VIII Centenario: bendición y gratitud

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Este miércoles, 20 de julio, cuando se cumplen 801 años de la colocación de la primera piedra de nuestra catedral, celebraremos a las 12 del mediodía una Eucaristía en este templo mayor, para dar gracias a Dios por todas las personas e instituciones que han participado y colaborado para que las actividades promovidas por la Fundación VIII Centenario de la Catedral hayan podido llevarse a cabo. Estáis todos cordialmente invitados a participar de esta acción de gracias.

Hemos celebrado un Jubileo lleno de gracia, de bendición y de gratitud. Un tiempo que ha sido testigo de un programa conmemorativo empapado por un dilatado abanico de actividades religiosas, culturales, educativas, artísticas, deportivas,… que ha inundado nuestra ciudad de armonía, de alegría y de fraternidad y que ha traspasado nuestras fronteras y llevado nuestra catedral y nuestra ciudad a todos los rincones de la geografía nacional e internacional.

Exposiciones, conferencias, conciertos, espectáculos o congresos han revestido cada uno de los cobijos de la catedral, haciéndola más preciosa aún, reconociendo a un Dios vivo en las miradas de quienes han puesto su corazón al servicio de esta Iglesia que peregrina en Burgos.

Todo, para celebrar los ocho siglos de historia de nuestra catedral. Y recuerdo, con infinita gratitud, al rey San Fernando y al obispo Mauricio, que pusieron la primera piedra de la nueva catedral en 1221, y que ahora –junto al Padre– observarán con gran gozo cómo nuestro majestuoso templo se ha convertido en el edificio más emblemático del gótico español.

Historia viva escrita en la piel de esta tierra de orígenes, que ha visto cómo sus lazos se han hecho aún mayores por medio de estas actividades que han impregnado de gratitud el octavo centenario catedralicio.

Durante este tiempo jubilar hemos tenido presente la capacidad de nuestro templo de generar cultura desde la fe, en el contexto de impulsar la evangelización, con intención de servir a una Iglesia que ensancha sus puertas para acoger y servir a todos, hasta alcanzar las fronteras de la tierra. Misión que ha estado muy viva durante estos años, aunando sentires a la luz de un solo Credo, poniendo voz a Dios en clave de belleza, acercando la Palabra que, transformada en arte, la ha puesto en las manos de aquellos que no tienen oportunidad de oírla.

Esta importante tarea la hemos venido poniendo en práctica, tejiendo encuentros, miradas y amistades, durante este tiempo de júbilo. Aunque la pandemia nos ha hecho tanto daño y muchos siguen llevando las dolorosas marchas de sus secuelas, el amor y la fraternidad se abren camino para mirar el futuro con esperanza. Y lo hemos experimentado siendo plenamente conscientes de que –como dejó escrito san Juan de la Cruz– «quien no ama, ya está muerto». Tal vez así, amando hasta el extremo y siendo todos uno, sea la única forma de que el mundo crea (Jn 17, 21).

A Santa María La Mayor, a quien está dedicado nuestro insigne templo, le ofrecemos toda nuestra gratitud por este Año Jubilar. Y le pedimos por nuestra archidiócesis, para que siga velando por los burgaleses que ponemos en Sus manos nuestras frágiles vidas. Que Ella, la Madre de Cristo, de la Iglesia y de los burgaleses, siga velando –en silencio– cada plegaria que nace en cada rincón de nuestra catedral.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Un samaritano (...) tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas (...) y, montándole sobre su propia cabalgadura...

Hoy, nos preguntamos: «Y, ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Cuentan de unos judíos que sentían curiosidad al ver desaparecer su rabino en la vigilia del sábado. Sospecharon que tenía un secreto, quizá con Dios, y confiaron a uno el encargo de seguirlo... Y así lo hizo, lleno de emoción, hasta una barriada miserable, donde vio al rabino cuidando y barriendo la casa de una mujer: era paralítica, y la servía y le preparaba una comida especial para la fiesta. Cuando volvió, le preguntaron al espía: «¿Dónde ha ido?; ¿al cielo, entre las nubes y las estrellas?». Y éste contestó: «¡No!, ha subido mucho más arriba».

