Día del Misionero Burgalés: toda una vida al servicio del Amor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Ayer celebramos, en Burgos, el Día del Misionero Burgalés: un encuentro que, en forma de homenaje, recuerda de manera especial a nuestros misioneros y a sus familias.

Dios, a través de este Jubileo de los Misioneros que venimos celebrando desde hace 33 años, nos invita a salir, a romper los muros de la indiferencia, a irradiar la alegría del Evangelio y a redescubrir «la mística de la misión». Una mística que, como dijo el Papa Francisco a los Institutos Misioneros en el mes misionero extraordinario, «es necesario redescubrir en toda su fascinante belleza» porque «conserva para siempre su extraordinario poder».

Esta sed de comunión con Cristo solo se entiende a través del testimonio, desde una mirada creyente, contemplativa y donada que sobrepasa cualquier razón, juicio o entendimiento.

El misionero es un apóstol que, habiendo vivido una fuerte experiencia de encuentro con el Señor, no puede dejar de contar lo que ha visto y oído. Y, por eso, como en el relato de la vocación del profeta Isaías, grita: «Aquí estoy, mándame» (Is 6, 9). Y lo hace en la soledad del desierto, en el sigilo dolorido de la enfermedad, en la intemperie de una humanidad callada, en esa certeza que nace de una promesa eterna o en medio de la noche más callada, cuando apenas queda voz para volver a decir «sí».

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El palio arzobispal: hacerse cargo de los heridos de la vida

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy quisiera compartir con todos vosotros un precioso regalo que Dios, de manos del nuncio de Su Santidad en España, me hará dentro de unos días. El 10 de julio a las 12 del mediodía, en el corazón de nuestra catedral de Burgos, el Nuncio apostólico, en representación del Papa Francisco, impondrá sobre mis hombros el palio arzobispal: un distintivo litúrgico –cuyos orígenes se remontan al siglo IV–, que es símbolo de la comunión que existe entre los arzobispos y el obispo de Roma. Os invito cordialmente a acompañarme en esta entrañable celebración.

El Papa Francisco, una y otra vez, nos pide a los obispos que sigamos trabajando, de manera incansable, para ser una Iglesia misionera, hospital de campaña, capaz de acoger a los heridos de la vida, abierta a los horizontes eternos, donde Cristo se haga presente en medio de nosotros para poder ofrecerlo a los demás.

Y yo, consciente de esta llamada al amor incondicional y fraterno, a pesar de mi debilidad, deseo pronunciar el mismo «sí» que prometí el 12 de abril de 2008, día en que recibí la consagración episcopal. Hoy, trece años más tarde, aquella llama de amor infinito sigue prendida a mis entrañas no debido a mis fuerzas, tan limitadas, sino a la conmovedora misericordia de Dios que se manifiesta cada día. Y aquí estoy, entusiasmado como el primer día, apasionado por servir con humildad a Jesús en sus hermanos, gozando de un ministerio que me hace feliz, vivido en pobres vasijas de barro.

El palio arzobispal, vestidura litúrgica fabricada en lana virgen de los corderos del monasterio de Santa Inés de Roma, que ha pernoctado un tiempo largo sobre la misma tumba de Pedro y que se pone sobre los hombros de los arzobispos, recuerda al Buen Pastor que da la vida por su rebaño y que carga sobre sí a sus ovejas, particularmente a las más heridas. Es una llamada a preservar esa vocación de Cristo que carga con la vida de los demás: con su modo de ser, con sus gozos y esperanzas y también con sus cruces y dificultades.

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Cada vez que lo hicisteis con estos pequeños hermanos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, cuando celebramos el Día Mundial del Refugiado, solo podemos acogernos a un mensaje, a una esperanza, a una promesa: el mayor don que nos podemos ofrecer es el amor. En cada persona que sufre, Dios sale a nuestro encuentro. Y, por ello, cuando descuidamos a un corazón necesitado, abandonamos a Dios; y cuando calmamos su sufrimiento, estamos consolando el corazón del Padre.

