El evangelio de hoy nos trae un suceso algo extraño en que Jesús se muestra casi demasiado judío, aparentemente sordo a una oración; pero generoso cuando constata una oración sincera y humilde. Jesús con los discípulos habían salido al extranjero, tierra de Tiro y de Sidón, quizá huyendo de la presión de los fariseos para tener unos días de calma y poder profundizar en la enseñanza del Reino de Dios. Pero hasta allí se había corrido la fama de Jesús y es reconocido. Hay una mujer de aquel lugar que se siente desesperada porque no sabe qué hacer para curar a su hija. Eso significa la frase de que “es malamente atormentada por un demonio”. Y comienza a gritar.
Los apóstoles actúan como cualquier buen discípulo de aquel tiempo: Hacer que se marche para que el Maestro esté tranquilo. Y como a ellos no les hace caso, le dicen a Jesús que la despida. Jesús dice una expresión a los apóstoles en cierto sentido como dándoles la razón: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”.
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Los hermanos Gabini se habían integrado muy bien en la escuela. Todavía les faltaba conocer varias de las costumbres de Arroyo Corto porque aún conservaban hábitos de cuando vivían en la Ciudad. Se acercaba el día de la primavera. En su antigua escuela, ese día llevaban algo para compartir; uno de los recreos se alargaba más de lo acostumbrado y se hacía un picnic en el patio. Carlitos preguntó si harían lo mismo en su nueva escuela. Pero en el pueblo, la costumbre era otra. Los chicos elegían algún lugar para festejar ese día juntos. El lugar elegido ese año fue una vía abandonada que cruzaba por un costado del pueblo. Algunos padres cortaron la hierba y los maestros prepararon juegos. La Búsqueda del Tesoro era el preferido de los pequeños y de los grandes. Se formaban varios equipos y, además de buscar el tesoro, debían pagar prendas, disfrazarse, responder preguntas y acertijos. Carlitos estaba muy entusiasmado, era su primera Búsqueda del Tesoro. Corría de un lado para otro animando al grupo. La última pista era muy compleja. ¿Dónde habían ocultado el tesoro? ¿Al final de la vía? ¿En la casa abandonada que estaba del otro lado de la vía?
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Jesús acababa de realizar el milagro de la multiplicación de panes y peces. Hoy nos dice el evangelio que “obligó a sus discípulos a marcharse en la barca mientras El despedía a la gente”. Este es un gesto severo por parte de Jesús, que realiza cuando tiene alguna tentación. La tentación, según nos cuenta el evangelista san Juan, era que la gente, después del milagro, quería proclamar a Jesús como rey. No habían entendido el sentido mesiánico de la vida de Jesús sufriente y servidor. Pensaban en un Mesías triunfante, que, como entonces, les pudiera dar siempre de comer. Jesús sabía que los apóstoles no estaban lejos de esas ideas y que se unirían a la idea de proclamarlo rey material. Por eso les obliga a marcharse y con paciencia procura tratar de convencer a la gente para que se vayan en paz. Jesús entonces se retira al interior de aquel monte a orar. Pediría fuerzas a su Padre para continuar en su misión.
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Es una evidencia. La barca de Pedro de hoy – la Iglesia- se encuentra en una situación similar a la que describe el evangelio de este domingo 19 del Tiempo Ordinario. Ahora, como entonces, se cierne sobre ella una tormenta tan fuerte que da la impresión de irse a pique. Pero ni entonces se hundió ni ahora se hundirá. Ciertamente no la salvará, como entonces no la salvó, la pericia y las cualidades de Pedro y de los demás apóstoles, ahora del Papa y de los Obispos, sus sucesores.
Entonces se salvó y ahora se salvará por el poder de Jesús, infinitamente superior al de este mundo y sus representantes. Pedro y los demás Apóstoles eran totalmente impotentes para hacer frente al oleaje, a la tempestad. Pero su impotencia se convirtió en su fuerza. Porque, al comprobar su absoluta incapacidad para resolver la situación y, la vez, la no menor necesidad de hacerlo, hicieron lo único que podían hacer: gritar al Señor pidiendo auxilio. Y, tras su “Señor, sálvanos, que nos hundimos”, Jesús intervino y llegó la calma.
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