo pensado. Durante el almuerzo, las dos comentaron lo que habían averiguado con mucho entusiasmo. Una vez que terminaron, levantaron la mesa y los adultos fueron a lavar los platos.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Comenzamos hoy el camino del Adviento que culminará en la Navidad. El Adviento es un tiempo de gracia y de esperanza, de vigilancia y espera. Un año más evocamos y actualizamos que el Señor viene, se hace uno de nosotros. Y debemos prepararnos. Jesucristo se manifiesta y desvela la grandeza de un misterio que ha cambiado la historia y que sigue iluminado hoy el camino de toda la humanidad.
El Adviento, en palabras del Papa Francisco, «es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo..., viviendo atentos, vigilantes y esperanzados. La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás... La persona vigilante es la que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la desilusión; ...estar atentos, alerta y esperanzados son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas».
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