Hoy es la ‘Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo’. En esta tierra seguimos hablando de ‘Corpus Christi’, pero corremos el riesgo de recortar parcialmente su sentido. No en vano Jesucristo se nos entregó como “verdadera comida” y “como verdadera bebida” e insistió en que teníamos que comer su Cuerpo y beber su Sangre. Pero hemos de entender bien estas palabras. Porque, como él era semita y nosotros tenemos una mentalidad griega, corremos el riesgo de pensar que en la Sagrada Hostia está el Cuerpo y en el Cáliz está la Sangre y que sólo juntándolos, tenemos el Cuerpo y la Sangre. Pero no es así.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El domingo pasado concluía el tiempo pascual con el glorioso acontecimiento de Pentecostés. Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, celebración que nos ayuda a considerar el misterio de Dios, uno y trino, en quien creemos; «misterio de Dios en sí mismo, misterio central de la vida cristiana», dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Solo Dios puede darnos a conocer este misterio y lo ha hecho revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En su nombre hemos sido bautizados. Lo repetimos tantas veces cuantas hacemos la señal de la cruz, a lo largo de nuestra vida. Profesamos nuestra fe en el Dios trinitario cada vez que rezamos el Credo. Y nuestra oración siempre va dirigida «al Padre, por el Hijo, en el Espíritu». Nuestro Dios, como decían los primeros pensadores cristianos (ante el monoteísmo de los judíos y el politeísmo de los paganos) es un Dios único, pero no solitario. Es comunión de vida y amor, es un Dios personal que tiene rostro y nombre: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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En el amanecer de nuestra vida, un sacerdote pronunció estas palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Cuando llegue nuestro atardecer, otro sacerdote quizás pueda acompañarnos y decir: “Sal de este mundo, alma cristiana, en el nombre del Padre que te creó, del Hijo que te redimió y del Espíritu Santo que te santificó”. Nuestra vida comienza con una consagración a la Santísima Trinidad y concluirá con una entrega confiada a los brazos amorosos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Estos dos grandes momentos no son los únicos que están marcados por la presencia y el amor de ese Dios Trinitario.
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Una tarde, bajo los árboles, el abuelo nos contó por qué eligió ser socorrista: "La casa donde vivía la abuela era increíble. Era muy difícil aburrirse allí a pesar de que no tenía televisor y mucho menos ordenador o tablet, que en esos años no existían ni en la imaginación de la mayoría de las personas. A veces, la abuela tenía que buscarnos alguna actividad porque estábamos cansados de estar todo el día en la escuela, y nos venían a buscar después de la cena. La abuela siempre tenía algo para distraernos. Una tarde, puso sobre la mesa enorme del comedor varias cajas de madera. —¿Qué hay dentro de las cajas? Al que adivine, le doy doble ración de tortitas. Las tortitas eran unas galletitas que hacía la abuela y mantenía en secreto la receta. Mamá le decía que se la diera, pero siempre había una excusa. El día que mamá la consiguió y las hizo, salieron horribles. Bueno, horribles del todo no, pero no eran las de la abuela. Siempre sospechamos que la abuela se había olvidado de decirle algo.
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