He venido a traer el fuego
Las maestras hablaban en la sala de maestros acerca de los quintos grados. La maestra de 5º A estaba feliz porque había avanzado muchísimo en los contenidos de las materias e iba cumpliendo lo que habían planificado a principio de año. Sus estudiantes hacían lo que les pedía, eran ordenados; nada más terminar el recreo, estaban en la puerta de la clase, llevaban el material que les solicitaba... La maestra de 5º B, no podía decir lo mismo: llegaba todas las mañanas arregladita, y, al mediodía, ya estaba agotada, despeinada, sin haber parado un minuto. A veces, no tenía tiempo ni de ir al baño. Corría detrás de los niños toda la mañana. En la clase, caminaba de un lado hacia el otro intentando que participaran todos los niños y las niñas y que se escucharan entre sí. Durante el recreo estaba atenta porque, generalmente, discutían por las reglas de los juegos, si hacían trampa, si no dejaban jugar a alguno o a alguna... Cuando tocaba el timbre de finalización del recreo, llamaba a sus estudiantes varias veces para que dejaran de jugar. Siempre eran los últimos en entrar en clase. En la sala de maestras, la de 5º A, estaba feliz, tranquila... la del B, siempre estaba muy cansada, a veces creía que era una mala maestra.
Un día “apareció” la Inspectora a la escuela (que es como la jefa de las directoras. Las inspectoras no avisan cuando van a la escuela para revisar los papeles de la secretaría, las planificaciones de las maestras y, además, van a observar algunas clases). Y ocurrió lo que nadie quería: la Inspectora eligió ir al 5º B. La directora intentó que fuera a otro curso, pero fue peor. La Inspectora, que ya tenía varios años en esa tarea, sabía que, cuando le “sugerían” que fuera a otro grado, había algún motivo. Después del recreo, se paró en la puerta de 5º B y esperó tranquilamente a que entraran del recreo. La maestra estaba muy nerviosa. Los niños y las niñas preguntaron quién era esa señora y por qué estaba en la clase junto con la directora y, después, se olvidaron de que estaban ahí. Se comportaron como lo hacían habitualmente. La maestra pensó que lo mejor era dar un tema de matemática. En eso no había mucha posibilidad de que se pelearan y discutieran. Pero, se equivocó. Nada más escribir una división en la pizarra y les pidió que la realizaran, se pararon tres estudiantes y cada uno la resolvió de una forma diferente. —Se hace así, me lo enseñó la maestra de la otra escuela—dijo un niño nuevo. —No, se hace así—dijo una niña—. Así me enseñó mi tía, que es profesora de matemática. —No, se hace así, así nos enseñó la maestra de cuarto. Y, ahí, se armó una gran discusión. La maestra también se olvidó de que la estaban observando e hizo lo que hacía siempre. Se movió de un lado para el otro, dándole la palabra a los niños que discutían con gran entusiasmo acerca de la forma en que se dividía. Terminó la hora, y los niños salieron corriendo al recreo.
La maestra estaba muy nerviosa, para ella, la clase había sido un desastre. La Inspectora se acercó a la maestra y le dijo: —Nunca vi una clase así. Sus niños son muy inquietos. Usted no los hace callar. Les enseña a discutir, a sostener sus ideas, a valorar lo que dice el otro... Aunque usted termine agotada, es la mejor clase que vi en mi vida. Nunca pensé que la división fuera tan importante para la educación de los niños y las niñas. ¡Siga así!
A veces, creemos que la paz es sinónimo de silencio y orden. Es necesario saber confrontar, expresar lo que creemos y saber intercambiar opiniones. ¿Sabes confrontar con otros, sostener lo que piensas o cambiar de opinión?. Paz no es lo mismo que quietud. La paz se construye con trabajo, con esfuerzo. A veces, se consigue poniéndonos en contra de algunas personas, denunciando o gritando las injusticias para que nos escuchen. No nos desalentemos, no es sencillo, pero la paz se logra con la verdad, sin secretos ni presiones. La paz es posible.