La Eucaristía: amados para aprender a amar

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy celebramos la festividad del Corpus Christi, el Día de la Caridad: una gran oportunidad, como destacan los obispos de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social, «para tocar las llagas de Cristo y descubrir que, detrás de sus heridas, encontramos el dolor y el sufrimiento de nuestros hermanos, abriéndonos al misterio de Cristo crucificado y resucitado donde resplandece la gloria de Dios».

Cuando uno se adentra en el corazón de la Eucaristía, en la inmensidad de este precioso sacramento, descubre que solo existe una verdadera asamblea eucarística cuando existe una comunidad que comparte en Cristo la propia vida. Con sus luchas y fracasos, con sus gozos y desiertos, con sus avances y cansancios. Una comunidad que vive en torno al Amor, en una fraternidad fraguada a base de esperanzas, consuelos y servicio.

La Eucaristía es una Comunión de Vida que implica también la comunicación de bienes, en torno a un Pan partido que entraña un compromiso en favor de los necesitados. «Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres sus hermanos» (n. 1397). Y no solo lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, lo reza –en la Palabra– la promesa del Dios de Jesucristo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos» (Mt 28, 20).

La Tradición de la Iglesia reconoce en los pobres la presencia del rostro de Cristo. Y qué importante es hacernos prójimos, cercanos, hermanos; darnos, partirnos y compartirnos; hacernos Eucaristía y saciar el hambre del necesitado según la humanidad de Jesús de Nazaret…

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Pentecostés, el Espíritu que edifica el Reino de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«Los sueños se construyen juntos». Con este lema, inspirado en la carta encíclica del Papa Francisco, Fratelli tutti, celebramos hoy, en la solemnidad de Pentecostés, el Día de la Acción Católica y el Apostolado Seglar.

¡Qué importante es soñar juntos!, recuerda el Santo Padre en el pasaje número 8 de esta exhortación que pone en la fraternidad y en la amistad el rostro profundo del Evangelio. Juntos, haciendo visible la alegría de la Resurrección, siendo todos uno en el Amor. Juntos, para cumplir –en un renovado Pentecostés– el sueño infinito de Dios. Juntos, en definitiva, formando un solo corazón, siendo una sola carne, viviendo un mismo sentir.

La Comisión Episcopal de Laicos, Familia y Vida enmarca esta Jornada en el Congreso de Laicos que celebramos a principios del año pasado. A la luz de aquellos días, vividos en torno a la Palabra, y en este contexto actual marcado por esta pandemia que ahora nos abate, debemos continuar remando como Iglesia con el fin de hacer realidad los deseos, las esperanzas y los sueños expresados en aquel Congreso.

Sueños que no terminan, porque no son nuestros, sino de Dios; y Él, cada día, los hace nuevos en su presencia. Sueños para la Iglesia que peregrina en España y que anhela alcanzar un renovado Pentecostés. Sueños sellados, a corazón abierto, por la senda del discernimiento, de la corresponsabilidad y de la sinodalidad, como nos indica el Papa Francisco.

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Una mirada al mundo rural desde el corazón

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Acabamos de bendecir nuestros campos en la festividad de San Isidro Labrador. La tierra extensa que cultivamos y los pequeños núcleos rurales que lo jalonan nos recuerdan a Nazaret, el lugar donde Jesús creció y aprendió el arte de vivir su humanidad junto a María y a José; era un pequeño pueblo asentado en la ladera de una colina, habitado por pocas familias. Hoy, desde lo humilde, lo sencillo y lo pequeño, ponemos la mirada desde el corazón al mundo rural. La pastoral que en él se desarrolla está arraigada en el cuidado de comunidades pequeñas, en el servicio silencioso y constante de sacerdotes que se multiplican en sus tareas y laicos que colaboran generosamente para que la llama de la fe continúe iluminando los campos y sus gentes.

