La corona de Jesús
En una capilla hicieron una gran fiesta para entronizar la estatua de Jesús con una corona dorada y con piedras, que no eran preciosas ni muy valiosas, pero lo parecían. La comunidad estaba feliz con la adquisición, y, cuando llegaba algún visitante al pueblo, lo llevaban a mirar la estatua, única en toda la zona. Explicaban que la coronaron en la fiesta de Cristo Rey con el esfuerzo de la comunidad. Sentían que su pueblo y su iglesia eran los más importantes de la región gracias a esa estatua. Un sábado por la mañana, al abrir la iglesia, el cura levantó la vista hacia la fabulosa imagen y, con gran asombro, advirtió que la corona no estaba. No había señales de que la puerta hubiera sido forzada ni ventanas rotas. Inmediatamente llamó a la policía para denunciar el robo, pero los agentes no pudieron más que mirar, recorrer el pueblo y descubrir que todo estaba tranquilo. Esa tarde, cuando el cura fue a revestirse para la Misa, percibió algo que sobresalía debajo de las albas. Movió la ropa y encontró la corona. Corrió hacia la iglesia y, antes de que entrara la gente, la colocó sobre la cabeza de la estatua. ¡Qué alegría para el pueblo verla en su lugar!
El sábado siguiente, otra vez, la corona apareció en el armario de la ropa que el cura utilizaba para la Misa. Esta vez, el sacerdote no avisó a la policía, sino que se puso a pensar qué pasaba los viernes. Recordó que, a la tarde, una señora que vivía en el campo y no podía ir los domingos porque no tenía quién la llevara, iba a rezar el rosario y, de paso, limpiaba los bancos, las estatuas... Al viernes siguiente, la esperó y la observó detrás de una columna. No quería acusarla de algo tan serio, sin pruebas. Cuando la señora terminó de rezar, buscó el plumero y comenzó a limpiar. Al llegar a la estatua de Jesús, se subió a una silla y agarró la corona.
—¿Qué está haciendo? —dijo el cura enojado y saliendo de atrás de la columna. —Ah, padre, se ve que alguien nos está tomando el pelo. ¿Cómo van a ponerle esta corona a Jesús? Mi abuela decía que Jesús era como nosotros, pobre. Yo no hice mucho catecismo, ni entiendo tanto... Por eso se la dejaba entre sus ropas, para que usted la devolviera al dueño. —La colocamos porque lo llamamos Rey, aunque es un rey diferente... —Ah, bueno, como quiera... ¡Qué lástima, era tan bonita la imagen!, sencilla, se parecía al Jesús del que me hablaba mi abuela...
Si tuvieras que hacer una estatua de Jesús, ¿cómo la harías? ¿Qué crees que le gustaría a Jesús que le pusieras? Hoy Jesús nos dice cosas concretas que podemos hacer para vivir en el amor: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, abrigar al que está desnudo, visitar al preso y al enfermo... En resumen, estar atento al más débil, al más pobre y al que más sufre. Jesús es proclamado como un verdadero rey porque se preocupa especialmente por los más pobres y por los necesitados.
El 11 de diciembre de 1925, el papa Pío XI instituyó la fiesta de Cristo Rey del Universo con la que termina el Año Litúrgico. La Iglesia celebra a Cristo Pastor y Rey, que conduce al Pueblo de Dios hacia el Padre.