Evangelio del domingo, 17 de marzo de 2019

Todos los años en el 2º domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone a consideración la escena de la Transfiguración del Señor. Este año el evangelista que lo narra es san Lucas, pues estamos en el ciclo C. Se pone en este 2º domingo de Cuaresma, pues encierra una gran enseñanza para este tiempo. Se supone que hemos comenzado la Cuaresma con verdadero sentido cristiano de unirnos con Cristo, a quien consideramos ofreciéndose al Padre por nosotros en la Semana Santa. Por lo tanto, debemos sentir más vivamente el arrepentimiento de nuestros pecados. La gran lección es que, si a Dios le parece bien que suframos un poco por nuestros pecados, no es porque quiera para nosotros el dolor, sino porque es un paso para llegar a la felicidad de su gloria.

Habían pasado pocos días desde que Jesús les había dicho a los apóstoles, que iban hacia Jerusalén, donde iba a sufrir y morir por nosotros. Claro que también les había dicho que al tercer día iba a resucitar. Los apóstoles, sin embargo, habían atendido demasiado a la parte de los sufrimientos y no podían comprender cómo Jesús, a quien le tenían por Mesías, como lo había proclamado Pedro, podía morir tan pronto y de forma tan degradante. Estaban tristes. Ahora Jesús les quiere dar a los tres discípulos más íntimos como un pequeño adelanto de lo que será la resurrección y enseñarles la verdad de que su muerte dolorosa iba a ser un paso necesario o muy conveniente para la resurrección. Después de la resurrección de Jesús, darían una gran importancia a este suceso, como se verá en la predicación y cartas de san Pedro.

Jesús en aquel monte, delante de sus tres discípulos, se pone a orar. Pero es una oración tan sublime y mística que deja transparentar parte de su esencia divina. Esto se expresa por lo de los vestidos blancos y la presencia de la nube. Tan contentos están los discípulos, que san Pedro está dispuesto a hacer unas tiendas para quedarse allí por mucho tiempo. Dice el evangelio que no sabía lo que decía, porque estaba como trasportado a otro mundo. Esta es una primera enseñanza: que Dios está con nosotros cuando nos ponemos en oración. A veces deja traspasar un poquito de su grandiosa presencia, dando una felicidad que no lo pueden dar las cosas externas.

Pero Jesús les quería dar la principal lección: que todos los sufrimientos le llevarán a la gloria. Por eso aparecieron allí Moisés y Elías conversando sobre lo que iba a significar la muerte de Jesús. Nos viene a decir el evangelio que todo el misterio de la vida y muerte de Jesús es la culminación de todo lo enseñado en el Ant. Testamento, simbolizado por la ley y los profetas. Y es la gran lección que hoy nos da la Iglesia: que todos nuestros sufrimientos, llevados por amor a Jesús y llevados con Él, nos reportarán una gloria, que un día lo veremos cuando estemos con Cristo en el cielo.
Jesús quería confirmar en la fe a aquellos apóstoles, que no acababan de comprender las palabras de Jesús; y que de hecho no comprenderían hasta después de la resurrección. Hasta entonces el sufrimiento de la cruz sería para ellos un escándalo, cuando debería ser una esperanza en el triunfo definitivo. Así pasa hoy con mucha gente. Es muy difícil conocer el misterio de la vida de la Iglesia. Muchos sólo ven la parte externa y por lo tanto todo lo ven bajo su prisma materialista.

Hoy pedimos en el prefacio de la misa, que el Señor nos dé a entender que “la pasión es el camino de la resurrección”. En el salmo responsorial se habla de “ver el rostro del Señor”. Ese debe ser nuestro anhelo de toda nuestra vida. Y como dice san Pablo en la 2ª lectura, esperamos que Cristo transfigure nuestro cuerpo en cuerpo glorioso como el suyo. A veces Dios nos da en esta vida pequeñas alegrías, que son como anticipos de la gloria futura. Sepamos agradecérselo a Dios. Pero sepamos que luego, como aquellos tres apóstoles, debemos ir a la vida ordinaria a ser testigos de Jesucristo. Y mientras tanto, atendamos a la voz del Padre que nos dice: “Escuchadle”. Escuchando a Jesús y siguiéndole, tendremos un día la gloria eterna.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,28b-36):

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.

Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía.

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Parroquia Sagrada Familia