Tobi tuvo un sueño muy extraño. Soñó que en un gran salón había muchísimas personas que se iban moviendo y agrupando según las consignas de alguien que hablaba por micrófono. Conocía a la mayoría de los que participaban en el sueño; eran vecinos, compañeros de escuela, amigos de sus padres, gente que salía por la televisión. Él no escuchaba lo que decía el conductor. Tobi debía deducir lo que los movía a agruparse de una u otra forma. Mujeres de un lado, varones de otro. Altos, bajos, rubios, pelirrojos, estudiantes, maestros, personas con diferentes profesiones... Tobi adivinaba con bastante esfuerzo.
Hasta que él no decía en voz alta el motivo de esa clasificación, qué criterio habían tomado para agruparse, todos se quedaban mirándolo, implorando que adivinara para continuar con ese extraño juego sin ganadores ni vencidos. Aparentemente, el único que podía perder era él. En un momento, quedaron pocas personas de un lado y muchas del otro. Tobi reconoció a los cinco que estaban en el pequeño grupo: una niña de primer grado, el abuelo, una maestra de la escuela, una vecina, el entrenador del club del grupo de los Minis. ¿Qué tenían en común todas esas personas? Tobi no pudo encontrar algo que los relacionara, y el juego terminó porque su mamá lo despertó para ir a la escuela.
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Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo con un profesor, a quienes los alumnos consideraban su amigo debido a su bondad para quienes seguían sus instrucciones.
Mientras caminaban, vieron en el camino un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo de al lado y que estaba por terminar sus labores diarias.
El alumno dijo al profesor: Hagámosle una broma; escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.
Mi querido amigo, le dijo el profesor, nunca tenemos que divertirnos a expensas de los pobres. Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.
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Esteban era un alumno excelente, el mejor del curso. Siempre leía, participaba en las clases, aportaba ideas, hacía comentarios. Las clases en la universidad eran diferentes cuando él estaba. Pero, a partir de la mitad del año, Esteban empezó a faltar, a veces llegaba tarde e incluso con los textos sin leer. Los profesores reconocieron esta situación y pensaron que debía estar ocurriéndole algo. Uno de ellos decidió acercarse a Esteban para averiguar qué le pasaba. Le preguntó si tenía problemas familiares, con los amigos, con la novia, con el trabajo...
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Era la época en que todas cumplíamos 15 años y hacíamos fiestas. Algunas más importantes que otras, pero a todas íbamos de “largo”. En ese tiempo, sólo usábamos vestidos largos para las fiestas. Marcela había entrado ese año y tenía algunas costumbres extrañas que molestaban a la mayoría. Cuando después de tantos años pienso cuáles eran esas cosas que nos irritaban para contárselas, no puedo recordarlas. Era callada, quizás parecía más niña que el resto, un poco ingenua... Nada importante. Se acostumbraba invitar a través de tarjetas. La de Marcela parecía una invitación de cumpleaños de alguien menor. Muchas compañeras se burlaron a sus espaldas.
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