Las maestras hablaban en la sala de maestros acerca de los quintos grados. La maestra de 5º A estaba feliz porque había avanzado muchísimo en los contenidos de las materias e iba cumpliendo lo que habían planificado a principio de año. Sus estudiantes hacían lo que les pedía, eran ordenados; nada más terminar el recreo, estaban en la puerta de la clase, llevaban el material que les solicitaba... La maestra de 5º B, no podía decir lo mismo: llegaba todas las mañanas arregladita, y, al mediodía, ya estaba agotada, despeinada, sin haber parado un minuto. A veces, no tenía tiempo ni de ir al baño. Corría detrás de los niños toda la mañana. En la clase, caminaba de un lado hacia el otro intentando que participaran todos los niños y las niñas y que se escucharan entre sí. Durante el recreo estaba atenta porque, generalmente, discutían por las reglas de los juegos, si hacían trampa, si no dejaban jugar a alguno o a alguna... Cuando tocaba el timbre de finalización del recreo, llamaba a sus estudiantes varias veces para que dejaran de jugar. Siempre eran los últimos en entrar en clase. En la sala de maestras, la de 5º A, estaba feliz, tranquila... la del B, siempre estaba muy cansada, a veces creía que era una mala maestra.
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En el pueblo, habían dividido en lotes unas tierras fiscales que fueron ocupadas por familias de diferentes lugares. Entre ellos, muchos extranjeros de diversos países y culturas. Había mucha hambre en los países vecinos y, por eso, la gente llegaba hasta esa región en donde podían encontrar algún trabajo. Los habitantes “de siempre” protestaban: que les quitaban el trabajo, que no había espacio para todos, que tenían otras costumbres... Muchas de estas cuestiones eran ciertas, pero no todas eran perjudiciales para el pueblo. Sin embargo, la gente se miraba mal cuando se cruzaban en la calle y cuando se encontraban en la puerta de la escuela, montaban grupitos separados. Al comenzar el año, las maestras y los maestros hicieron una reunión con las familias. Allí vieron reproducido lo que sucedía en el pueblo. Cada comunidad estaba apartada de la otra. Iba a ser un año difícil. Pensaron realizar algún proyecto en dónde pudieran estar juntos, donde cada uno valorara lo que tenía el otro... Podrían hablar y estudiar las diferentes culturas, pero eso no era suficiente. Tenían que pensar en qué actividad podían encontrarse los niños realmente.
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María era tímida, muy tímida, excesivamente tímida. Y tenía una amiga genial: ¡Dori era lo más! Sabía lo que quería, y, cuando lo que quería Dori se cruzaba con lo que quería María, iba al frente, lo decía, luchaba por conseguirlo. Muchas veces ganaba ella. Pero, si era María la que obtenía lo que deseaban ambas, en un primer momento se sentía mal. Después era capaz de alegrarse con la felicidad de su amiga. Era sincera, decía lo que pensaba y no permitía que alguien hablara mal de quien no estuviera presente, aunque no fuera su amigo o amiga. Esto era lo que más destacaba María de Dori: su sinceridad. Por eso, cuando le dio el consejo, ese que le cambió la vida, María la escuchó y lo puso en práctica. Todo ocurrió cuando estaban organizando el acto del 25 de mayo, y la maestra distribuyó los papeles. María soñaba con ser una dama antigua y vestirse con esos vestidos "inflados". Pero, como siempre, la eligieron para vender pastelitos.
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En otros lugares del evangelio encontramos que Jesús manda a predicar a los doce apóstoles. Hoy envía a 72. Estos eran como seglares seguidores de Jesús. Ello nos quiere decir que para ser misionero no es necesario ni ser aspirante a sacerdote, sino que todos, por el hecho de estar bautizados, debemos sentir la llamada de Jesús para predicar el Reino de Dios. No es que todos tengan que marchar a otro país, como a veces lo hacen algunas familias enteras; sino que siempre debemos estar dispuestos a manifestar nuestra fe y la alegría de ser cristianos más allá de nuestro ambiente. Este hecho de mandar a 72 es un significado de que la misión de Cristo debe ser universal. En aquel tiempo 72 era el número que se creía eran las naciones todas de la tierra.
Jesús les envía “de dos en dos”. Para los israelitas esto tenía importancia porque sus leyes exigían que al menos fuesen dos los testigos en cualquier juicio. Pero significa también que el evangelizar no es obra de un particular, sino de toda la comunidad, aunque la llamada de Dios exija una respuesta personal. También indica, especialmente entonces, el poder ayudarse y protegerse mutuamente en los peligros.
Lo que debe hacer un misionero es: predicar el Reino de Dios, sanar enfermos, que es hacer toda clase de bienes, y rezar. Misionar es necesario porque “la mies es mucha y los obreros son pocos”. Esta urgencia de entonces sigue siendo actual en nuestros días. El éxito no dependerá sólo ni principalmente del esfuerzo. Por eso el rezar. Para ser misionero es indispensable estar bastante tiempo con Jesús para experimentar su amor y para alimentarse de su palabra. También para pedir por otros misioneros.
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