Evangelio del Domingo, 15 de Noviembre de 2015

Es ciertamente impresionante el lenguaje con el que Jesús, en el pasaje de hoy, describe el final de la historia. En este episodio del Evangelio se narran acontecimientos que se refieren al fin del mundo. Se describen señales precursoras verdaderas, para distinguirlas de las falsas, que tendrán lugar por efecto de la misma conturbación de los últimos días; y luego la misma venida del Señor.

Jesús responde a la pregunta que sus discípulos le han hecho sobre cuáles son las señales que anunciarán el fin de los tiempos: «En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán"».

Todo ello indica un trastorno de carácter universal, después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa. A lo terrible de las señales precursoras de la segunda venida del Señor, seguirá la magnificencia de su personal advenimiento: «Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad». Jesús volverá. Lo verán todos los hombres, verán a Jesús con su naturaleza de hombre, con su cuerpo glorioso, con gran poder, con majestad y gloria divinas. Esta descripción, en labios de Jesús, no quiere ser angustiosa, sino precisamente lo contrario, esperanzadora porque Él viene a salvar. Entonces el Juez supremo y Rey magnífico «enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte», para llamar, de los cuatro puntos cardinales, a todos los hombre a juicio. Cristo es Señor de la vida eterna.

El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. Adquirió este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado todo juicio al Hijo. Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar y para dar la vida que hay en él. Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo; es retribuido según sus obras y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (13,24-32):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»

Parroquia Sagrada Familia