Recuerdo con especial emoción al Papa Francisco, en su visita a la isla griega de Lesbos. El Santo Padre, tras acariciar la piel del dolor que allí se podía palpar con las propias manos, dijo que aquello era «la mayor catástrofe humana desde la II Guerra Mundial». O cuando, en 2013, cambió el arte icónico de la Ciudad del Vaticano por los vestigios llagados de Lampedusa, la primera isla de Europa en la que desembarcan miles de refugiados en busca de una vida mejor. Aquellas dolorosas imágenes interpelan nuestra conciencia: ¿Cómo podemos permitir tanto dolor? ¿Qué hacer ante estos hermanos migrantes y refugiados que tan solo conocen la suerte del que no tiene nada?

Allí, en aquel escenario de posibilidades frustradas por nacer en el lado equivocado de la Tierra, el Santo Padre condenó con firmeza la «globalización de la indiferencia», y confesó que «miramos al hermano medio muerto tirado en la calle y, quizá, pensamos “pobrecillo”, y seguimos por nuestro camino». Porque pensamos que «no depende de nosotros, y nos sentimos justificados». Y lanzaba una pregunta necesaria, tenaz, directa a nuestros corazones amoldados por la textura de la piedra y del barro: «¿Quiénes han llorado por estas personas que iban en esta barca? ¿Por esas madres que llevaban a sus hijos? ¿Por esos hombres que buscaban un modo de sostener sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto, del padecer con».

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El foro de la concordia empapa la catedral de esperanza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

El 20 de julio de 2021, nuestra catedral de Burgos conmemora los 800 años de la colocación de su primera piedra. Conmemorar cada pincelada del Templo Madre de toda la diócesis nos abre, ciertamente, los ojos del alma ante la mirada compasiva de un Dios que nos transforma en piedras vivas y en templos suyos para mudar el corazón del mundo.

Enraizados en los albores de esta preciosa celebración, y como hijos y hermanos de un Amor inagotable, los días 16, 17 y 18 de junio celebraremos en la catedral una edición del foro de la concordia.

Un momento especial, no solo para esta Iglesia que peregrina en Burgos, sino para una sociedad tan necesitada de consuelo, de empatía y de solidaridad, en un año marcado por el dolor y prendido en un anhelo de esperanza.

La catedral de Santa María de Burgos, nuestra majestuosa y bella basílica, abre de par en par sus puertas, ensancha cada rincón de su cuerpo vivo y se presenta como un lugar de encuentro, diálogo, comunión, apertura y acogida. Haciéndose, cada día, custodia y consuelo, posada y refugio del Cuerpo de Cristo.

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La Eucaristía: amados para aprender a amar

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy celebramos la festividad del Corpus Christi, el Día de la Caridad: una gran oportunidad, como destacan los obispos de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social, «para tocar las llagas de Cristo y descubrir que, detrás de sus heridas, encontramos el dolor y el sufrimiento de nuestros hermanos, abriéndonos al misterio de Cristo crucificado y resucitado donde resplandece la gloria de Dios».

Cuando uno se adentra en el corazón de la Eucaristía, en la inmensidad de este precioso sacramento, descubre que solo existe una verdadera asamblea eucarística cuando existe una comunidad que comparte en Cristo la propia vida. Con sus luchas y fracasos, con sus gozos y desiertos, con sus avances y cansancios. Una comunidad que vive en torno al Amor, en una fraternidad fraguada a base de esperanzas, consuelos y servicio.

La Eucaristía es una Comunión de Vida que implica también la comunicación de bienes, en torno a un Pan partido que entraña un compromiso en favor de los necesitados. «Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres sus hermanos» (n. 1397). Y no solo lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, lo reza –en la Palabra– la promesa del Dios de Jesucristo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos» (Mt 28, 20).

La Tradición de la Iglesia reconoce en los pobres la presencia del rostro de Cristo. Y qué importante es hacernos prójimos, cercanos, hermanos; darnos, partirnos y compartirnos; hacernos Eucaristía y saciar el hambre del necesitado según la humanidad de Jesús de Nazaret…

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Parroquia Sagrada Familia