Amar a los otros con obras es lo más alto; es donde se manifiesta el amor. ¡No pasar de largo!: «Es el propio Cristo quien alza su voz en los pobres para despertar la caridad de sus discípulos», afirma el Concilio Vaticano II en un documento.

Hacer de buen samaritano significa cambiar los planes («llegó junto a él»), dedicar tiempo («cuidó de él»)... Esto nos lleva a contemplar también la figura del posadero, como dijo san Juan Pablo II: «¡Qué habría podido hacer sin él? De hecho, el posadero, permaneciendo en el anonimato, realizó la mayor parte de la tarea. Todos podemos actuar como él cumpliendo las propias tareas con espíritu de servicio. Toda ocupación ofrece la oportunidad, más o menos directa, de ayudar a quien lo necesita (...). El cumplimiento fiel de los propios deberes profesionales ya es practicar el amor por las personas y la sociedad».

Dejarlo todo para acoger a quien lo necesita (el buen samaritano) y hacer bien el trabajo por amor (el posadero), son las dos formas de amar que nos corresponden: «‘¿Quién (...) te parece que fue prójimo?’. ‘El que practicó la misericordia con él’. Díjole Jesús: ‘Vete y haz tú lo mismo’» (Lc 10,36-37).

Acudamos a la Virgen María y Ella —que es modelo— nos ayude a descubrir las necesidades de los otros, materiales y espirituales.

Evangelio del domingo, 10 de julio de 2022

Hoy nos habla Jesús de algo esencial y que muchas veces hizo resaltar para diferenciar lo que entonces enseñaban los doctores de la ley judía con lo principal de nuestra religión que es el amor. Los doctores se preocupaban de enseñar leyes, y estaban persuadidos que quien mejor cumplía esas leyes, en el sentido material o externo, más agradaba a Dios. Jesús constantemente nos dice que Dios mira sobre todo el corazón y que es más agradable a Dios quien más ama y sirve a los demás.

Un doctor de la ley se acerca a Jesús para hacerle una pregunta. Dicho así podría ser algo muy bueno, porque es muy bueno que nos preocupemos por preguntar nuestras dudas de religión a quienes creemos están más preparados. Sólo con el hecho de preguntar, si lo hacemos porque queremos mejor conseguir la vida eterna, ya estamos haciendo un mérito grande ante Dios. Lo malo de entonces es que aquel doctor ya sabía lo que debía hacer, o por lo menos se lo creía, y le pregunta a Jesús para tentarle, que es como tener la pretensión de hacerle un examen y poderle poner una calificación. Jesús aprovecha para darle, a él y a nosotros, una gran lección.

Continuar leyendo

Yo estoy entre vosotros como el que sirve

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Con estas palabras de Jesús, «Yo estoy entre vosotros como el que sirve» (Lc22, 27), quiero agradecer a Dios los dos nuevos sacerdotes que ayer regaló a nuestra Iglesia burgalesa. De este modo, una vez más constatamos que el amor vence al egoísmo, y la vida rompe los esquemas mundanos. Efectivamente, quizás hoy ser sacerdote no esté de moda a los ojos del mundo, pero es el gran don que Dios nos hace, porque ellos son portadores del pan que da la vida y llena el mundo de amor, alegría y esperanza.

La misión del sacerdote es una entrega desmedida que implica ser configurado por las manos creadoras de Dios para servirle en los hermanos: en la vida ordinaria que pastorea los márgenes de las ovejas cansadas, heridas o perdidas, y en el Sacrificio admirable del Altar. En todos y para todos. Sin distinción.

El sacerdote «es un don del Corazón de Cristo: un don para la Iglesia y para el mundo», recordaba el Papa emérito Benedicto XVI, durante el Ángelus pronunciado en 2010, en la conclusión del Año Sacerdotal. Así, «plasmado por la misma caridad de Cristo y por el amor que lo impulsó a dar la vida por sus amigos y a perdonar a sus enemigos, el sacerdote es el primer obrero de la civilización del amor».

