Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
En los primeros siglos de la vida de la Iglesia, la Vigilia Pascual y su desarrollo durante los cincuenta días siguientes era toda una fiesta para los cristianos. Celebraban el mayor acontecimiento: ¡Cristo, nuestra Pascua, ha resucitado! Pero profundamente unido a esta celebración, festejaban el hecho de que nuevos miembros, que habían escuchado la buena nueva del Evangelio y habían recorrido el catecumenado, se incorporaban a la comunidad cristiana recibiendo el «gran sacramento de la nueva creación» para vivir la vida nueva y compartir su savia en la Iglesia y en el mundo.
No es casual que en nuestras comunidades este tiempo de Pascua sea tiempo de alegría y gozo, porque son muchas las familias que celebran el Bautismo de sus hijos; y en diversas parroquias se celebra también la Confirmación y las primeras Comuniones. Son estos los sacramentos de la iniciación cristiana.
Según expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, «mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda la vida cristiana ... En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación, y, finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así... reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan oportunamente hacia la perfección de la caridad» (nº 1212).
Se trata de un proceso de iniciación en la fe que no termina hasta que los niños lleguen a entender en su juventud qué es ser discípulo de Jesús, y puedan vivir su fe libre y responsablemente en la comunidad cristiana. Sé de vuestros esfuerzos, padres, catequistas y sacerdotes, en las tareas que todo esto implica. Ninguna escuela de fe es tan importante como la familia, pero también se necesita de la catequesis, de los educadores, de los sacerdotes, de la comunidad. Sé que hoy, cuando en nuestra sociedad se respiran con frecuencia otros valores, no es fácil acompañar a nuestros niños y jóvenes en su camino de crecimiento en la fe; y que, a veces, cunde entre nosotros el desánimo. Pero aun así y por ello mismo, os invito a situar esta tarea más en acoger, testimoniar y animar que en lamentar. Gracias a Dios y a todos vosotros nuestra Iglesia de Burgos puede continuar la celebración pascual y la incorporación de nuevos miembros que la van renovando y edificando.