Jornada Mundial de los Pobres

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

A los pobres los tienen siempre con vosotros (Mc 14,7). Esta afirmación de Jesús, anticipo y promesa de una resurrección que se hace vida y presencia en el rostro cansado de esta frágil Tierra, nos recuerda que hoy –desde el corazón del Papa Francisco hasta el último de los hijos de Dios– celebramos la V Jornada Mundial de los Pobres.

El rostro de Dios que Él revela «es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres», recuerda el Papa en su mensaje para esta jornada. Toda la obra de Jesús afirma que «la pobreza no es fruto de la fatalidad», sino que es «un signo concreto de su presencia entre nosotros».

Ciertamente, solo es necesario pasear por las aceras de la historia para descubrir al mismo Cristo en los ojos de los pobres y en las manos consoladoras que los sostienen. Ellos, los preferidos del Padre y los primeros en ser llamados a compartir la bienaventuranza del Señor y su Reino (cf. Mt 5,3), nos enseñan a caminar por el corazón de Dios, a curar sus llagas, a sanar el matiz de sus cicatrices y a aliviar su cansancio.

¿Cuántas veces pasamos al lado de un pobre y no nos dignamos a mirarle a los ojos? ¿Cuántas calles con personas necesitadas recorremos, a lo largo de nuestra vida, y no nos paramos siquiera a pensar –desde el corazón– qué les ha llevado hasta esta situación? ¿Qué más necesitamos para aprender que, en la persona de los pobres, hay una presencia de Dios?

Necesitamos contemplar el rostro de los pobres, y acercarnos a ellos para hacernos cargo de su situación. No basta con mirar y reconocer que el Reino les pertenece con más hondura que a los demás. Debemos acercarnos y descubrir en ellos la presencia de Dios que reclama nuestro amor y nuestra ayuda (Jn 1, 14). Un Dios que se despoja de su gloria, que se llama servidor y se vacía de sí hasta la última gota para hacernos entender que si Él pudo, nosotros también. Y que es uno con ellos, un pobre entre los pobres, que se despoja de sí mismo «tomando la condición de siervo» (Filp 2, 7) para compartir nuestra pobreza y llenarla con la riqueza de su vida y de su amor.

Decía la Madre Teresa de Calcuta, la «infatigable benefactora de la humanidad» como le llamaba el Papa san Juan Pablo II, que «su contribución era solo una gota en un océano de sufrimientos, pero que, si no existiera, esa gota le haría falta al mar». Y esa debe ser nuestra labor, siendo las manos operativas del amor de Dios. En su persona, el Señor se puso en el lado de los excluidos de la sociedad: comía con ellos, se sentaba a su lado, les hablaba de sus miedos, sostenía su angustia, compartía su vida y les daba de su pan. No como uno más, sino como uno de ellos. Y lo vemos claramente en su encarnación, en ese misterio patente donde el pobre de Yahvé nos permite ver a un Dios cercano, humilde y hermano que hasta se puede tocar…

Queridos hermanos y hermanas: «Los pobres de cualquier condición y de cualquier latitud nos evangelizan». Así lo expresa, una y otra vez, el Papa Francisco. Ellos, «nos permiten redescubrir de manera siempre nueva los rasgos más genuinos del rostro del Padre».

Ellos, sin duda alguna, nos llevan la delantera en el Reino de los Cielos. Y no por nuestros pobres méritos, sino porque el Padre solo conoce esa manera de amar. Desde los últimos, desde los desheredados de una sociedad con la vida derramada en haciendas y poderes, desde aquellos que son fruto de la violencia, la desigualdad, la marginación, la indigencia o el desamparo.

Solo hay que mirar a la Cruz para entender que Jesús quiso hacerse uno de tantos para entregar la vida pobre entre los pobres. Una opción preferencial por los pobres que no es excluyente, sino inclusiva, porque encuentra –en cada estrofa del Evangelio– el eco de un Hijo que, lejos de juzgar, acoge con amor a todos para mostrar su misericordia y rescatar a cada uno de lo que le oprime y le impide vivir en plenitud. Una acogida que resume su manera de acercar el Reino que su vida proclama.

Hoy, ponemos nuestra esperanza en la Santísima Virgen María, la Madre de los pobres, los humildes y sencillos, Aquella que desea reunir a todos sus hijos en torno a la Mesa del altar, para que Ella nos ayude a practicar la misericordia, a ser prójimos con los heridos y a reconocer a Su hijo amado en el corazón de los pobres de la Tierra.

Con gran afecto pido a Dios que os bendiga en esta jornada mundial de los pobres.

Parroquia Sagrada Familia