Evangelio del Domingo, 26 de Julio de 2015

Estamos en pleno descampado. Una gran muchedumbre rodea a Jesús. Sólo los hombres son más de cinco mil. La tarde está cayendo y el sentido práctico de los apóstoles aconseja despedir a esta gente, aunque disten varios kilómetros. Jesús no opina lo mismo y manda que le traigan lo disponible, que es bien poco: unos panes y unos peces.

Ordena que la gente se siente. Comienza a partir el pan y los peces. Y cuanto más parte y reparte, tanto más crecen. Una vez que todos se sacian, advierte que hay mucho pan y muchos peces por el suelo. Manda recogerlos, para "que nada se pierda". Los apóstoles obedecen y recogen doce cestos de sobras. Mucho más que lo que había en el punto de partida.

El milagro es grande, más aún, espectacular. La gente lo advierte y se da cuenta de que Jesús no sólo es un profeta sino "el profeta" que Dios había prometido. Ha llegado el que habían esperado durante siglos, el que llenará sus lagares de vino y sus paneras de trigo y les librará del dominio extranjero. ¡Y se lanzan a proclamarle su rey!

Y el Jesús que al principio se conmueve por la necesidad de la gente, ahora le da un plantón, sin miedo a defraudarla. Él no ha venido para ser un rey terrenal sino un rey que conquiste el mundo entero con la entrega de su vida en una cruz. Por eso, se marcha. No es un demagogo que se aprovecha de la gente sino un guía que marca el camino de la fidelidad a la misión que tiene encomendada.

El milagro tiene dos grandes enseñanzas para nosotros. La primera es esta: no podemos tirar los alimentos ni las cosas. Impresiona saber que una cuarta parte de los alimentos se desperdicia, sin contar los que se destruyen para que no bajen los precios del mercado. Mientras tanto, cientos de millones pasan hambre y carecen de lo más elemental. ¡¡Hay que pararse a pensar y a tomar resoluciones eficaces, porque no tenemos derecho a comportarnos así!! La segunda lección es que el populismo, la demagogia, la popularidad a cualquier precio y el aplauso no se compadecen con el seguimiento de Jesucristo, humilde y despreciado por fidelidad a su misión.


Lectura del santo evangelio según san Juan (6,1-15):

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.

Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:

«¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»

Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe contestó:

«Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»

Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:

«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»

Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»

Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:

«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»

Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.

La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:

«Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»

Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Parroquia Sagrada Familia