La pastoral en el mundo rural es una escuela inestimable de generosidad. Un Evangelio escrito desde la escucha, desde la confianza y desde pequeños detalles de amor y de servicio que, como decía san Juan de la Cruz, «solo con amor se pagan». La Iglesia, como madre, esposa y maestra, se hace camino, verdad y vida en esta realidad humilde a la que Dios nos envía como pastores, discípulos y misioneros para nutrir de su vida nueva la capilaridad del Pueblo de Dios con la savia del Evangelio que inunda los pliegues y llanuras de nuestra tierra.

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La Pascua el enfermo, fuente de esperanza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, con el alma rozando –a media voz– lo que Dios va escribiendo en nuestras vidas, celebramos la Pascua del enfermo. Un momento realmente especial, en medio de esta pandemia que estamos padeciendo, para sostener la angustia de tantos Cristos rotos que, desde una cama de hospital, una residencia, una casa sin vestir, una soledad desnuda, anhelan una sola mirada nuestra para percibir que son queridos y que estamos dispuestos a alimentar la llama de su esperanza.

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28), entona la Palabra, en la voz delicada del Señor, para recordarnos que –del misterio de su Muerte y su Resurrección– brota un amor capaz dar sentido a todo: al hálito fatigoso del enfermo y al servicio generoso del cuidador. La enfermedad comienza a encontrar un rayo de sentido cuando se vive desde la oración del Padrenuestro, desde ese corazón traspasado que se dejó crucificar para enseñarnos que solo amando hasta el extremo, es posible ponerle nombre al dolor.

El Papa Francisco, en sucesivas ocasiones, ha señalado que «una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a los miembros que más sufren». Y hoy hemos de hacerlo, no por obligación, sino por amor. Porque también los enfermos son esenciales para nuestra vida y nos aportan mucho más de lo que nosotros podemos dar. Con ellos queremos caminar, procurando que nadie se sienta excluido ni abandonado, hasta transformar nuestro miedo en la confianza de caer en los brazos del Padre.

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Madres: el maravilloso regalo de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Una vez leí que el corazón de una madre es un abismo profundo en cuyo fondo siempre encontraremos acogida y perdón. Y es que el amor de una madre es tan incondicional que no sabe de pasados, que no tiene en cuenta el mal y que no contempla lo imposible. Hemos comenzado el mes de mayo; mes de María; mes de la madre.

Hoy, quisiera dedicar esta carta, de manera muy especial, a todas las madres del mundo. A vosotras: valientes, fuertes, humildes, sencillas, heroínas que, en medio de una dificultad asombrosa, habéis conseguido sacar adelante a vuestros hijos. Y, en el corazón de todas vosotras, pienso en la Virgen María: la madre del amor, la razón de la ternura, el cáliz viviente que custodió –en su vientre– a Jesús.

Una madre es algo tan maravilloso y tan bello que hasta el mismo Dios quiso tener una. Ella, custodia de la vida de la Iglesia, con su ofrenda sobrehumana en la cruz, nos hace a todos hijos; amados, elegidos e infinitamente suyos. Un amor que brota de otro más grande: el del Padre, que –abrazando a su Hijo, en sus últimos hálitos de vida– nos entregó a su propia madre. «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27). Y, desde ese momento, Dios vistió de humanidad la orfandad de un mundo tantas veces solitario.

Las madres son «el antídoto más fuerte para el individualismo, las que más repudian la guerra que mata a sus hijos y las que atestiguan la belleza de la vida», dijo el Papa Francisco en 2015, durante la primera catequesis de las audiencias generales de los miércoles. Y, ciertamente, «una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana», apenada, vacía de sentido.

Ya sabéis por dónde pasa el camino más directo para llegar a Jesús: por María. Y también os podéis imaginar quién intercede para que vuestros nombres sean escritos en el libro de la vida: María. «Todo a Jesús por María, y todo a María para Jesús», rezaba san Marcelino Champagnat.

Una madre, tenemos todos una experiencia constante de ello, entiende, perdona, no lleva cuentas, cuida, enseña, sufre, cura y, sobre todo, ama. Mucho más, incluso, que a ella misma. Porque es capaz de tomar el lugar de todos, de esperar lo inesperable, de permanecer en silencio, sea el tiempo que sea, hasta que el corazón de su hijo vuelva a abrazar la calma.

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Parroquia Sagrada Familia