Vivir en libertad
La familia de Carlos amaba los animales. Eran los rescatadores del barrio. Si encontraban un pájaro herido, lo levantaban, lo curaban, y lo alimentaban hasta que pudiera volar. Si veían algún perro con hambre o enfermo, lo llevaban a su casa y, cuando se reponía, lo daban en adopción. Una noche, mientras regresaban a su casa, vieron tirado a un costado de la calle a un perrito. Pararon inmediatamente, lo envolvieron con una manta y buscaron una veterinaria a donde llevarlo. Alguien lo había atropellado y tenía una patita rota. La veterinaria lo curó, entablilló la patita y les dio las recomendaciones para que lo cuidaran.
El menor de los hijos dijo que tenía cara de Urko y así comenzaron a llamarlo. Urko resultó ser muy cariñoso y educado. No entraba a la casa, aunque estuviera lloviendo con truenos y relámpagos. El ruido lo asustaba y se escondía entre las macetas sin romper ninguna planta. Nunca habían tenido un perro así. El día que lo llevaron a la veterinaria y le quitaron el vendaje, decidieron que Urko se quedaría a vivir con ellos. ¿Dónde estaría mejor? Sin embargo, Urko cambió su carácter. Se volvió un perro triste, se pasaba el tiempo tirado en el suelo y solo parecía alegrarse cuando alguno de los niños le hacía caricias.
Una tarde en que la madre estaba hablando con una vecina en la puerta, Urko pasó entre sus piernas y se escapó. Por más que lo llamó, no regresó. El hijo lloraba desconsoladamente. —¿Por qué se fue? Aquí no le faltaba nada, tenía comida, cariño... —Vamos a buscarlo -dijo el padre. Recorrieron el barrio y lo encontraron en la plaza, saltando entre otros perros. Se acercaron, lo agarraron, lo subieron a la camioneta y regresaron a la casa. Allí, Urko solo mostraba alegría cuando se le acercaban los niños. Cada día comía menos y estaba más flaco. Tampoco intentaba salir cuando estaba la reja abierta. Al padre se le ocurrió una idea. Abrió un pequeño agujero en la cerca. Urko observaba como sin interés. El padre entró a la casa y espió al perro desde dentro. Urko se paró lentamente, miró para todos lados, sacó primero la cabeza, luego todo el cuerpo. Caminó lentamente por la vereda y después salió corriendo. El hijo estaba furioso con su padre. Sin embargo, esa noche, antes de acostarse, escucharon ladridos en la ventana. Era Urko que le daba las buenas noches como lo hacía siempre. —¿Qué le pasó? -preguntó a su padre. —Extrañaba la libertad. Ahora él elige estar aquí. —¿Vas a cerrar el agujero? ¿Y si se va nuevamente? —No lo voy a cerrar, sabe que puede volver cada vez que quiera.
¿Qué es la libertad para ti? ¿Qué cosas te atan? ¿Qué actitudes te permiten ser libre?. En este tercer domingo de Cuaresma, vamos a intentar dar frutos, es decir, realizaremos acciones buenas: rezar, hacer comentarios que estén guiados por el bien común (ayunar de palabras que ofendan) y ofrecer a los demás algo que tengamos, que puede ser tiempo, cariño, escucha, abrazos o algo material.