Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
A lo largo de esta semana, los más pequeños de nuestra casa han comenzado ya el curso escolar. Los hemos visto, en medio del lógico esfuerzo, con la ilusión del que estrena algo nuevo, con las ganas de crecer y encontrarse con sus compañeros en una nueva aventura de la vida que les abre a la novedad y a la sorpresa. Con ayuda de sus profesores y de su familia, se inicia para ellos una oportunidad de crecimiento, no solo en los saberes de la inteligencia, sino en todas las diversas dimensiones que configuran a la persona. En estos próximos días harán lo mismo los más mayores de la casa y los que cursan estudios universitarios. A todos quiero animarles a ir descubriendo la auténtica sabiduría, que es la que nos hace, más allá de los estudios, saborear y vivir con autenticidad la vida de cada día. Igualmente, a cuantos trabajan en el campo de la educación prestando este inestimable servicio, les aliento y respaldo en su no fácil tarea para que, dando lo mejor de sí mismos, ayuden a avanzar a nuestra sociedad por caminos constructivos de auténtica solidaridad y fraternidad.
Continuar leyendo
Estela, una niña de diez años, estaba cansada de Simón, y, con razón. Lo había perdonado en numerosas oportunidades. Una vez pasó corriendo y le tiró todo lo que tenía sobre el escritorio. Las carpetas se abrieron y las hojas alfombraron el suelo. Él se agachó para ayudarla: —Perdóname, fue sin querer, te ayudo. —Sí, está bien, te perdono, pero déjame, yo lo ordeno todo. Cuando terminaba el recreo corría a toda velocidad hacia donde estaban el resto de los compañeros y, casi siempre se chocaba contra alguno. Una tarde se chocó contra Estela que estaba agachada atándose el cordón de la playera y terminaron los dos con las rodillas fastidiadas. —Perdóname, no te vi, fue sin querer. El “perdóname, fue sin querer”, le salía con suma rapidez y facilidad. Una mañana de calor, Estela se había comprado un helado en el bar de la escuela. Salió al patio y un pelotazo estrelló el helado contra su bata blanca. —Perdóname, fue sin... Estela no dejó que Simón terminara la frase. —¡Estoy harta de tu “perdóname, fue sin querer”! Se armó una gran discusión en la cual intervenían cada vez más compañeros a favor de una o del otro.
Continuar leyendo
Uno de los discípulos de un gran maestro, en un antiguo monasterio donde el silencio era valorado por sobre todas las cosas, fue a verlo para contarle los problemas que tenía con el vecino de mesa durante las comidas. —Siempre se sirve primero, y toma lo mejor de la fuente. No le importa nada los que estamos a su lado. Mastica tan fuerte que sólo se puede oír el ruido de sus dientes triturando los alimentos. El maestro lo miraba con atención, en silencio. El discípulo tomó esta actitud como una invitación para que continuara explicándose. —Llega, se sienta, se sirve, come, levanta su plato, lo lava y se va. Con la panza llena, seguramente se va a dormir la siesta... No vengo a acusarlo porque yo no me quedé con hambre... Me molesta su actitud...
Continuar leyendo
En las familias, en las comunidades cristianas y en los lugares de trabajo surgen roces y desencuentros. Lo más común es que sean de no mucha monta. Suelen estar motivados por el cansancio, los modos de ser y la condición humana. No tienen mayor trascendencia. Sin embargo, a veces los encontronazos son graves y se ofende seriamente al cónyuge, al hermano, al amigo, al compañero. El evangelio de este domingo contempla esta posibilidad y traza las pautas que debemos seguir. Ciertamente, no podemos reaccionar con violencia física o verbal y menos aún con espíritu de venganza o con odio. Lo que el evangelio dice es que ‘arreglemos el asunto’ y corrijamos a la persona ofensora. No es bueno dejar que la ofensa nos regale una úlcera de estómago o nos lleve a la ruptura. Lo pertinente es corregir. Pero no de cualquier modo sino siguiendo una buena pedagogía.
Continuar leyendo