Es ciertamente impresionante el lenguaje con el que Jesús, en el pasaje de hoy, describe el final de la historia. En este episodio del Evangelio se narran acontecimientos que se refieren al fin del mundo. Se describen señales precursoras verdaderas, para distinguirlas de las falsas, que tendrán lugar por efecto de la misma conturbación de los últimos días; y luego la misma venida del Señor.
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Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
El pasado domingo 25 de octubre concluyó el Sínodo de los Obispos con una misa concelebrada por el Papa en la basílica de san Pedro. El día anterior, se votó un documento de 94 extensos números dedicados, sobre todo, a subrayar el valor de la familia, sin centrarse –de modo exclusivo o preferenteen los problemas que tiene. Ciertamente, los aborda pero para prevenirlos y remediarlos.
Es verdad que el tono general de la prensa ha sido primar, cuando no exclusivizar, el tema de “la comunión de los divorciados casados nuevamente”. Pero lo cierto es que el Sínodo ha contemplado decenas de temas. Habla, por ejemplo, de los padres, los hijos, los abuelos, los jóvenes, los emigrantes y refugiados, las familias numerosas, la educación afectiva y sexual, de los divorciados, de los homosexuales, de la espiritualidad familiar, los problemas de los matrimonios recientes y un largo etcétera. El tono es positivo y nada polémico y recurre abundantemente a la Biblia para descubrir la pedagogía divina con que se revela el sentido del matrimonio y de la familia.
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Estamos en el Templo de Jerusalén. En concreto, cerca de donde la gente echa sus limosnas para el culto. Jesús está tan cerca, que puede ver lo que va echando cada uno de los que entran. Como suele ocurrir -aunque es una regla que tiene muchas excepciones-, los ricos echan mucho y los pobres poco. Jesús no hace ningún comentario de lo que está viendo. De pronto pasa una viuda y él observa que deposita una cantidad ridícula: el equivalente a menos de la cuarta parte de un euro nuestro.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo Electo de Burgos)
Queridos hermanos todos de la archidiócesis de Burgos:
El Santo Padre me envía a Burgos, como sabéis, encomendándome el cuidado pastoral de esa ya querida diócesis.
Doy gracias a Dios y en Él me apoyo firmemente para la misión que me confía, me pongo y os pongo en sus manos amorosas de Padre y, en espera de que llegue el momento de encontrarnos, quiero enviaros mi saludo entrañable, fraterno, cordial y muy cercano. Este saludo que envío para todos, me gustaría que lo recibierais como dirigido personalmente a cada uno de vosotros: a Mons. Francisco Gil Hellín, querido hermano, que ha sido vuestro Arzobispo casi 14 años y es ahora vuestro Administrador Apostólico, a los sacerdotes mayores y jóvenes que conformáis el Presbiterio, a las Comunidades de religiosas y religiosos de vida contemplativa y apostólica, a los que formáis parte de los demás Institutos de Vida Consagrada, a los laicos y a sus comunidades parroquiales, a las familias y a los jóvenes, esperanza de futuro para la Iglesia y la sociedad. Saludo también a las autoridades civiles, militares y académicas, tanto locales como provinciales y autonómicas, a quienes ofrezco mi leal colaboración desde el Evangelio para el bien común. Y, con cercanía especial, saludo a los ancianos, a los enfermos y a cuantos sufren por cualquier causa y situación: pobreza, paro, soledad, marginación, desamor, carencia de Dios... A todos os hago llegar este saludo y la bendición en nombre del Señor.
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