Manos abiertas y manos vacías
En tiempo del Rey Herodes, la noche que nació Jesús, los ángeles llevaron la Buena Noticia a los pastores. Había un pastor muy pobre, tan pobre que no tenía nada. Cuando sus amigos decidieron ir al portal llevando algún presente le invitaron a él también, pero él decía: “yo no puedo ir, tengo las manos vacías, ¿qué puedo dar?” Pero los otros insistieron tanto que acabaron por convencerle.
Así llegaron donde estaba el niño, con su madre y José. María tenía al niño entre sus brazos y sonreía al ver la generosidad de quienes ofrecían queso, lana o algún fruto. Cuando divisó al pastor que no llevaba nada, María le pidió que se acercara. Y él se acercó avergonzado.
Y María, para poder tener las manos libres y poder así recoger los regalos de los pastores, depositó dulcemente al niño entre los brazos del pastor que llevaba las manos vacías.
¡Buen presente para él que nada tenía!