Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Comenzábamos este mes de noviembre celebrando la Solemnidad de Todos los Santos: un día para recordar, como nos dice el libro del Apocalipsis, “la muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos” (Ap 7,4). En efecto, el número de hermanos nuestros que, desde el anonimato para los hombres pero no para Dios, han alcanzado la meta de la santidad es incontable. Y es que, a lo largo de la historia, la llamada constante a la santidad ha sido respondida generosamente, con la gracia de Dios, por infinidad de hombres y de mujeres. Por eso, en estos días la Iglesia muestra con gozo toda su fecundidad y se alegra por tantos hijos suyos que realizaron plenamente su vida en esta tierra según el plan de Dios; y nuestro corazón se llena de alegría y de alabanza uniéndose al cántico de los ángeles y de los santos que proclaman eternamente la santidad y la gloria del Señor.
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Nada menos que seiscientos trece eran los mandamientos que encontraban los escribas del tiempo de Jesús en la Ley de Moisés. Imposible saber cuál era el más importante. Un día quiso averiguarlo un doctor de la Ley, deslumbrado, probablemente, por la enseñanza de Jesús. Vino, pues, y le preguntó con absoluta claridad: “Maestro, ¿cuál es el principal mandamientos?” Jesús tampoco se fue por las ramas y los distingos sino que le contestó con idéntica claridad: “El primero es: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, son toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Pero añadió, sin que se lo hubiese preguntado: “El segundo es este: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y para que no quedara la más mínima duda, sentenció: “No hay mandamiento mayor que éstos”.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Hoy se clausura en Roma el Sínodo de los Obispos dedicado a «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». Es un tema sumamente actual y decisivo para la sociedad, para la Iglesia y para los mismos jóvenes. El Documento de trabajo para este Sínodo iniciaba su introducción con estas palabras: «Ocuparse de los jóvenes no es una tarea facultativa para la Iglesia, más bien es una parte sustancial de su vocación y de su misión en la historia...; como el Señor Jesús caminó con los discípulos de Emaús (Cfr. Lc 24,13-35), también la Iglesia está invitada a acompañar a todos los jóvenes, sin excluir a ninguno, hacia la alegría del amor». (Nº 1).
En la Eucaristía de este domingo nos sentiremos especialmente unidos con toda la Iglesia, representada en los obispos y en los jóvenes que durante tres semanas han reflexionado sobre una cuestión de tanta transcendencia. Esta actitud de comunión abrirá nuestro corazón para acoger la invitación y el estímulo que procede del Sínodo. Porque nosotros, como diócesis en cada una de sus realidades, formamos parte de este proceso sinodal, que ahora deberá continuar y prolongarse en las diversas comunidades eclesiales.
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Este pasaje del Evangelio tiene mucho que ver con nuestras vidas porque es un evangelio netamente vocacional en el sentido propio del término. Bartimeo somos todos los que queremos seguir a Jesús. Bartimeo representa la vida de toda persona que está a punto de encontrarse o reencontrarse con Jesús. Representa esa parte del tiempo y de nuestra vida donde no conocíamos a Jesús o donde teníamos una imagen distorsionada de Dios, donde estábamos como ciegos sin poder ver, sin entender, sin poder ser felices. Hasta que nos encontramos con Jesús.
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