Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
La Virgen María ocupa un papel muy importante en la espiritualidad del pueblo cristiano en general y de nuestro pueblo burgalés en particular. En su corazón maternal experimentamos de un modo especial la cercanía y la providencia de un Dios vivo que no se despreocupa nunca de su pueblo peregrino. Ella es la puerta por donde Dios quiso entrar en nuestro mundo. La criatura nueva. El primer eslabón de la historia cristiana. La Madre del Señor. Y también Madre nuestra en la obra de la salvación, a quien veneramos y acudimos siempre con cariño y confianza de hijos, porque a través de los siglos siguen vivas las palabras de Jesús en la Cruz: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27). Paul Claudel llamaba a María «Sacramento de la ternura maternal de Dios» y así lo vive el pueblo cristiano con sencilla y honda piedad filial.
El mes de mayo, desde el siglo XVII se ha dedicado en la Iglesia a honrar a la Virgen, como se evidencia en tantas advocaciones, fiestas y romerías extendidas por toda nuestra geografía, a las que ya me he referido en otras ocasiones. Hoy deseo dedicar mis palabras a la Virgen de Fátima, dado que estamos celebrando estos días el Centenario de las apariciones, en Cova de Iría, a los tres "pastorcillos" que estaban cuidando el rebaño familiar: Lucía, Francisco y Jacinta.
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El evangelio de este domingo se resume en tres frases lapidarias. La primera es ésta: “No se turbe vuestro corazón ni se acobarde”. Jesús sabe que, dentro de unas horas, sus discípulos le verán muerto en una cruz. Para ellos será un mazazo tan grande, que puede echar abajo toda su fe y esperanza. Como le quiere, les advierte: “no perdáis la calma”. Me voy pero volveré. Y, cuando vuelva, no vendré con las manos vacías sino con un inmenso regalo: el puesto que os he preparado junto a mi Padre. Tras esta frase lapidaria, una segunda: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Soy “el Camino”, porque quien quera llegar al Padre tiene que pasar por Mí. No en vano el Padre y Yo vivimos inseparablemente unidos y todo lo tenemos en común. Soy “la Verdad”, porque sólo por Mí se puede llegar al conocimiento del misterio de Dios, pues Yo soy el único que ha visto y ve al Padre. Yo soy “la Vida”, porque sólo por Mí se llega hasta la fuente de la Vida, que es el Padre. Como colofón, la tercera frase lapidaria: “Os lo aseguro: el que cree en Mí, también hará las obras que Yo hago, y aún mayores”. Si no la dijera él, la frase nos parecería una blasfemia. Pero él no miente, es la Verdad.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Nuestra diócesis tiene un marcado carácter rural que la configura profundamente. Por eso la fiesta de San Isidro Labrador, que celebraremos a mitad de mayo, hace que volvamos la mirada a nuestros queridos pueblos, descubriendo las luces y las sombras de la realidad que en ellos se encierra. En torno a ese día, la mayoría de estos pueblos recobran vida para compartir una bella jornada de encuentro y celebración. Me alegra mucho por lo que supone de oración, bendición y acción de gracias al Dios Padre Creador que nos ha dado la tierra como un hermoso jardín para cuidarlo, disfrutarlo y colaborar en su proyecto de amor.
Yo mismo voy conociendo poco a poco la belleza de los muchos pueblos de nuestra geografía burgalesa en sus diferentes comarcas. Y la dureza, a la vez, de las zonas marcadas por la despoblación progresiva con todas sus consecuencias. En la Visita Pastoral tengo la posibilidad de encontrarme con muchos de vosotros y de compartir vuestros deseos, afanes y trabajos en la vida de cada día. Descubro y valoro que cada pueblo encierra una historia, una belleza que le hace ser rico y singular. Pero lo mejor de estos pueblos son sus gentes, muchas de ellas curtidas por los años y las dificultades de una vida para nada fácil y sencilla. Gentes, castellanas recias, que saben de disponibilidad, de sacrificio, de gratuidad, de servicio, de fe. Gentes sencillas que, como el Evangelio, nos hablan de la cercanía de un Dios que ha escogido escenas y realidades del campo para manifestarse a sí mismo: el sembrador, el viñador, el pastor...
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La Iglesia celebra este cuarto domingo de Pascua, el día del Buen Pastor, tradicionalmente llamamos pastores a la jerarquía, sin darnos cuenta, que el trabajo pastoral de la Iglesia, corresponde a todos los bautizados. Y lo que es más importante, el único pastor y Señor de la comunidad cristiana, es Jesucristo. Por eso, la única manera de ejercer la pastoral, es haciéndolo como él la ejerció: como un servicio a la comunidad, ésto queda resaltado en el Evangelio, la lectura de los Hechos y la primera Carta de San Pedro, que proclamamos en este día.
Está claro, que la Iglesia necesita como cualquier organización o grupo humano, un mínimo de organización. Pero en ella, no es la comunidad la que debe estar al servicio de la organización, ni al servicio de la autoridad. Es la autoridad, la que está al servicio de la comunidad, son numerosas las ocasiones, en las que Jesús indica cómo debe ejercerse la autoridad entre nosotros y quizás la más importante, la escuchamos y visualizamos el día de Jueves Santo.
Hoy día, en el mundo, hay tanto ruido que impide escuchar su voz; son tantas las voces que se levantan alrededor pidiendo que las siga: mi soberbia, mi vanidad, mi orgullo... ¿Cuáles son las voces que me acechan?, ¿sé reconocerlas y diferenciarlas de tu voz, Jesús?
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