En la fiesta de la Trinidad agradecemos el carisma de la vida contemplativa

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Al finalizar el periodo pascual, la liturgia de la Iglesia celebra hoy la fiesta de la Santísima Trinidad. Como cumbre del acontecimiento central de la historia de la salvación, se desvela ante nuestros ojos el verdadero protagonista de esa historia, el Dios Trinidad: el Padre, que envió a nuestro mundo al Hijo, concebido de María Virgen por obra del Espíritu Santo; Jesús, el Hijo, que realizó su obra redentora mediante la entrega de su vida hasta la muerte en cruz; el Espíritu, que acompañó la acción de Jesús hasta la resurrección y que nos fue enviado como aliento y vida de la Iglesia hasta el final de los tiempos. La fiesta de la Santísima Trinidad nos hace contemplar el misterio de Dios que incesantemente crea, redime y santifica, siempre con amor y por amor.

Me resulta muy doloroso cuando percibo cómo la Trinidad, que es la base primera y más radical de todo y de todos, es para muchos cristianos una mera doctrina abstracta, lejana o desconocida. Esto de ningún modo debería ser así. El abrir nuestra vida a la Trinidad nos sitúa ante el Dios que por Amor ha actuado en nuestro mundo y que nos ha revelado su misterio más profundo: que Dios Padre, Hijo y Espíritu, es comunión de Personas en el Amor. Los cristianos reflejamos y participamos de ese Amor cuando lo celebramos en la liturgia, cuando lo testimoniamos en el ejercicio de la caridad y del compromiso, cuando lo anunciamos como fuerza renovadora de cada ser humano y de la sociedad entera, cuando vivimos con sinceridad y generosidad la comunión eclesial. Nuestra oración en este día debe ser ante todo un acto de alabanza y de acción de gracias, de admiración y de adoración ante esa realidad que nos desborda y que acogemos como origen y fundamento de nuestra vida cristiana. Así surgirá también nuestra plegaria de petición pura y sincera para que ese amor nos ayude a no desfallecer ante las dificultades, nos impulse a mirar el futuro con esperanza, y nos empuje a ofrecerlo generosamente a quienes ven flaquear su fe, su esperanza o su capacidad de amar.

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«Hacia un renovado Pentecostés»

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Al hilo del Año Litúrgico hemos ido recorriendo las grandes etapas de la vida del Señor. Después del tiempo pascual en el que hemos venido compartiendo la alegría y la esperanza de Jesús Resucitado, hoy celebramos la solemnidad de Pentecostés. La «Pascua granada», como la llamáis con acierto a nivel popular, que es fundamental para la vida de la Iglesia y de todos los creyentes. El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor, que está junto al Padre, después de cumplir su misión en la tierra con su vida, palabra, pasión, muerte y resurrección. Padre e Hijo, que no quieren dejarnos solos ni huérfanos sino que nos regalan definitivamente su amor a través del Espíritu Santo prometido. Pentecostés es la fiesta que actualiza aquí y ahora ese don del Espíritu derramado en cada creyente, en la Iglesia y en el mundo entero.

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra con fuerza lo que fue Pentecostés para los primeros discípulos encerrados en el Cenáculo por miedo a los judíos (Hch 2,4). Quizá el marco de este relato nos resuene hoy más cercano, después de los meses en que también nosotros hemos estado confinados con nuestros miedos, con la esperanza y la fe puestas a veces a prueba, contemplando la enfermedad, la desolación y la muerte que nos han rodeado. Pues en aquel contexto sucede el primer Pentecostés de la historia y los apóstoles son transformados por el Espíritu, que cambió sus corazones y sus vidas; de vacilantes pasan a ser valientes, de temerosos y encerrados pasan a ser misioneros, y comienzan a anunciar sin miedo la experiencia del Señor resucitado a cuantos les escuchaban. Hoy, como entonces, Pentecostés se repite en la iglesia, y es la gracia de perpetuar día tras día, lugar tras lugar, lengua tras lengua, la palabra y la presencia de Jesús.

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Día de África

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

La Iglesia celebra este domingo la Ascensión del Señor. Jesús termina su misión en la tierra y comienza la nuestra, la de su Iglesia, ya que antes de partir nos encomienda que hagamos discípulos en nombre de Dios, que extendamos la Buena Noticia de su amor por toda la tierra. Y aunque desaparece de nuestra vista, seguirá actuando a través nuestro con la garantía de que nunca estaremos solos, pues siempre estará con nosotros.

A la luz de este encargo del Señor, advirtiendo que mañana, día 25 de mayo, se celebra el Día de África, quiero que volvamos hoy la mirada hacia este continente. A algunos de vosotros tal vez os sorprenda que en este periodo de dolor y de incertidumbre en el que nos vivimos inmersos, os invite a sentir como propia esta celebración del Día de África, que aparentemente nos resulta lejana y distante. No obstante, como ya os he dicho en alguna ocasión a lo largo de estas semanas, la experiencia de sufrimiento, cuando es vivida con sentido humano y cristiano, no nos clausura en nosotros mismos sino que nos abre a la solidaridad con las preocupaciones y la angustia de los demás, especialmente cuando son más vulnerables que nosotros mismos. Solo desde esta perspectiva el dolor nos purifica y nos transforma. Es la actitud que brota del camino que condujo a Jesús a través de la pasión y de la muerte hasta la gloria de la Resurrección. África es, por otra parte, uno de los continentes donde también entregan su vida, sirviendo al Evangelio en más de 20 países, misioneros burgaleses; un numeroso grupo de 70 misioneros: 44 mujeres y 26 hombres (sacerdotes, religiosos, religiosas, y seglares). Es una ocasión de unirnos a ellos con el sentido homenaje de nuestro recuerdo, agradecimiento y oración.

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El camino de Emaús, una terapia de esperanza

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Hoy, tercer domingo de Pascua, la liturgia de la Iglesia nos regala el relato evangélico de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). Si os unís interiormente a la celebración de la Eucaristía a través de los medios de comunicación, dadas las actuales circunstancias, estad atentos a la Palabra de Dios y volved después sobre ella, si podéis, en vuestros hogares. Porque seguro que hoy, en esta situación dura y desconcertante que estamos viviendo para la que no estábamos preparados, el relato de Emaús tendrá una resonancia especial en nuestra vida personal y comunitaria. Seguimos celebrando la alegría, la paz y la vida nueva del Señor Resucitado, y el pasaje de Emaús nos ofrece una «terapia de esperanza».

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La Iglesia, hospital de campaña de la misericordia

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

La Iglesia celebra en este primer domingo después de Pascua la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por el Papa San Juan Pablo II. Estamos prolongando la celebración de la Pascua de Resurrección, que en medio de la experiencia de dolor y sufrimiento que persiste a nuestro lado, nos da derecho a la esperanza, como nos decía el Papa en la Vigilia Pascual; una esperanza que cobra más sentido que nunca porque es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. Por lo mismo, este domingo de la misericordia quiere decirnos que pase lo que pase en el mundo y a nuestro alrededor, hay algo que no cambia: que Dios es esencialmente Padre misericordioso y clemente (Ex 34,5-7); que Jesucristo es la revelación y encarnación de la misericordia del Padre, su rostro compasivo y misericordioso (Lc 10, 35,27). Y que es su voluntad que nosotros acojamos su misericordia, que la recibamos, y que la dejemos fluir siendo misericordiosos los unos para con los otros. En esta reflexión dominical, hoy quiero detenerme en ese «dejar fluir» la misericordia, que es la vida y la misión de la Iglesia.

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Parroquia Sagrada Familia