Evangelio del domingo, 31 de marzo de 2019
Hoy se nos presenta a consideración la parábola del hijo pródigo, que mejor podríamos llamar del padre bondadoso. Dice al comienzo del evangelio que Jesús dijo esa parábola porque los fariseos y publicanos criticaban a Jesús por el hecho de que acogía con cariño a los pecadores, a los que lo eran de verdad y otros que sólo lo eran en la mente de aquellos fariseos. De hecho estos fariseos, que parecían buenos, porque cumplían externamente la ley, no lo eran para Jesús, ya que despreciaban a otros, que al final resultaban ser mejores que ellos.
Hay tres protagonistas en la parábola, que es una de las páginas más hermosas del evangelio. El hermano menor o hijo pródigo parece perverso. En realidad tiene mucho de atolondrado y se ve engañado por las apariencias de placeres mundanos. El hecho es que hace algo muy malo, que es el pedir la herencia, como desconfiando de su padre y se marcha lejos para gozar “a lo grande”. Allí despilfarra todo el dinero y cuando está en la mayor postración, que para un israelita era el cuidar cerdos, sin tener ni qué comer, piensa volver a su casa. Su arrepentimiento no era muy perfecto, ya que su decisión de volver no está motivada por el recuerdo de la bondad de su padre, sino por lo mal que lo está pasando. Hace un examen de conciencia (“volviendo en sí”) y prepara una fórmula de confesión, que luego diría a medias.
El protagonista principal es el padre. Es reflejo de la bondad de Dios. Le da sin protestar a su hijo pequeño la herencia, aunque sí con dolor. Después le espera todos los días. Cuando le ve de lejos, corre a su encuentro, le estrecha entre sus brazos y ni le deja terminar la fórmula de arrepentimiento. No le admite como esclavo sino como verdadero hijo. Por eso manda que le pongan los signos de hijo como es el anillo, las sandalias y los vestidos. Y organiza una gran fiesta. Así es Dios con nosotros, si tenemos algún arrepentimiento y volvemos a su casa. Muchos ven en la figura del padre más sentimientos de madre. Pero es que Dios es el mejor padre y madre a la vez. Este domingo de Cuaresma es el domingo de la alegría en el perdón, es una llamada a la conversión. Nos dice San Pablo: “Dejaos reconciliar con Dios” (2Cor 5,20). Conocer la bondad de Dios no es para pecar más, sino para acudir a Él con mayor confianza. También esta bondad es un ejemplo que imitar por nosotros.
Pero faltaba el hermano mayor, que es donde están reflejados los fariseos y muchas veces nosotros mismos. Es muy posible que Jesús, al narrar esta parábola al estilo oriental, en que ven muchos símbolos, quisiera hablar de dos pueblos, que son el pagano e Israel. Los paganos estarían reflejados en el hermano menor, pecador, apartado de la casa del padre; pero prontos a estar en la casa del Padre, que quiere abrazar a todos. El hermano mayor sería Israel, especialmente los jefes del pueblo y muy concretamente los fariseos. Aquel hermano mayor no acepta que su hermano tenga aquellas consideraciones, ni le tiene ya por hermano. Critica al padre por su actitud compasiva y no quiere entrar en la fiesta. Parece que todo lo ha hecho bien, pero es orgulloso y rencoroso. En la casa de su padre parece estar más como esclavo que como hijo. Está con su padre, pero no ha aprendido la bondad y la misericordia, que quiere abrazar igualmente a todos sus hijos. En ese hermano mayor estamos reflejados cuando pensamos que nos basta con cumplir los actos externos, mientras que en nuestro corazón abunda el mismo egoísmo que los separados de la Iglesia.
No basta con saber que Dios nos ama; debemos experimentarlo. Y eso será si con confianza acudimos a Él, que vive en nosotros, y alejamos todo egoísmo para vivir la verdadera fraternidad cristiana. Acudir a Dios con alegría para celebrar con mayor fe y gracia la Pascua. Hoy en la oración primera de la misa pedimos que nos apresuremos con fe viva y entrega generosa a celebrar las fiestas pascuales. Así será si sentimos más el amor de nuestro Padre Dios y vivimos en mayor fraternidad.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32):
En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
- «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
- «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. "
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, "
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."
El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"».