Evangelio del Domingo, 13 de agosto de 2017
Es una evidencia. La barca de Pedro de hoy – la Iglesia- se encuentra en una situación similar a la que describe el evangelio de este domingo 19 del Tiempo Ordinario. Ahora, como entonces, se cierne sobre ella una tormenta tan fuerte que da la impresión de irse a pique. Pero ni entonces se hundió ni ahora se hundirá. Ciertamente no la salvará, como entonces no la salvó, la pericia y las cualidades de Pedro y de los demás apóstoles, ahora del Papa y de los Obispos, sus sucesores.
Entonces se salvó y ahora se salvará por el poder de Jesús, infinitamente superior al de este mundo y sus representantes. Pedro y los demás Apóstoles eran totalmente impotentes para hacer frente al oleaje, a la tempestad. Pero su impotencia se convirtió en su fuerza. Porque, al comprobar su absoluta incapacidad para resolver la situación y, la vez, la no menor necesidad de hacerlo, hicieron lo único que podían hacer: gritar al Señor pidiendo auxilio. Y, tras su “Señor, sálvanos, que nos hundimos”, Jesús intervino y llegó la calma.
No sé cómo ni cuándo saldrá Iglesia de la crisis actual. Pero el “cómo” y el “cuándo” no son lo nuclear, son circunstancias. Lo que verdaderamente importa es el “qué”, es decir, que la Iglesia vuelva a superar las que parecen dificultades insuperables. La historia es profecía para nosotros. Superó la persecución de las autoridades judías cuando era una recién nacida. Superó el poderío del Imperio Romano. Superó el terrible enemigo de la gnosis. Superó el feudalismo y, muy recientemente, el comunismo soviético. Superó una tras otra todas las herejías. Ahora superará el relativismo, el laicismo, el materialismo y todos los demás ismos. Vendrá la calma y con ella una nueva juventud y un paso adelante en su historia. A nosotros nos toca realizar lo mismo que Pedro: reconocer con sencillez y humildad nuestra impotencia, aumentar nuestra fe en el poder de Dios y gritar “Sálvanos, que perecemos”.
Quizás sea ésta la gran lección que nos deje la actual crisis de la Iglesia y del mundo: que el hombre, apoyado sólo en sus cualidades y posibilidades y alejado de Dios, es muy poca cosa. Y, ciertamente, es incapaz de salvarse a sí mismo y a los demás.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,22-33):
Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo:
«Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios.»