Una Iglesia y miles de historias
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
Cuando la radio y la televisión hablan de ‘la Iglesia’ es muy frecuente que la identifiquen con el Vaticano, los obispos y los curas. No sólo los medios de comunicación hablan así, sino que es el tenor más común en las conversaciones de mucha gente, incluso practicante.
Esta imagen es parcial y distorsionada, porque no responde a la realidad y es la foto-fija de un tipo de Iglesia que pudo existir en otro tiempo pero que, para nuestra fortuna, ha sido superada por el Vaticano II. En efecto, basta acercarse al que es su principal documento y la espina dorsal de todos los demás: la constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), para advertir que Iglesia es sinónimo de Pueblo de Dios, Cuerpo Místico o sacramento universal de salvación; y que el Bautismo es la gran puerta de entrada y de pertenencia a ella.
Todos los bautizados somos, por tanto, Iglesia. Más aún, somos Iglesia en el mismo grado y medida. Yo, por ejemplo, no soy más Iglesia por ser obispo que el sacristán de una parroquia. Ni el Papa es más Iglesia que un sacerdote de la selva africana o de un fiel del pueblo más remoto y perdido de los Andes. Ciertamente, el Papa y el obispo tienen una función específica y especial dentro de la Iglesia, pero no están por encima o al margen de ella.
Gracias a Dios se van dando pasos en la buena dirección y vamos recuperando una concepción de Iglesia más próxima al designio de Dios y de Jesucristo, su Fundador, y, por tanto, más próxima a lo que realmente es. Pero todavía nos falta mucho camino por andar. Lo importante es seguir caminando –aunque sea despacio- por el buen camino y potenciar todo aquello que se inscribe en este marco. Bienvenido sea, por tanto, el ‘Día de la Iglesia diocesana’, que celebramos este domingo, y que tiene por finalidad profundizar en el conocimiento de la Iglesia, sentirnos cada vez miembros más activos y comprometidos y responsabilizarnos con sus necesidades. También con las materiales y económicas.
Estos años de crisis nos están descubriendo el importantísimo papel que desarrolla la Iglesia en su dimensión caritativa con tanta gente necesitada. Ciertamente, corresponde al Estado hacer frente a las necesidades de sus ciudadanos. Pero sin la ayuda de la Iglesia, tanto a través de Cáritas como del Banco de Alimentos, Burgos acoge y otras instituciones, mucha gente necesitada lo habría pasado todavía peor.
Esta labor asistencial es la más visible pero no es la única. El anuncio de la fe a los que nunca han oído hablar de Jesucristo o se han olvidado de él, la enseñanza del Catecismo y de la Religión tanto a los niños como a los adultos, la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, la custodia y protección del patrimonio artístico que hemos de legar a quienes vengan detrás de nosotros, el acompañamiento a tantas parejas que están en crisis, la atención a los ancianos y enfermos y un largo etcétera son otras tantas acciones que la Iglesia -nuestra Iglesiarealiza a diario y viene realizando desde hace muchos siglos.
Estoy seguro de que la historia de nuestra Iglesia, a pesar de todas sus limitaciones, nos gustará cada día más, si cada día la conocemos mejor. Pensemos hoy, al celebrar la efeméride del ‘Día de la Iglesia diocesana’, en las más de 54.000 personas beneficiadas oficialmente por su labor caritativa, en los más de mil misioneros esparcidos por los cinco continentes, en tantos sacerdotes entregados a la catequesis y celebración de la misa y de los demás sacramentos en nuestras mil parroquias, y en toda esa labor no contable pero real que se realiza en el día a día. Nos animaremos a colaborar con creciente generosidad para que las ‘miles de historias’ que gracias a todos realiza la Iglesia, puedan multiplicarse por muchas más.