Ayer, José Ángel y Stefano fueron transformados por la gracia ministerial para ser presencia sacramental de Cristo buen pastor: una mística de brazos abiertos que, nacida de la llaga del Costado del Señor, ha de alcanzar todos los rincones de la humanidad. Es verdad que llevamos el ministerio en vasijas de barro, para que, como dice San Pablo, se vea que esta fuerza que portamos no proviene de nosotros, sino de Dios (cfr. 2 Co 4,7).

Pero también es cierto que el Señor envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles para que en su nombre sanaran plena y profundamente todas nuestras heridas. Así mismo, en la última cena, les confió la Eucaristía para que sea alimento en el camino de la vida, presencia amorosa, consuelo y fortaleza para vivir con pasión y esperanza. Y este ministerio de sanación y de distribución generosa del pan que da la vida, la realizan los sacerdotes con generosidad y entrega.

 Por eso, qué importante es orar por las vocaciones y ayudar a nuestros jóvenes a percibir la llamada de Dios y a responder con generosidad. La pastoral vocacional se revela hoy en día como una dimensión verdaderamente urgente para la Iglesia. Sois conscientes de que el número de sacerdotes va disminuyendo y cada vez cada uno tiene que atender más parroquias. Quisieran llegar a todo y a todos, pero muchas veces no pueden porque nuestra Iglesia es extensa con tantas parroquias y comunidades. Pero, como dice el Papa Francisco, ha llegado la hora de afrontar “una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación (EG, 27), Necesitamos ser audaces y creativos en implantar esta realidad.

El Reino de Dios, como nos enseña el Evangelio, llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Lc 17, 21). Y así debe hacerse presente todo el Pueblo de Dios en medio de las vocaciones, con la escucha, la presencia y la palabra amiga. Estando dispuestos y disponibles, para que ellos sigan construyendo en todas las partes del mundo la civilización del amor.

En este día, ponemos a todos los sacerdotes de nuestra archidiócesis de Burgos y, de manera especial, a José Ángel y Stefano, en el corazón de la Virgen María. Ella, modelo de toda vocación, acogió, custodió y vivió hasta el fondo de su alma la presencia de la Palabra de Dios hecha carne. Le pedimos, pues, que con nosotros ruegue al Dueño de la mies para que mande obreros a su mies (Lc 10, 2) y que conserve la misericordia del Padre en nuestros ojos, para que nunca olvidemos –en palabras del Santo Cura de Ars– que «el sacerdocio es el amor del corazón de Jesús».

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Poneos en camino

Hoy, nos fijamos en algunos que, entre la multitud, han procurado acercarse a Jesucristo, que está hablando mientras contempla los campos rebosantes de espigas: «La mies es mucha, pero los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2). De repente, fija su mirada en ellos y va señalando a unos cuantos, uno a uno: tú, y tú, y tú. Hasta setenta y dos...

Asombrados, le oyen decir que vayan, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde Él irá. Quizá alguno habrá respondido: —Pero, Señor, ¡si yo sólo he venido para oírte, porque es tan bello lo que dices!

El Señor les pone en guardia contra los peligros que les acecharán. «¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos». Y utilizando imágenes de costumbre en las parábolas, añade: «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias» (Lc 10,3-4). Interpretando el lenguaje expresivo de Jesús: —Dejad de lado medios humanos. Yo os envío y esto basta. Aun sintiéndoos lejos, seguís cerca, yo os acompaño.

A diferencia de los Doce, llamados por el Señor para que permanezcan junto a Él, los setenta y dos regresarán luego a sus familias y a su trabajo. Y vivirán allí lo que habían descubierto junto a Jesús: dar testimonio, cada uno en su sitio, simplemente ayudando a quienes nos rodean a que se acerquen a Jesucristo.

La aventura acaba bien: «Los setenta y dos volvieron muy contentos» (Lc 10,17). Sentados en torno a Jesucristo, le debieron contar las experiencias de aquel par de días en que descubrieron la belleza de ser testigos.

Al considerar hoy aquel lejano episodio, vemos que no es puro recuerdo histórico. Nos damos por aludidos: podemos sentirnos junto al Cristo presente en la Iglesia y adorarle en la Eucaristía. Y el Papa Francisco nos anima a «llevar a Jesucristo al hombre, y conducirlo al encuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo en cada hombre».

Parroquia Sagrada Familia