La familia es la solución, no el problema
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
El pasado domingo 25 de octubre concluyó el Sínodo de los Obispos con una misa concelebrada por el Papa en la basílica de san Pedro. El día anterior, se votó un documento de 94 extensos números dedicados, sobre todo, a subrayar el valor de la familia, sin centrarse –de modo exclusivo o preferenteen los problemas que tiene. Ciertamente, los aborda pero para prevenirlos y remediarlos.
Es verdad que el tono general de la prensa ha sido primar, cuando no exclusivizar, el tema de “la comunión de los divorciados casados nuevamente”. Pero lo cierto es que el Sínodo ha contemplado decenas de temas. Habla, por ejemplo, de los padres, los hijos, los abuelos, los jóvenes, los emigrantes y refugiados, las familias numerosas, la educación afectiva y sexual, de los divorciados, de los homosexuales, de la espiritualidad familiar, los problemas de los matrimonios recientes y un largo etcétera. El tono es positivo y nada polémico y recurre abundantemente a la Biblia para descubrir la pedagogía divina con que se revela el sentido del matrimonio y de la familia.
Hay un tema que a mí me parece de excepcional importancia: la preparación al matrimonio y la atención a los matrimonios recién casados. Es verdad que repite fundamentalmente lo que ya dijo san Juan Pablo II en la Familiaris consortio, pero es muy importante que lo vuelva a repetir y lo haga con tanto énfasis, haciendo comprender que sin una preparación adecuada es muy difícil, por no decir imposible, que el matrimonio llegue a buen puerto, como está demostrando la actual “plaga del divorcio”.
La propuesta del Sínodo es que la preparación al matrimonio no es cosa de unas charlas que se imparten en unos cursillos en los meses anteriores a la boda. Esto sólo no basta. La preparación ha de ser un largo itinerario que comprende tres grandes etapas: la preparación remota, la preparación próxima y la preparación inmediata. A ellas debe seguir una atención particularizada durante el postmatrimonio, sobre todo, durante los primeros años.
La preparación remota coincide, en buena medida, con la formación humana y cristiana de los hijos desde la niñez, para que alcancen la madurez afectiva. Esta formación corresponde a los padres, en primer lugar, y luego a la Iglesia y a la Escuela. “Esta formación procurará hacer apreciar la virtud de la castidad, entendida como integración de los afectos, que favorece el don de sí” (n. 31). Un importante obstáculo, que el Sínodo denuncia, es que, con frecuencia, la sexualidad se presenta “desvinculada de un proyecto de amor auténtico” (n. 58).
En cuanto a la preparación próxima e inmediata, el Sínodo pide que “se mejore la catequesis prematrimonial –a veces pobre de contenidos-, que es parte de la pastoral ordinaria” (n. 57). Un punto concreto es que “en los cursos de preparación al matrimonio colaboren también parejas casadas que puedan acompañar a los novios antes de la boda y también en los primeros años de vida matrimonial” (n. 58). Después de la boda no se debe interrumpir el acompañamiento pastoral a cargo de “parejas experimentadas” y posiblemente “con el concurso de asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades” (n. 60). Parte importante de esta ayuda es “alentar a los esposos a una disposición fundamental de acoger el gran don de los hijos” (n.60).
Sería un error pensar que la Iglesia pone las cosas “cada vez más difíciles”, y que “cada vez exige más”. Lo que de verdad pretende la Iglesia es descubrir a los que desean contraer matrimonio que “esto es muy serio” y que en ello “se juega la felicidad de toda la vida”. Si para obtener un título o incluso un módulo se requiere un largo aprendizaje, ¿qué no pedirá el proyecto de compartir durante toda la vida con una única persona todo lo que da de sí una existencia?