«Hacia un renovado Pentecostés»
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Al hilo del Año Litúrgico hemos ido recorriendo las grandes etapas de la vida del Señor. Después del tiempo pascual en el que hemos venido compartiendo la alegría y la esperanza de Jesús Resucitado, hoy celebramos la solemnidad de Pentecostés. La «Pascua granada», como la llamáis con acierto a nivel popular, que es fundamental para la vida de la Iglesia y de todos los creyentes. El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor, que está junto al Padre, después de cumplir su misión en la tierra con su vida, palabra, pasión, muerte y resurrección. Padre e Hijo, que no quieren dejarnos solos ni huérfanos sino que nos regalan definitivamente su amor a través del Espíritu Santo prometido. Pentecostés es la fiesta que actualiza aquí y ahora ese don del Espíritu derramado en cada creyente, en la Iglesia y en el mundo entero.
El libro de los Hechos de los Apóstoles narra con fuerza lo que fue Pentecostés para los primeros discípulos encerrados en el Cenáculo por miedo a los judíos (Hch 2,4). Quizá el marco de este relato nos resuene hoy más cercano, después de los meses en que también nosotros hemos estado confinados con nuestros miedos, con la esperanza y la fe puestas a veces a prueba, contemplando la enfermedad, la desolación y la muerte que nos han rodeado. Pues en aquel contexto sucede el primer Pentecostés de la historia y los apóstoles son transformados por el Espíritu, que cambió sus corazones y sus vidas; de vacilantes pasan a ser valientes, de temerosos y encerrados pasan a ser misioneros, y comienzan a anunciar sin miedo la experiencia del Señor resucitado a cuantos les escuchaban. Hoy, como entonces, Pentecostés se repite en la iglesia, y es la gracia de perpetuar día tras día, lugar tras lugar, lengua tras lengua, la palabra y la presencia de Jesús.
El Papa Francisco en una de sus recientes homilías, comentando la venida del Espíritu, dice: «Éste es el Espíritu Santo, que es el Don del amor de Dios que desciende al corazón del cristiano. Después de que Jesús murió y resucitó, su amor es dado a cuantos creen en Él y son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El Espíritu mismo los guía, los ilumina, los fortalece, a fin de que cada uno pueda caminar en la vida, incluso a través de las adversidades y las dificultades, en las alegrías y en los dolores, permaneciendo en el camino de Jesús» (17 mayo 2020). Así pues, cada uno de nosotros, como bautizados, hemos recibido el don del Espíritu. Sabemos que «el amor de de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5); y que «a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Cor 12,7). La docilidad al Espíritu nos hará vivir desde un actual Pentecostés. Es lo que nuestra Iglesia en Burgos desea y pretende, particularmente en esta etapa, con la celebración de la Asamblea Diocesana. Sigamos intensificando la oración y estemos atentos a la voz del Espíritu. Que Él nos ilumine y venga sobre nosotros para hacernos verdaderos seguidores y testigos de Jesús.
Hoy se celebra también en la Iglesia española el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que este año tiene por lema «Hacia un renovado Pentecostés». Este día se organiza y se vive en continuidad con el reciente Congreso de Laicos, «Pueblo de Dios en salida», en el que se subrayó la llamada a vivir como Iglesia un renovado Pentecostés. De manera especial, quiero haceros llegar en esta fiesta mi afecto, reconocimiento, apoyo y ánimo a todos los bautizados laicos de parroquias, asociaciones y movimientos, que estáis llamados a descubrir en la Iglesia y en la sociedad vuestra vocación laical y vuestra misión evangelizadora. Los Obispos de la «Comisión para los laicos, familia y vida», en el mensaje que en esta ocasión os envían, dicen que: «Sabremos que estamos caminando hacia un renovado Pentecostés si como Iglesia, Pueblo de Dios en salida, viviendo en comunión, nos ponemos manos a la obra en la misión evangelizadora desde el primer anuncio, creando una cultura del acompañamiento, fomentando la formación de los fieles laicos y haciéndonos presentes en la vida pública para compartir nuestra esperanza y ofrecer nuestra fe». Yo encomiendo al Espíritu este ambicioso programa y os encomiendo a vosotros para que con su ayuda sigáis edificando la Iglesia en medio de nuestra sociedad.
Termino rezando, en unión con todos, la oración de la Asamblea diocesana: «Espíritu Santo, artífice de la creatividad misionera, muéstranos lo que deseas comunicar hoy a nuestra Iglesia Diocesana. Danos el gozo de compartir la fe, haznos vibrar con la cultura del diálogo y del encuentro, con la mística del ‘nosotros’. Asístenos con tu fuerza para iniciar procesos de nueva evangelización». Santa María, Madre de Jesús, que estabas con sus discípulos aquel día de Pentecostés, ruega por nosotros.