Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Este domingo se celebra la II Jornada Mundial de los pobres. Se trata de una iniciativa del Papa Francisco, expresada al final del Jubileo de la Misericordia, que tiene como finalidad salir al encuentro de los pobres y favorecer una creciente atención a las necesidades de los últimos, de los marginados, de los hambrientos. Y eso ¿por qué? Por tres razones fundamentales: en primer lugar, porque en su proximidad descubriremos mejor el Evangelio y la experiencia genuina de la fe; en segundo lugar, porque nos daremos cuenta de la fuerza salvadora de sus vidas ya que los pobres siempre nos evangelizan; y por último, porque el camino de la Iglesia pasa por los pobres y es urgente colocarlos en el centro del mismo.
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Estamos casi a fin del año litúrgico, pues terminará el próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey. Por eso se nos habla con palabras de Jesucristo referentes al fin del mundo. No sólo san Marcos, sino otros evangelistas, cuando transcriben palabras o mensajes de Jesús para asuntos grandiosos, se acomodan a un estilo literario que en el Oriente estaba de moda, que era el apocalíptico, por medio de comparaciones y figuras grandiosas. Jesús no quiere atemorizarnos, sino desea mostrarnos de manera solemne una realidad, que para sus seguidores debe encerrar una gran esperanza.
Eran los días antes de su muerte. Después de hablar en el templo, Jesús con sus discípulos se retiraba a Betania. La conversación se hizo interesante al ver el templo relucir con los rayos del atardecer. De la predicción sobre el final del templo y su sistema religioso, pasó Jesús a tratar sobre el final del mundo, que al mismo tiempo será el tiempo de su segunda venida “con gran poder y majestad”. Sobre esta segunda venida se hablaba mucho en la primitiva cristiandad, de modo que muchos, por el deseo grande de estar con Jesús, creían que iba a realizarse muy pronto. En diversas épocas han estado muy presentes estas predicciones de Jesús, como cuando llegaba el año mil, y algo también en el año dos mil. Hay sectas que hablan continuamente de ello, hasta mostrando fechas concretas, que luego no se realizan.
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Primer domingo de Adviento significa que comenzamos un nuevo año litúrgico, un año en que iremos recordando los principales sucesos y enseñanzas de Jesucristo. Al comenzar este nuevo año litúrgico nuestra actitud debe ser de entusiasmo por poder vivir el encuentro con Jesús cada día, para poder encontrarnos más llenos de su gracia y de obras buenas el día del encuentro definitivo, que será nuestra alegría.
Adviento significa venida. Recordamos muy vivamente la primera venida de Jesús en Navidad, esperamos su definitiva venida para juzgarnos y vivimos las continuas venidas que Jesús tiene en nuestra vida a través de los diferentes sucesos en los cuales está Dios presente, aunque no le sintamos. En este primer domingo de adviento todos los años se acentúa un poco en las lecturas la última venida de Jesús, para la cual nos tenemos que preparar. Hoy Jesús nos habla de tres actitudes que debemos tener, como mejor preparación para su venida: vigilancia, lucha contra los vicios y oración. El tiempo de adviento nos habla mucho sobre la esperanza, que es señal de vida. Aquel que no tiene esperanza es como un cadáver ambulante.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Celebramos hoy el Día de la Iglesia Diocesana. Un día en que recordamos cada año que la pertenencia a la Iglesia universal se realiza y se concreta para nosotros en una diócesis, nuestra diócesis de Burgos. Un día que, al mismo tiempo, es una llamada especial a sentirnos unidos en la familia de todos los bautizados que seguimos a Jesucristo, caminando hacia el Padre, bajo la guía del Espíritu Santo.
«Somos una gran familia contigo» es el lema que este año, al igual que los dos anteriores, nos quiere ayudar a sentirnos parte activa de nuestra Iglesia en Burgos. El objetivo de esta Jornada es hacernos más conscientes de que vivimos y celebramos la fe en comunidad, unidos todos y en comunión con el Papa Francisco, en nuestra familia eclesial diocesana. Porque cada diócesis, como afirma el Concilio Vaticano II, en el conjunto de la Iglesia universal «constituye una Iglesia particular en la que verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica» (Christus Dominus, 11).
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