Hoy celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó en el fracaso sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una "entrega", un "darse", fue "por algo" o, mejor dicho, "por alguien" y nada menos que por "nosotros y por nuestra salvación" (Credo).
"Nadie me quita la vida, había dicho Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla." (Jn 10,16), y hoy nos dice que fue para "remisión de los pecados" (Mt 26,28).
El mundo vive sumido en las tinieblas del egoísmo de una cultura de la muerte. El Jueves Santo es un día en el que Dios nos invita por medio del servicio a ser esas lámparas que lleven la luz de Cristo al mundo. También este día debemos reconocer el amor de todos esos hombres que deciden dejarlo todo por seguir a Cristo en la entrega total al servicio de los demás: religiosas, religiosos, misioneros, hombres y mujeres consagrados a Dios.
“El cristiano, es pecador –todos lo somos, yo lo soy– pero tenemos la seguridad de que cuando pedimos perdón el Señor nos perdona”.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Al finalizar el camino cuaresmal, la celebración del domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa, la semana grande de los cristianos. La liturgia de la Iglesia, a través de las celebraciones que se suceden estos días, pone ante nosotros los misterios centrales de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Él, que «muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida», como cantaremos en el Prefacio de Pascua. La Semana Santa sigue ofreciéndonos la oportunidad de descubrir más profundamente lo que significa el amor de Dios por nosotros y la fuerza con que se derrama sobre toda la humanidad.
Un año más somos invitados a acompañar a Cristo en su paso de la muerte a la Vida. No se trata de hacerlo como un simple recuerdo del pasado, o como una manifestación religiosa meramente festiva o cultural, sino de vivir con fe lo que en la liturgia de estos días santos se nos relata y actualiza. En verdad: actualizaremos los misterios centrales de la vida de Cristo en orden a nuestra salvación y, por el Espíritu, seremos introducidos en la nueva Vida que Él nos regaló y sigue ofreciéndonos. Ello ya aconteció en nuestro bautismo; pero la consideración de estos días ha de ayudarnos a agradecer y a renovar el don de la fe y de la vida cristiana que recibimos, pues «el paso de esta vida mortal a la otra inmortal, es decir, de la muerte a la vida, se ha obrado en la pasión y resurrección del Señor» (S. Agustín. Enarrat., 120,6).
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Comenzamos la Semana Santa. La Iglesia nos presenta en esta semana los hechos más importantes de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Dios nos podría haber salvado con medios más sencillos, pero quiere unirse a nuestro dolor y testifica con su sufrimiento que su amor es sincero, es grandioso y que merece toda nuestra correspondencia. Para ello Dios se hizo hombre, aceptó un cuerpo como el nuestro y se entregó a la muerte y una muerte de cruz.
Pero el dolor no es el final de Jesús, como tampoco Dios quiere que sea nuestro final, sino la gloria y la felicidad. Por eso esa demostración sublime de amor terminó en la gloria de la resurrección. Hoy comenzamos la consideración de la Pasión de Jesús, que va unida al triunfo de su entrada en Jerusalén. La liturgia de este día tiene dos partes: En la primera asistimos al recuerdo, hecho vida en nosotros, de la entrada triunfal de Jesús. Después se celebra la misa donde se lee en el evangelio la Pasión de Jesús. Este año, que es el ciclo B, las dos lecturas son del evangelio de san Marcos.
San Marcos es el evangelio más sencillo. Según todos los entendidos fue el primero que se escribió. San Marcos era algo así como el secretario de san Pedro, de quien recoge estas grandiosas vivencias de un modo tierno y sencillo. En la entrada triunfal en Jerusalén se fija de una manera especial en la sencillez y mansedumbre. Parece ser que fue el mismo Jesús quien suscitó esa entrada cabalgando como en señal de triunfo o más bien de protagonismo profético. Porque ya lo había dicho el profeta que el Mesías iba a entrar en Jerusalén aclamado, pero de una manera humilde. La diferencia con un líder triunfador es que éste hubiera entrado cabalgando un caballo muy bien adornado, mientras que Jesús va a entrar cabalgando un burro o borriquito.
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