Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
Todos tenemos limitaciones, defectos y pecados. Esto lo saben bien las personas con las que convivimos. Especialmente, aquellas con las que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. Esto explica que quien mejor conoce las limitaciones y defectos del marido sea su mujer y viceversa y que los hijos, incluso cuando son pequeños, sean los testigos más cualificados.
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El evangelio de hoy tiene una especial importancia y actualidad. Porque trata de las primeras vacaciones cristianas de las que tenemos constancia. Jesús había enviado a sus apóstoles a predicar y sanar enfermos. A la vuelta, se da cuenta de que han trabajado en serio y que están muy cansados. Y en lugar de enviarles a una nueva actividad, les invita a hacer lo que hacía Él: retirarse a un lugar tranquilo y reponer fuerzas.
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Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
El pasado 12 de julio, el Papa concluyó su maratoniano viaje apostólico a Ecuador, Bolivia y Paraguay. Se ha notado que estaba en una tierra que conoce bien. Porque ha hablado su mismo lenguaje y de sus mismos problemas. Lo ha hecho en todas partes. Pero con inusitada fuerza y contundencia en el Discurso a los Movimientos Populares en Santa Cruz. Tenía delante, ciertamente, un país concreto. Pero sus palabras valen para el mundo entero. Porque -como el mismo Pontífice ha recordado- los problemas son hoy mundiales y las respuestas no pueden venir sólo de un determinado país. Todos estamos implicados en la marcha de todos.
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Había una vez un hombre sabio, gran matemático, al que en cierta ocasión un hombre muy rico y muy avaro le pagó un gran tesoro por encontrar la forma de obtener el máximo beneficio en todo lo que hiciera, pues su gran sueño era llenar de oro y joyas una inmensa caja fuerte que había fabricando él mismo.
El matemático estuvo encerrado durante meses en su laboratorio; cuando pensaba que había encontrado la solución, descubría errores en sus cálculos... y vuelta a empezar. Una noche apareció en casa del hombre rico con una gran sonrisa en la cara: "¡lo encontré!", le dijo, "mis cálculos son perfectos". El avaro, que al día siguiente partía para un largo viaje y no tenía tiempo de escucharle, le prometió el doble del oro si se quedaba a cargo de sus bienes poniendo en práctica sus fórmulas. El matemático, entusiasmado por su descubrimiento, aceptó encantado.
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