Con las tentaciones pasa como con tantas otras palabras, que, de tanto usarlas, se gastan y al final no sabemos bien qué significan, porque cada uno las utiliza con un sentido distinto (como «amor», «pecado», «moral», «fe», «religión», y tantas otras). Parece que las tentaciones deberían ser negativas, pero en ciertos ámbitos, como la publicidad, por ejemplo, sería preferible «caer» en la tentación. La misma expresión «caer en la tentación» ya indica algo involuntario, sorpresivo, equivocado. La idea que subyace es que caminamos por un camino claro, pisado, bien indicado, y de repente, paf, «caemos» en la «tentación» equivocándonos, cogiendo una mala senda o, peor todavía, yendo campo a través.
No es cierto que la vida sea un camino marcado y bien indicado. Esta metáfora es fruto de una cierta moral que considera que Dios nos ha dado como un libro de instrucciones para construirnos como personas. Si lo seguimos, hacemos el bien, si nos apartamos, caemos en el «pecado». Dios nos ha hecho a su imagen. Dios nos ha dado un trozo de arcilla para modelar nuestra vida y nos ha dicho: «Haz algo nuevo, auténtico, magnífico. Sé tú mismo». Nos ha presentado una selva virgen y nos ha dicho: «Crea tu camino». Eso no significa que hayamos de ser totalmente diferentes a lo que ya está hecho, que debamos rechazar los caminos inventados por otros antes que nosotros, algunos más sabios que nosotros. Quiere decir, sencillamente, que si cogemos un camino ya hecho es porque hemos pensado y hemos comparado y hemos decidido que ese camino es el que queremos seguir. En cualquier caso, las dificultades que tendremos que superar serán siempre diferentes a los de quienes han recorrido antes aquel mismo camino, y nuestras respuestas serán, en el fondo, totalmente nuestras. Y, si no nos convence ningún camino hecho, ¡lancémonos a crear uno nuevo!