Evangelio del domingo, 4 de diciembre de 2022
Todos los años en el 2º y 3º domingo de Adviento sale a relucir la figura de san Juan Bautista y sus mensajes, que nos deben servir a todos para prepararnos a la verdadera venida de Jesús a nuestro corazón y al mundo entero. El evangelista, al describir a Juan Bautista, recuerda la figura y actitudes de Elías, el gran profeta, de quien decían debía volver. Hoy en la 1ª lectura nos habla otro gran profeta, Isaías, y nos invita a soñar con él en un paraíso que recuerda el de Adán; pero que es un deseo para los tiempos mesiánicos. Es un símbolo de la paz que Jesús quiere darnos a todos.
Jesús vino en la Navidad. Jesús vendrá solemnemente al final de los tiempos, como vimos el domingo pasado; pero lo cierto es que viene constantemente y que la Navidad debe ser un motivo para que venga más profundamente a nuestro corazón. Para ello debemos prepararnos como se prepara un camino para la llegada de un gran rey. Así lo describían los profetas. Hoy el Bautista para prepararnos a esa venida nos habla de CONVERSIÓN. Quizá algunos no necesiten una conversión del gran pecado a la gracia; pero todos necesitamos convertirnos a una mayor amistad con Dios.
Debemos convertirnos a una vida de mayor intimidad y unión con Dios, nuestro Padre, y de servicio, amor y perdón con nuestros semejantes. Debemos desterrar cada vez más el egoísmo para que vivamos en una atmósfera de mayor amor. Hoy san Juan pronuncia palabras fuertes contra algunos fariseos y saduceos, que habían acudido para ser bautizados. La razón es que aquel bautismo externo no daba nada si no había conversión de corazón. Aquellos fariseos habían acudido para quedar bien con la gente, pero no querían cambiar de vida: Los fariseos querían seguir siendo orgullosos y los saduceos querían seguir atados a su dinero. Así que, aunque cumplían la ley en cuanto a la forma externa, su corazón estaba alejado de Dios, alejado del amor.