Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Prácticamente acabo de llegar entre vosotros y el calendario nos sitúa en medio de estas fiestas tan entrañables de la Navidad. Permitidme que, a través de este medio, me acerque a todos vuestros hogares, a vuestras familias, a vuestras vidas y, como hermano y servidor vuestro, os desee, desde lo más profundo de mi corazón, mis mejores deseos de felicidad. En efecto, este va a ser el saludo más usual de estos días: Feliz Navidad. Lo repetiremos una y otra vez a cuantas personas nos encontremos, lo haremos nuestro en nuestros mensajes navideños, lo enviaremos a las personas a las que queremos y con aquellos que deseamos permanecer unidos.
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Dios nos envió a su Hijo, nacido de una mujer. Este domingo cuarto y último de adviento, nosotros fijaremos nuestra mirada en la Virgen María, que es llamada Esperanza, porque fue como un resumen de toda la esperanza que hubo en el mundo aguardando la venida del salvador. Y así, llenos de esperanza, con los ojos puestos en la madre de Jesús, le pedimos que nos enseñe a acoger y a entregar a Jesús como Ella lo hizo, para que también nosotros seamos una pequeña navidad llevando a Jesús a los demás, dando vida y felicidad.
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En tiempo del Rey Herodes, la noche que nació Jesús, los ángeles llevaron la Buena Noticia a los pastores. Había un pastor muy pobre, tan pobre que no tenía nada. Cuando sus amigos decidieron ir al portal llevando algún presente le invitaron a él también, pero él decía: “yo no puedo ir, tengo las manos vacías, ¿qué puedo dar?” Pero los otros insistieron tanto que acabaron por convencerle.
Así llegaron donde estaba el niño, con su madre y José. María tenía al niño entre sus brazos y sonreía al ver la generosidad de quienes ofrecían queso, lana o algún fruto. Cuando divisó al pastor que no llevaba nada, María le pidió que se acercara. Y él se acercó avergonzado.
Y María, para poder tener las manos libres y poder así recoger los regalos de los pastores, depositó dulcemente al niño entre los brazos del pastor que llevaba las manos vacías.
¡Buen presente para él que nada tenía!
He oído la historia de una imagen de Cristo muy venerada en un pequeño pueblecito...
En tiempo de la segunda guerra mundial una bomba destruyó la Iglesia.
Pasado el acontecimiento, los fieles empezaron a buscar por entre las ruinas los restos mutilados del crucifijo... Encontraron todo menos las manos.
El artista que iba a repara la imagen dijo que él le haría unas manos nuevas. El pueblo no lo admitió: todos querían las manos “auténticas del Crucificado.
Por fin se les ocurrió poner al pie de la imagen del Cristo sin manos, una leyenda que decía: “Ustedes son mis manos”.