Salgamos al encuentro de los pobres
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Este domingo se celebra la II Jornada Mundial de los pobres. Se trata de una iniciativa del Papa Francisco, expresada al final del Jubileo de la Misericordia, que tiene como finalidad salir al encuentro de los pobres y favorecer una creciente atención a las necesidades de los últimos, de los marginados, de los hambrientos. Y eso ¿por qué? Por tres razones fundamentales: en primer lugar, porque en su proximidad descubriremos mejor el Evangelio y la experiencia genuina de la fe; en segundo lugar, porque nos daremos cuenta de la fuerza salvadora de sus vidas ya que los pobres siempre nos evangelizan; y por último, porque el camino de la Iglesia pasa por los pobres y es urgente colocarlos en el centro del mismo.
Me alegra enormemente que, en nuestra Diócesis, serán muchas las iniciativas a nivel parroquial y arciprestal que visibilizarán lo que, gracias a Dios, es el sentir habitual de nuestra Iglesia en Burgos. Esta pasada semana he participado en alguna de ellas compartiendo mesa, diálogo, vida y oración con algunas de las personas que son acompañadas por diversas instituciones. Ciertamente en ellas, se manifiesta la presencia de Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8,9). «Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales. Y acercarnos a quien es más pobre que nosotros, tocará nuestra vida. Nos hará bien, nos recordará lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo» (Papa Francisco, Homilía Jornada 2017).
El Papa Francisco nos ha regalado para esta Jornada un hermoso mensaje que no puedo por menos de aconsejaros su lectura y reflexión. Ha escogido como título las palabras del Salmo 34: «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó». Todo el mensaje se articula sobre tres verbos que resumen la misma acción de Dios y revelan su misericordia entrañable a favor de cada persona. Verbos que también nos pueden ayudar en nuestro camino si queremos hacer una sociedad más humana y una Iglesia más evangélica.
El primer verbo es gritar: la historia de la salvación es la historia de acogida del grito del pueblo por parte de Dios. Dios siempre escucha los gritos de aflicción de cada persona porque no le resulta indiferente el sufrimiento humano. Los pobres siguen gritando a los bordes del camino de nuestra sociedad consumista e individualista. Bien podemos decir que hoy estamos rodeados de muchas formas de pobreza, aunque sea necesario desvelarlas. Se trata de un grito que clama justicia y que expresa el dolor concreto de hermanos nuestros. Sin embargo, nuestra sociedad se presenta hoy, en no pocas ocasiones, sorda ante estos gritos. O incluso lejana o con actitudes de rechazo frente «a los que se les considera no solo como personas indigentes, sino también como gente portadora de inseguridad, de inestabilidad, de desorden para las rutinas cotidianas y, por lo tanto, merecedores de repulsa y apartamiento». Hoy es un buen día para preguntarnos si escuchamos y acogemos estos gritos desde la serena certeza de que alejarse de los pobres no es sino alejarse del propio Cristo que se identifica con ellos.
El segundo verbo es responder: Dios no solo escucha al pobre, sino que le responde. Su respuesta es siempre «una intervención de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a reemprender la vida con dignidad». Responder al grito de los pobres pasa fundamentalmente por el compromiso. Todos sabemos la dificultad del momento actual donde se ha diluido el compromiso comunitario. Somos más dados a una solidaridad cómoda, indolora y muy reducida a gestos pasajeros. Sin embargo, Jesús nos enseña el valor del compromiso por su pueblo y el horizonte hasta dónde le lleva.
El tercer verbo es liberar: la salvación de Dios hacia el pobre le hace experimentar siempre su cercanía liberadora, pues «las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios». Pero para conjugar este verbo tenemos que ser conscientes de que la pobreza no es una fatalidad o una mala casualidad sino que tiene sus causas concretas en el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia que anidan en el corazón humano y en el de nuestro mundo. En este contexto resuena bien este propósito para esta Jornada: «cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (EG 187).
Que la Jornada Mundial de los pobres nos ayude personalmente y como Iglesia a conjugar y hacer vida estos verbos: gritar/escuchar, responder y liberar, como signo concreto de nuestro seguimiento de Jesús.