La familia de Carlos amaba los animales. Eran los rescatadores del barrio. Si encontraban un pájaro herido, lo levantaban, lo curaban, y lo alimentaban hasta que pudiera volar. Si veían algún perro con hambre o enfermo, lo llevaban a su casa y, cuando se reponía, lo daban en adopción. Una noche, mientras regresaban a su casa, vieron tirado a un costado de la calle a un perrito. Pararon inmediatamente, lo envolvieron con una manta y buscaron una veterinaria a donde llevarlo. Alguien lo había atropellado y tenía una patita rota. La veterinaria lo curó, entablilló la patita y les dio las recomendaciones para que lo cuidaran.
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En este tiempo de Cuaresma, en que vamos caminando hacia la Pascua, la Iglesia nos propone varios textos en que se nos habla de conversión. Hoy nos dice Jesús que, al ver acontecimientos trágicos y que, en cierto modo, son misteriosos, debemos sacar provecho para nuestra conversión. Es el cambiar de mentalidad, es el acudir a Dios, que es nuestro Padre, y que es compasivo y misericordioso, como nos dice el salmo responsorial, y que por lo tanto está deseoso de darnos el abrazo de paz y de perdón.
Algunos le recordaron a Jesús cómo Pilatos había hecho matar a unos galileos en el momento de ofrecer sacrificios a Dios. No sabemos cuándo fue ni porqué motivo. Seguramente eran una especie de guerrilleros o terroristas, a los cuales se les seguía por algún levantamiento y Pilatos aprovechó el momento. Los que se lo recordaban a Jesús, querían saber su opinión. Para responderles, Jesús lo amplió con otro hecho, que fue una catástrofe natural, quizá un pequeño terremoto, pero que aún estaba en la mente de la gente. Lo primero que les dice Jesús a la gente, y nos lo dice a nosotros, es que sea que una catástrofe venga por motivos naturales o por alguna voluntad humana, no es un castigo de Dios contra aquellos que hayan hecho una maldad.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El cristiano, decíamos el domingo pasado, ha de redescubrir su existencia en clave de vocación, como llamada y como respuesta; «una llamada de amor, dice el Papa Francisco, para amar y servir», siendo diversas las formas de vivir esta vocación. Hoy quisiera dedicar mi mensaje a la vocación política, al compromiso del cristiano en el ámbito de la política como tal. Deseo ofreceros esta breve reflexión después de algunos encuentros que la Iglesia de Burgos ha celebrado en los últimos meses y que han tenido este campo como objeto de su estudio o acción. El sábado pasado, el Consejo Pastoral Diocesano reflexionaba sobre la dimensión social de la fe y la urgencia de animar la presencia de los cristianos en la política. Hace unos días, la semana arciprestal de Gamonal se centraba en esta cuestión con gran éxito de presencia. Y hace un poco más de tiempo, el Departamento de Formación Sociopolítica tenía su habitual encuentro con políticos que reflexionaron sobre la política y la paz.
No hace falta comentar el desprestigio que el compromiso político tiene en la mayor parte de la población. Las encuestas del CIS plantean que los políticos y sus comportamientos se han convertido en un auténtico problema social que lastra incluso la vida democrática. Y todo ello, lo vivimos en la antesala de unas citas electorales que cambiarán el panorama político en los diferentes ámbitos municipales, provinciales, regionales, nacionales y europeos. ¿Qué podemos decir? ¿Qué podemos hacer?
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Todos los años en el 2º domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone a consideración la escena de la Transfiguración del Señor. Este año el evangelista que lo narra es san Lucas, pues estamos en el ciclo C. Se pone en este 2º domingo de Cuaresma, pues encierra una gran enseñanza para este tiempo. Se supone que hemos comenzado la Cuaresma con verdadero sentido cristiano de unirnos con Cristo, a quien consideramos ofreciéndose al Padre por nosotros en la Semana Santa. Por lo tanto, debemos sentir más vivamente el arrepentimiento de nuestros pecados. La gran lección es que, si a Dios le parece bien que suframos un poco por nuestros pecados, no es porque quiera para nosotros el dolor, sino porque es un paso para llegar a la felicidad de su gloria.
Habían pasado pocos días desde que Jesús les había dicho a los apóstoles, que iban hacia Jerusalén, donde iba a sufrir y morir por nosotros. Claro que también les había dicho que al tercer día iba a resucitar. Los apóstoles, sin embargo, habían atendido demasiado a la parte de los sufrimientos y no podían comprender cómo Jesús, a quien le tenían por Mesías, como lo había proclamado Pedro, podía morir tan pronto y de forma tan degradante. Estaban tristes. Ahora Jesús les quiere dar a los tres discípulos más íntimos como un pequeño adelanto de lo que será la resurrección y enseñarles la verdad de que su muerte dolorosa iba a ser un paso necesario o muy conveniente para la resurrección. Después de la resurrección de Jesús, darían una gran importancia a este suceso, como se verá en la predicación y cartas de san Pedro.
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