La fecundidad del amor en el matrimonio cristiano
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Durante el tiempo que llevo entre vosotros, particularmente cuando visito los pueblos pequeños, hay algo que me comentáis y compruebo que se vive con especial alegría: es el acontecimiento, cuando sucede, de la celebración de alguna boda en la Iglesia parroquial. Qué duda cabe que en estos lugares, donde parece que el tiempo se detiene y la población va envejeciendo, estas celebraciones, que son más frecuentes en los meses de primavera y verano, son un especial motivo de gozo; porque son, para ellos y para todos nosotros, un signo de vida, de crecimiento, de renovación, y de esperanza. Así lo vive también la Iglesia. Sin ignorar las dificultades por las que atraviesa la institución familiar, y sin detenerse tampoco en esquemas del pasado, debemos afianzarnos en la propuesta específica que desde el Evangelio queremos ofrecer a la sociedad y al mundo actual. Ésta no es otra que comunicar la fecundidad que la alegría y el amor del matrimonio cristiano pueden aportar, como célula viva y generadora de nueva humanidad.
Nuestro Papa Francisco, después del Sínodo de la Familia, nos ofreció la conocida Exhortación Apostólica denominada «Amoris laetitia», La alegría del amor, que en su primer párrafo dice así: «La alegría del amor que se vive en las familias, es también el júbilo de la Iglesia... A pesar de las numerosas señales de crisis del matrimonio, el deseo de familia permanece vivo... Como respuesta a ese anhelo el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia». Permitidme que hoy comparta, de nuevo, algunas de las ideas de esta Exhortación, que son orientaciones para la familia y buena noticia para todos los que creemos en la fuerza y en la fecundidad de la fe y del amor cristiano.
El sacramento del matrimonio «no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso». El hecho de casarse y formar una familia cristiana «debe ser fruto de un discernimiento vocacional» arraigado en la iniciación cristiana. Se trata de «un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia». Y así los esposos son «el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que participan por el sacramento del matrimonio».
Los esposos han de cuidar la alegría del amor. Esto conlleva «aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos..., siempre en el camino de la relación que mueve a cuidarse mutuamente». Frente a una actitud consumista, la ternura se nos descubre como «una manifestación de este amor que se libera del deseo de una pasión egoísta. Nos hace vibrar ante una persona con un inmenso respeto y con un cierto temor de hacerle daño o de quitarle su libertad. El amor al otro implica ese gusto de contemplar y valorar lo bello y sagrado de su ser personal». El amor abre los ojos y permite ver, más allá de todo, cuánto vale un ser humano». Así pues, en el Evangelio del matrimonio y de la familia la clave es el amor, el amor cotidiano, conyugal y familiar. En el capítulo cuarto de la Exhortación Apostólica el Papa se refiere al «amor en el matrimonio» y va glosando las notas del himno a la caridad que se leen en San Pablo (el amor es paciente, servicial, amable, generoso, desprendido...). Os invito a que lo leáis. Os hará bien.
Dios llama también a los esposos cristianos a ser cooperadores de la gracia y testigos de la fe. La vida en pareja es «una participación en la obra fecunda de Dios, y cada uno es para el otro una permanente provocación del Espíritu... Por eso, querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con él, es animarse a construir con él, es animarse a jugarse con él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo». Estos días pasados ha tenido lugar en nuestra Facultad de Teología la ‘70 Semana Española de Misionología’. Me alegra que el tema haya sido Familia y Misión. La familia cristiana, como la Iglesia, ha de ser una realidad esencialmente misionera. Encerrarse en sí misma, renunciar a ser evangelizadora, sería dejar de ser signo de salvación. La Iglesia es familia de familias; el amor vivido en las familias es una fuerza constante para su vida y misión.
No quiero terminar sin expresar mi agradecimiento en primer lugar, a todos los bautizados que optáis por celebrar vuestro matrimonio abierto a Dios y al Evangelio, dando así un testimonio elocuente de vuestra fe cristiana. Por supuesto, mi gratitud para todos los diocesanos que alentáis la realidad familiar en nuestra Iglesia de Burgos: grupos parroquiales, organizadores de los cursillos pre-matrimoniales, movimientos eclesiales con esta misión...Y, de manera muy especial, agradezco a los miembros de la Delegación Diocesana de Familia su encomiable tarea de acompañamiento y acción pastoral. ¡Que la Sagrada Familia de Nazaret nos siga ayudando y alentando a ser signos creíbles, en la vida cotidiana, de la alegría del amor!