Eucaristía: fuente y cima de la vida cristiana
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
En el tiempo que he ido pasando con vosotros me he ido dando cuenta, con mucha satisfacción, de la profunda espiritualidad eucarística de nuestra Iglesia burgalesa. No solo por la importancia de los diferentes movimientos eucarísticos que se han enraizado entre nosotros, como la Adoración Nocturna o la Adoración Perpetua, sino por la plasmación en su cultura hecha fiesta, como lo testifican las fiestas del Corpus, del Curpillos o del Colacho. En nuestra Iglesia local se hace realidad aquello que nos dice el Concilio de que «la Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana» (LGll).
Esa espiritualidad eucarística, tal y como os manifestaba en mi Carta Pastoral, tiene su expresión y su proyección concreta en nuestra vida cristiana y cotidiana. En efecto, «la Eucaristía, sacramento de la caridad y medicina de la Vida inmortal, nos transforma en el Cuerpo de Cristo para que también nosotros podamos transformar el mundo desde dentro insertando la Vida nueva que nace del Amor». Por eso, en la fiesta del Corpus, donde contemplamos y adoramos la Eucaristía, celebramos también 'el día de la Caridad', porque el ejercicio de la caridad nos interroga sobre nuestra celebración auténtica del misterio eucarístico.
Todos sabemos que la Eucaristía es, por excelencia, el sacramento de la caridad. En él percibimos y contemplamos el Amor profundo del Dios entregado que siempre nos sorprende por su extraordinaria generosidad. Y ante esta contemplación gozosa de 'las misericordias del Señor', el corazón humano no se queda indiferente sino que se convierte también en reflejo, aunque imperfecto, de esa misma misericordia recibida y acogida. En su interior escucha el mensaje de la parábola del Samaritano: «ve y haz tú lo mismo».
Como recordábamos en el pasado Jubileo, la misericordia es la palabra clave que revela el actuar de Dios para con nosotros. Y es, también, la característica primordial del compromiso eclesial en nuestro mundo. Aún hoy siguen resonando en nuestra vida, porque nos las dijimos muchas veces, las palabras del Maestro que nos dirige a cada uno de nosotros: «Sed misericordiosos como vuestro Padre del cielo es misericordioso» (Le. 6, 36).
De ello sabe mucho nuestra Cáritas Diocesana que sigue conjugando día a día las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales, que prueban la grandeza del ser humano cuando se abre a Dios en los demás. Cáritas Diocesana es la expresión de la misericordia de nuestra Iglesia local. En medio de una sociedad marcada por la «cultura de la indiferencia» y la «cultura del descarte», como nos recuerda nuestro Papa Francisco, muchos hombres y mujeres se han acercado, de diferentes maneras, a este «oasis de misericordia». Lo han hecho para recibir ayuda, consuelo, acompañamiento, formación ... Pero esto ha sido posible porque también lo han hecho otros muchos para entregar su ayuda, su generosidad, su tiempo, su sabiduría, su vida, sus recursos ...
En estos días se está presentando la Memoria de Cáritas Burgos que recoge los datos más sobresalientes de toda la actividad realizada a lo largo del año 2016. No podemos quedarnos en las meras cifras. Todas ellas esconden historias concretas de sufrimiento y de solidaridad. Nuestra Iglesia Diocesana responde, a través de Cáritas, a los retos que la exclusión nos provoca: y lo hace a través de la renovación de los diferentes programas, de las distintas iniciativas que se han implementado y de la permanente escucha de la realidad que llevan a cabo los equipos parroquiales y arciprestales que configuran este maravilloso tesoro de nuestra Iglesia.
Una vez más damos gracias a Dios, que pone en nuestros corazones el amor que podemos dar, y animo el trabajo de todos los grupos parroquiales de Cáritas, de todos los voluntarios y trabajadores para seguir desempeñando esta noble tarea de ser expresión de la misericordia, prueba granada de una fe eucarística adulta. Agradezco vuestro esfuerzo y labor, así como el de tantos socios, donantes, instituciones y colaboradores que hacen posible, con su aportación, la encomiable e imprescindible tarea realizada. Y celebro con todos la gozosa certeza de que «donde hay caridad y amor allí está Dios».