Feliz Navidad
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Prácticamente acabo de llegar entre vosotros y el calendario nos sitúa en medio de estas fiestas tan entrañables de la Navidad. Permitidme que, a través de este medio, me acerque a todos vuestros hogares, a vuestras familias, a vuestras vidas y, como hermano y servidor vuestro, os desee, desde lo más profundo de mi corazón, mis mejores deseos de felicidad. En efecto, este va a ser el saludo más usual de estos días: Feliz Navidad. Lo repetiremos una y otra vez a cuantas personas nos encontremos, lo haremos nuestro en nuestros mensajes navideños, lo enviaremos a las personas a las que queremos y con aquellos que deseamos permanecer unidos.
Esta frase encierra lo mejor que podemos desear a otra persona: la felicidad. Ese es el deseo más innato que habita en el corazón de todo ser humano, aquello que consciente o inconscientemente deseamos, y por lo que trabajamos y nos esforzamos. Por eso, desearlo a aquellos con los que vivimos es lo mejor que podemos pedir y lo que suscita lo mejor de nosotros mismos.
Pero si nosotros lo deseamos a aquellos a quieres queremos, mucho más Dios, que nos quiere infinitamente, lo desea para nosotros. Él es el que más desea nuestra felicidad: su proyecto de amor es un proyecto de felicidad para todos y cada uno y para toda la familia humana. Un proyecto que pasa por la plenitud que solo encontramos en Cristo. Y, por eso, lo contemplamos y adoramos estos días en Belén. En efecto, Él se ha hecho uno más de nosotros para indicarnos el camino auténtico de la felicidad humana, el camino de la verdadera humanidad.
¡Qué hermoso es contemplar el acontecimiento de la Navidad tan bellamente plasmado en tantos y tantos nacimientos que pueblan nuestra geografía burgalesa! Como nos cuentan los Evangelios que estos días resonarán y repetiremos como eco en los hermosos villancicos que entonaremos, el Niño Dios suscita en aquel poblado lo mejor del ser humano: los sentimientos de cercanía y de unidad, las actitudes de ayuda y socorro, los gestos de generosidad en el compartir, la alegría que nace del abrirse al otro... El Niño Dios, desde la fragilidad de un niño, nos aproxima, nos une, nos indica el camino de la felicidad, el camino del auténtico humanismo.
Por eso, en verdad podemos decir que en Belén encontramos el principal regalo de Dios: en Jesús se nos regala la misericordia, que nos ayuda a percibir a Dios y al ser humano hecho a su imagen. Precisamente al inicio de este Año de la Misericordia tenemos la oportunidad de contemplar y empaparnos de esta misericordia de Dios manifestada en Belén.
De ahí que el testimonio cristiano que personal y eclesialmente podemos ofrecer a nuestra sociedad en estos días tan especiales puede concretarse en estos tres caminos que os propongo: por una parte, la adoración, la alegría y la acción de gracias ante este regalo de Dios que se nos hace en Belén; por otra, la solidaridad efectiva con los más necesitados de nuestra sociedad, concretada en gestos pequeños y en el apoyo a proyectos de transformación social; por último, la austeridad frente a un consumismo desenfrenado, que ha de interrogar a nuestro mundo en el cuidado del planeta y en la certeza de que lo más importante nunca se puede comprar. Estos caminos nos ayudarán, sin duda, a hacer realidad la felicidad que nace de un auténtico nacimiento: el nacimiento que provoca la presencia de Dios en nuestro corazón y en el corazón del mundo.
No quiero terminar mi felicitación navideña sin volver a reiterar mi saludo y mis mejores deseos en estos días a todos y cada uno, especialmente a aquellos que atravesáis situaciones difíciles que aumentan vuestro pesar: a los que habéis perdido un ser querido, a los enfermos, a los inmigrantes, a los presos, a las personas sin hogar, a los que no tenéis trabajo, a los que os encontráis en serias dificultades, a los que estáis solos... A todos, pero especialmente a vosotros, mi deseo de una Feliz Navidad.