La familia Gabini - (4ta parte) - Primeros días

Los arreglos en la casa de los bisabuelos en Arroyo Corto llevarían bastante tiempo. Iban a comenzar por las habitaciones. Primero, la de los chicos para que pudieran acomodar sus cosas y adaptarse más rápidamente. Los baños funcionaban bastante bien, aunque había alguna que otra pared un poco destrozada y en el baño más grande había que tirar agua con un cubo. Los primero días dormirían todos en el comedor. Esa noche, después del asado de bienvenida, la mudanza y el viaje, la familia Gabini se durmió profundamente, tanto que no escucharon los truenos ni la lluvia sobre el techo de chapa. Tampoco se dieron cuenta de que había goteras.

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La familia Gabini - (3ª parte) La Mudanza

Luego de conocer la casa de Arroyo Corto y ver el tamaño de las habitaciones, los chicos pensaron que no era necesario deshacerse de los juguetes que habían acumulado a lo largo de los años. Quizás, al principio los deberían dejar en las cajas, hasta que pusieran estantes; la casa era inmensa, especialmente si la comparaban con el apartamento de dos dormitorios en la Ciudad. Los padres pensaban que muchos de esos juguetes ya no los usaban y que hubiera sido una buena oportunidad de dejarlos o regalarlos. Sin embargo no quisieron presionarlos; eran muchos los cambios que iban a tener. También fue difícil dejar ropa. Aunque les quedara pequeña, no querían deshacerse de nada.

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La familia Gabini - (2ª parte) Decisión difícil

Marcela llegó a un arreglo con la empresa en la cual trabajaba. Dos veces al mes debería ir a la ciudad y el resto del tiempo podría trabajar desde su casa. La apreciaban mucho y sabían que cumpliría con el trato. Daniel renunció a su trabajo, pero el dueño de la ferretería que lo estimaba mucho se ofreció a ayudarlo para que abra su propio negocio en Arroyo Corto. Los dos estaban muy ocupados con estos temas, mientras los niños organizaban qué llevarían a la nueva casa.

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La familia Gabini - (1ª parte) Decisión difícil

La familia Gabini vivía en la ciudad de Buenos Aires. Marcela y Daniel, mamá y papá. Carlitos, Lucrecia y Marisol, hijo e hijas. Marcela trabajaba como diagramadora para una empresa de indumentaria. Daniel era vendedor en una ferretería. La ciudad de Buenos Aires les parecía muy bonita, les ofrecía muchas oportunidades; al mismo tiempo los devoraba, los aprisionaba.

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Reflexión al Evangelio del 25 junio 2017 - 12ª semana del tiempo ordinario, Domingo A: Mt 10, 26-33

Jesús estaba adoctrinando a los apóstoles, preparándoles para la misión a la que les iba a enviar. Les había hablado de los peligros que podían tener en su predicación: ser perseguidos, insultados, estar entre lobos ellos que eran como ovejas. Y, claro, todo esto les había llenado de temor. Por eso Jesús les consuela y les dice: “No tengáis miedo”. Así también decía san Juan Pablo II desde el principio y otros papas.

Hoy también nos lo dice Jesús a nosotros, porque en este mundo, a pesar de decir que hay muchos adelantos, hay también muchos miedos. Y una señal de estos miedos es que todo se procura dejar bien cerrado: la casa, el coche o auto (recuerdo los años en que yo dejaba por la noche el coche abierto en la calle y con las llaves puestas). Hay miedo de perder el empleo, hasta de tener el dinero en el banco, miedo a los desastres, al terrorismo, etc. Y en el terreno religioso hay miedo a los cambios en la Iglesia, miedo al qué dirán en el apostolado, miedo al fracaso, a las críticas. La gente que vive atemorizada, suele pensar sólo en las fuerzas humanas y materiales. Y hasta los cristianos creemos poco en la ayuda de Dios.

Hoy Jesús quiere quitarnos los miedos como lo hizo con los apóstoles. Para ello les da unas razones:

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Parroquia Sagrada Familia