Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Durante el tiempo que llevo entre vosotros, particularmente cuando visito los pueblos pequeños, hay algo que me comentáis y compruebo que se vive con especial alegría: es el acontecimiento, cuando sucede, de la celebración de alguna boda en la Iglesia parroquial. Qué duda cabe que en estos lugares, donde parece que el tiempo se detiene y la población va envejeciendo, estas celebraciones, que son más frecuentes en los meses de primavera y verano, son un especial motivo de gozo; porque son, para ellos y para todos nosotros, un signo de vida, de crecimiento, de renovación, y de esperanza. Así lo vive también la Iglesia. Sin ignorar las dificultades por las que atraviesa la institución familiar, y sin detenerse tampoco en esquemas del pasado, debemos afianzarnos en la propuesta específica que desde el Evangelio queremos ofrecer a la sociedad y al mundo actual. Ésta no es otra que comunicar la fecundidad que la alegría y el amor del matrimonio cristiano pueden aportar, como célula viva y generadora de nueva humanidad.
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Breve pero muy enjundioso. Así se presenta el evangelio de este domingo catorce del Tiempo Ordinario. Breve, porque apenas tiene diez líneas. Y enjundioso porque en ellas hay una revelación muy importante, un designio divino desconcertante y una invitación consoladora. La revelación se realiza en una sola palabra: "Padre". Así llama Jesús a Dios. El rostro del Dios que nos revela Jesucristo es el de un Padre amoroso, que nos quiere, que nos escucha, que nos ayuda. Que, a veces, nos desconcierta con sus designios. Desconcertante es, en efecto, que él se dé a conocer y manifieste sus grandes verdades no a los "sabios y entendidos" -a los superinteligentes, a los que lo saben todo- sino "a la gente sencilla", es decir, a los "pobres de espíritu", a los que le necesitan.
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Marcela llegó a un arreglo con la empresa en la cual trabajaba. Dos veces al mes debería ir a la ciudad y el resto del tiempo podría trabajar desde su casa. La apreciaban mucho y sabían que cumpliría con el trato. Daniel renunció a su trabajo, pero el dueño de la ferretería que lo estimaba mucho se ofreció a ayudarlo para que abra su propio negocio en Arroyo Corto. Los dos estaban muy ocupados con estos temas, mientras los niños organizaban qué llevarían a la nueva casa.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Estrenamos el mes de julio con este primer domingo que la Iglesia dedica a la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Se trata de una fecha que viene marcada en el calendario por dos hechos que nos llevan a reflexionar sobre esta realidad. En primer lugar, la proximidad de la fiesta de San Cristóbal, patrono de los conductores; con tal motivo, serán numerosos los lugares, también en nuestra diócesis, donde quienes tienen relación con la carretera engalanarán sus vehículos y celebrarán esta fiesta con la bendición de los mismos y otras actividades religiosas y lúdicas. Junto a esta celebración, en estos días dan comienzo las vacaciones del verano para muchos de nosotros, lo cual incrementará notablemente los desplazamientos, con el uso de los vehículos y medios de transporte que ello comporta. Muchos (soy consciente de que no todos, pues algunos tendrán que trabajar y otros no podrán por motivos económicos o familiares) saldrán a las carreteras lejos de sus hogares, buscando otros sitios donde poder descansar, encontrarse con los amigos o simplemente disfrutar de la naturaleza, el arte o las tradiciones. Ojalá que disfrutemos de este tiempo, que compartamos el aprecio por la vida, propia y ajena, y que logremos entre todos una conducción responsable y segura.
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