Penetrar en el Misterio de la Vida

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, Domingo de Ramos, con el recuerdo vivo del Señor entrando victorioso en Jerusalén, comenzamos la Semana Santa. Mientras alfombramos –con cada uno de los retales de nuestra fe, esperanza y amor– el sendero que ha de recorrer Jesús, nos adentramos en el corazón de un Misterio que, cada año, revela la medida infinita del amor de Dios. Un camino de Pasión que nos hace recorrer las etapas de nuestra propia vida y, por tanto, de nuestra salvación.

San Pablo VI dejó escrito que este día que hoy celebramos «viene a ser como el vestíbulo del santuario de la Semana Santa». Una huella enclavada en tierra que da sentido a un Evangelio escrito en siete palabras: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25).

Jesús quiere acogernos en la espesura de su misericordia para que habitemos, eternamente, en la vida conquistada en la cruz que brota de su costado abierto. De su entrega en la cruz brota la nueva semilla de una herencia construida en el amor ilimitado de Dios manifestado en la Pasión.

Nos adentramos, a partir de hoy, en una Semana que es Santa, porque solo puede entenderse desde una fe que necesita habitar en la Pasión. Desde ahí, hemos de amar a Jesús abandonado, para que después –ya resucitado– resplandezca en cada uno de nosotros. Hemos de amarle, más allá de sus llagas, más adentro de nuestro temor y pecado; desde esa entrega ilimitada por nosotros, desde esa debilidad que revela –con el precio de su sangre– el culmen más sagrado de su amor.

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Sacerdotes con corazón de padre y hermano

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy celebramos el Día del Seminario. Con el lema «Padre y hermano, como san José», deseamos –en este tiempo tan incierto para abrazar y, a la vez, tan idóneo para creer– reflejar la figura de san José en tantos corazones sacerdotales necesitados de la misericordia Dios.

La Subcomisión Episcopal de Seminarios destaca, en su reflexión teológica, que los sacerdotes «son enviados a cuidar la vida de cada persona, con el corazón de un padre, sabiendo además que, cada uno de ellos, es su hermano». El Año de san José, proclamado por el Papa Francisco y que ya estamos conmemorando bendecidos por este Custodio de Jesús, colma de suma importancia la escuela de Nazaret donde los seminaristas, cada día, se dejan modelar por el amor de Dios.

Esta jornada recuerda la importancia de dar la vida por los hermanos. Darse, recorriendo las huellas, las llagas y las espinas resucitadas del Señor. Darse, con la palabra, el ejemplo y la vida, como un patrimonio contemplativo y sagrado que se pone a los pies de los demás para servirles con entrega. Darse, sabiendo que Dios siembra la vocación en los surcos de nuestra tierra para ser personas cántaro que sacien la sed de tantos necesitados.

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San José, el artesano en la fe y el amor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Esta semana celebramos la festividad de san José: el humilde carpintero que asumió –con amor, fidelidad y entrega absoluta– el tesoro más grande que se le depositó en sus manos, el hijo de Dios.

«Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios “el hijo de José”». Con estas palabras, el Santo Padre comienza la carta apostólica Patris corde, en la que el Pontífice recuerda el 150 aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia Universal, para reivindicar así el valor de su figura y celebrar un año dedicado especialmente a él.

La vida de san José es un evangelio vivo, escrito –a corazón abierto– con la tinta de la fidelidad. La belleza de su vida y la bondad de sus manos hicieron de él la persona de confianza de Dios para cuidar de Jesús y de María. Por eso, adherido a esa fidelidad que redime el tiempo (Ef 5,16), desde un amor fraguado en el cuidado, se dio todo, del todo y para siempre.

San José se abandonó sin reservas en las manos del Padre, poniendo a los pies de la Divina Providencia el andar humano del Hijo de Dios. Y es que tener fe en Dios, como señala el Papa Francisco en esta carta apostólica titulada Con corazón de padre, incluye creer que «Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades y de nuestra debilidad». Al mismo tiempo, «nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca».

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Tu gracia vale más que la vida

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Se cumple un año de esta pandemia que alteró profundamente nuestros esquemas y deshizo nuestros planes. A nivel sanitario, social y económico, las consecuencias del coronavirus son, del todo, adversas. Ante un escenario así, tantos se preguntan: ¿es posible la esperanza? Y la respuesta es afirmativa porque hay espacio para la generosidad, la entrega y el servicio a pesar del fragor del oleaje.

Mañana, la festividad de san Juan de Dios nos recuerda que la última palabra no la tiene la desesperanza, la desconfianza, ni el temor. La última palabra la tiene el amor. Quienes le conocieron, relatan que este santo falleció con solo 55 años, consumido por entregarse hasta el último aliento y extenuado a causa de sus penitencias extremas. Se fue lentamente, tras enfermar a causa de una fuerte pulmonía que contrajo días después de rescatar a un chico de la calle que se estaba ahogando. Una vida dedicada a los enfermos y a los más pobres de entre los pobres.

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El ministerio de los laicos en la Palabra y la Eucaristía

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Cuando se sirve por amor, en libertad y desde una entrega desprendida, el corazón toma la forma del de Cristo, que «no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida por todos» (Mt 20, 28).

A principios de año, el Papa Francisco estableció con el motu proprio Spiritus Domini, que los ministerios del lector y del acólito, que hasta ahora se conferían únicamente a los candidatos al ministerio ordenado, estén abiertos a todos los laicos precisamente en su condición de laicos y, por tanto, también a las mujeres, de forma estable e institucionalizada con un mandato especial.

Es cierto que, en muchas comunidades del mundo, no es ninguna novedad ver a mujeres leyendo la Palabra de Dios o sirviendo en el altar, colaborando en la distribución de la Eucaristía o llevándola a los enfermos. Sin embargo, no ha sido hasta ahora, a raíz del discernimiento que brotó de los últimos Sínodos de Obispos, que el Santo Padre ha hecho oficial e institucional esta presencia laical y también femenina en el servicio de la Palabra y la Eucaristía.

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Parroquia Sagrada Familia