Hoy estamos de celebración en nuestra parroquia ya que se celebra la festividad de la Sagrada Familia.
Nos acercamos a la Sagrada Familia con el deseo profundo de que Dios nos ayude a comprender que el amor es el corazón de las familias. Pidamos al Señor un corazón generoso y humano con el ingrediente principal que es el amor. Hay una amistad profunda que puede estar en la relación entre las personas y entre todos, con Dios.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
![Fidel Herráez Vegas (Arzobispo Electo de Burgos) gil hellin](/images/articulos/herraez-vegas.jpg)
Me alegra poderos felicitar un año más en estas fiestas tan entrañables. Lo hago utilizando una expresión muy arraigada entre la gente sencilla que ha ido modulando su vida cristiana en torno a las tres Pascuas de nuestro año litúrgico: la de Navidad, la de Resurrección, la de Pentecostés. Y, por eso, en estas fechas compartimos nuestros mejores anhelos deseándonos ¡feliz Pascua de Navidad! Como recordaréis, el domingo pasado os invitaba a celebrar unas fiestas con un estilo evangélico de sencillez para poder experimentar que hay más alegría en dar que en recibir.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
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El próximo domingo celebramos la gran fiesta de la Navidad. Caminamos en la esperanza del Adviento actualizando un año más la venida del Señor a nuestro mundo y a nuestras vidas. El Apóstol Pablo en su carta a Tito (2,12-14) aconseja e invita a aquella primera comunidad a llevar «una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo». Lejos de esa vida sobria y austera, que sabe vivir con menos para que otros puedan vivir, nuestra sociedad consumista ha identificado estos días con hábitos que se alejan mucho de lo que significó aquel acontecimiento de gracia: la presencia de un Dios pobre entre los pobres. Las razones de esta avidez de consumo quizás las podamos encontrar en lo que nos dice la encíclica Laudato Si del Papa Francisco: «Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir».
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El evangelio de este domingo, cuarto y último de Adviento, se resume en una palabra. Incluso toda la liturgia del día. Esa palabra es “María”. María, en efecto, lo llena todo. Desde que en obediencia rendida de fe dijo sí al mensaje del ángel de ser la Madre de Dios, el Verbo Eterno de Dios quedó convertido en Mediador entre Dios y los hombres, en puente de unión entre el cielo y la tierra, en acueducto por el que viene y vuelve la salvación. Sin aquel “hágase” de María, la segunda Persona de la Trinidad no hubiera tenido el instrumento con el que realizar la salvación: su Santísima Humanidad.
Y nosotros todavía tendríamos pendiente el ser salvados. Gracias a ese “sí”, María se convirtió en la primera y principal colaboradora de la Redención. Pero José desconocía este misterio. Por eso, cuando se le hizo evidente que María –su mujer- iba a ser madre, quedó desconcertado. La conocía suficientemente bien para no pensar que le había sido infiel. Pero tenía suficiente sentido común para negar lo que era evidente. ¡Qué mal lo debió pasar José, mientras pensaba y repensaba lo que debía hacer! Al fin, tomó la resolución de dejar a María libre de los compromisos esponsalicios.
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