Evangelio del domingo, 27 de noviembre de 2022

Un año más estamos en Adviento, el principio de un nuevo año litúrgico, a través del cual contemplaremos la vida y los mensajes de Jesucristo. En este ciclo A, quien dirigirá el mensaje de la mayoría de los domingos será el evangelista san Mateo.

Adviento significa “venida” y contemplaremos las tres grandes venidas de Jesús: la que sucedió en Navidad, la presente continuamente en nuestra vida y la futura que será al final de los tiempos. Como preparación para la Navidad, se pone una nota de sobriedad en la liturgia: menos flores, vestiduras moradas, no se dice el “Gloria”, aunque sí el aleluya, como signo de gozo en la esperanza para que la Navidad sea gozo en el Espíritu. Todos los años en este primer domingo de Adviento el evangelio nos habla principalmente de la última venida. Las palabras que dice hoy Jesús, no quieren tener especialmente un tono amenazador, aunque alguno pueda sentirlo, sino que son el anuncio gozoso y promesa de algo grandioso, que espera darnos a todos.

Para ello hay que estar preparados. Por eso nos habla de esperanza y vigilancia. La esperanza no es solamente espera, que esto puede hacerse sin virtud. La esperanza nace de la fe en Dios, que por ser bueno, nos dará su gracia y cumplirá sus promesas. Esta fe en Dios, según el evangelio de hoy, Jesús lo especifica en Noé. Cuando iba a venir el diluvio, la gente vivía su vida normal, apartados de la ley de Dios; pero este hombre de fe, Noé, cree en Dios y construye aquella barca de salvación. Era un signo para nosotros, para que construyamos en nuestro corazón la barca de salvación, que es la fe y la esperanza en Jesús, que viene continuamente a nuestro encuentro.

Estas promesas ya estaban significadas en los profetas, especialmente en Isaías, de quien más se habla en este tiempo de Adviento. El profeta Isaías es un ejemplo de esperanza y de optimismo. Hoy en la primera lectura nos dice: “De las espadas forjarán arados; de las lanzas podaderas”. Cuando uno es pesimista y oye hablar de espadas y lanzas, enseguida piensa en la guerra; pero el profeta nos invita a que veamos signos de paz. Este  sentimiento de optimismo debe darnos la realidad de la venida presente y futura de Jesucristo. Y este optimismo nos lo da el hecho de saber que Jesús, nuestro mejor amigo, es quien nos va a juzgar. Por eso debemos amar cada vez más a Jesús.

Hoy Jesús nos invita a la vigilancia. Se trata de una vigilancia activa, productora de buenas obras y de estar disponibles ante las gracias de Dios, pues hay una tendencia a quedarse dormidos en el camino del bien. La oración primera de la misa de hoy nos invita a avivar el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene constantemente a nosotros. Vigilar es vivir escuchando a los demás para hacer siempre el bien. Es no tener demasiadas seguridades materiales, que nos impiden saber que estamos de camino. Vigilar es cumplir lo que nos dice hoy san Pablo en la segunda lectura: que debemos despojarnos de muchas mundanidades, para revestirnos de Cristo, que significa imitarle en su vida y sus obras, que son sobre todo de amor.

La idea del fin del mundo también debe impregnarnos del santo temor de Dios, porque es terrible lo que dice Jesús, que habiendo dos personas que, teniendo el mismo oficio y el mismo horario de trabajo, el final será muy diferente para las dos: Una tendrá un juicio de salvación, mientras que la otra lo tendrá de condenación.

Vigilar no es querer indagar cuándo y cómo será el fin; sino que es una actitud de estar alerta, de estar atentos a las gracias de Dios. Estaremos vigilantes si nos preocupamos sobre todo de practicar el bien, la caridad con los necesitados. También estaremos vigilantes si lo unimos con la oración, que es un encuentro con el Señor. Esto será preparación para el gran encuentro final. Vigilar no es evadir los problemas de la vida, sino ser fieles a nuestras responsabilidades. Así pues, el Adviento es sobre todo una actitud de espera en el Señor; una actitud que no es sólo para unas semanas, sino que debe llenarnos toda nuestra vida.

 

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 24,37-44.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor

Parroquia Sagrada Familia