La Asunción de María, el camino para la plenitud en la eternidad

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, el Amor con mayúsculas sublima la existencia. Hoy, vuelve a exultar de gozo aquel Niño encerrado en el seno materno. Hoy, la Virgen María sube gloriosa al Cielo. La Madre de Dios y nuestra, inmaculada en su concepción, vence al pecado y a la muerte. Y lo hace para siempre. La glorificación de su cuerpo virginal –a imitación de su Hijo único Jesucristo– nos recuerda, como dijo el apóstol de los gentiles, que «la muerte ha sido absorbida en la victoria»

Hoy, desde lo más profundo de la intimidad de María, desde lo más insondable de su silencio, «brota ese cántico que expresa toda la verdad del gran misterio». Así lo expresó el Papa san Juan Pablo II, un gigante de Dios, en una homilía pronunciada en la iglesia de Santo Tomás de Villanueva (Castelgandolgfo), en 1979. Allí, en el umbral de la eternidad, tras el encuentro admirable del Magníficat, destacó que la inmensidad de ese cántico «anuncia la historia de la salvación y manifiesta el corazón de la Madre: “Mi alma engrandece al Señor” (Lc 1, 46)». Por ello, en el momento en que se clausura su peregrinaje terreno, «brota de nuevo del corazón de María el cántico de salvación y de gracia: el cántico de la asunción al cielo».

La Iglesia pone de nuevo en boca de la Asunta, Madre de Dios y nuestra, el Magníficat, testamento espiritual donde hemos de postrar cada resquicio de nuestra fe. Ahora, como hijos, discípulos y peregrinos, llenos de un profundo gozo en el seno de la eternidad, queremos de permanecer exultantes en Su presencia, porque el Poderoso ha hecho en nosotros –endebles y quebradizas vasijas de barro– maravillas (Lc 1, 47-49). Un amor que se derrama incólume en el Cordero de Dios, en esa inmensa misericordia que se esparce de generación en generación (Lc 1, 50). La Asunción de María nos muestra el horizonte que conduce a la plenitud en la eternidad. Ella, elegida para ser Madre del Verbo Encarnado, mora –del primero al último latido– en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: el seno de la Santísima Trinidad.

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Santo Domingo de Guzmán, a los 800 años de su fallecimiento

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«Tened caridad, conservad la humildad y poseed la pobreza voluntaria». Detrás de este mandato de amor, se encuentra la mirada de un hombre sencillo, un evangelizador compasivo y un predicador infatigable: santo Domingo de Guzmán.

La profunda y ejemplar vida de este fundador y organizador de la Orden de Predicadores, nacido en la localidad burgalesa de Caleruega en 1170, cumple 800 años desde el día de su fallecimiento. Esta celebración del patrón de nuestra provincia muestra el camino a seguir para quien quiera llevar la Palabra de Dios a esos corazones que nunca tuvieron la oportunidad de escucharla.

El testimonio de vida cristiana «es la primera e insustituible forma de evangelización», repetía este apóstol de la fraternidad, consciente de que «el trigo amontonado se pudre». Y así gastó el resto de su vida: viviendo en Cristo, sembrando caridad, contemplando los silencios heridos, construyendo el Reino sin imponer más cargas de las indispensables (Hch 15,28), configurándose con Dios en la carne apenada de los sufrientes, consumiéndose por la Iglesia desde el primero hasta el último de los rincones donde fuera necesaria la mano compasiva del Señor.

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Tiempo para serenar el alma

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Adentrados en un periodo que ojalá sea de serenidad y descanso, Dios –una vez más, después de todo este tiempo de pandemia– nos concede la oportunidad de disfrutar de la belleza de la creación, al lado de las personas que confirman y dan sentido a nuestra existencia.

 El verano es tiempo de familia, de amistades, de respiro, de pobres y de Dios.

La familia es el hogar de nuestro amor cotidiano, la casa donde el pan, la paz y el corazón siempre están dispuestos. En estos días de descanso, es esencial convertirnos en custodios de este regalo para que no olvidemos la importancia de cuidar, con compasión, la fragilidad que conforma nuestra propia carne y sangre. Esta iglesia doméstica nos enseña, día tras día, y a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret, el verdadero sentido del amor.

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Camino de Santiago: un milagro de amor de la mano del apóstol

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Decía Goethe, famoso escritor alemán del siglo XIX, que «Europa se hizo peregrinando a Compostela». Un pensamiento que precisamente hoy, día de Santiago el Mayor, en el corazón de un Año Santo, adquiere una relevancia exclusiva, señalada y especial.

Santiago de Compostela celebra el Año Jubilar cada vez que el 25 de julio coincide en domingo. Una secuencia temporal de seis, cinco, seis y once años que se inaugura con la apertura de la Puerta Santa la tarde del 31 de diciembre del año anterior. Desde ese momento, se abre la puerta que, tradicionalmente, utilizan los peregrinos para entrar en el templo. Cabe destacar que este año, debido a la pandemia, el Papa ha concedido que el Año Santo se prorrogue un año más.

El Camino de Santiago es el primer itinerario cultural europeo y el cordón umbilical de nuestro continente. Un Camino que no se anda, se vive. Como lo hizo san Juan Pablo II, en 1982, para convertirse en el primer Papa peregrino que llegaba a la Catedral de Santiago. Y como lo han hecho tantos y tantos hijos de Dios.

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La catedral de Burgos cumple 800 años

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Este martes, 20 de julio, se cumple el 800 aniversario de la colocación de la primera piedra en nuestra catedral de Burgos. Una fecha, sin duda, especial, que abre la senda de una esperanza que no se marchita y que nos recuerda cómo Dios, cuando más elevada es la finitud de nuestra existencia, edifica para hacer, con nosotros, la historia de amor jamás imaginada.

Sois templo de Dios, reza el lema de este Año Jubilar, desde la voz de san Pablo a los Corintios (1a Cor 3, 16). Un eco que hoy resuena, a corazón abierto, en cada una de las paredes de nuestra catedral: una morada inundada de belleza para el alma, de quietud para el espíritu y de bálsamo para las heridas.

Dios, a golpe de latido, quiere hacer de la humanidad su morada, situando su santuario en medio de nosotros por los siglos (Ez 37,27; cf. 43,7), como piedras vivas para un sacerdocio santo (1 Pe 2,5), haciéndonos templo suyo para que el Espíritu Santo nos habite por dentro (1 Cor 3,16).

Y, a la luz de este sentir, pongo mi recuerdo en el obispo Mauricio; quien, en 1221, que junto al rey Fernando III el Santo, colocó la primera piedra de la nueva catedral de Burgos para convertirla, por la inconmensurable gracia de Dios, en el edificio más emblemático del gótico español.

La catedral, pilar fundamental en torno al que se estructura la celebración de este centenario, es un sueño de Dios, un símbolo que encarna la vida cristiana. Desde su corazón de carne, aunque su rostro esté revestido de piedra, han brotado raudales de cultura, de fe, de caridad, de misericordia y de humanidad durante 800 años.

Desde la primera piedra, que simboliza al propio Cristo como «piedra angular», el sueño de Dios Padre se fue fraguando en cada uno de sus rincones. De esa manera, «el Verbo se hizo carne» hasta habitar entre nosotros (Jn 1, 14).

800 años de vida, y una vida en abundancia. 800 años en los que Dios eterno se introduce en el tiempo y planta su tienda en los lugares más insospechados para habitar el corazón de las personas. 800 años de humanidad, siendo testigo de una historia que lleva inscrito el reflejo compasivo de su nombre.

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