Socorrista

Una tarde, bajo los árboles, el abuelo nos contó por qué eligió ser socorrista: "La casa donde vivía la abuela era increíble. Era muy difícil aburrirse allí a pesar de que no tenía televisor y mucho menos ordenador o tablet, que en esos años no existían ni en la imaginación de la mayoría de las personas. A veces, la abuela tenía que buscarnos alguna actividad porque estábamos cansados de estar todo el día en la escuela, y nos venían a buscar después de la cena. La abuela siempre tenía algo para distraernos. Una tarde, puso sobre la mesa enorme del comedor varias cajas de madera. —¿Qué hay dentro de las cajas? Al que adivine, le doy doble ración de tortitas. Las tortitas eran unas galletitas que hacía la abuela y mantenía en secreto la receta. Mamá le decía que se la diera, pero siempre había una excusa. El día que mamá la consiguió y las hizo, salieron horribles. Bueno, horribles del todo no, pero no eran las de la abuela. Siempre sospechamos que la abuela se había olvidado de decirle algo.

Volviendo a las cajas, ninguno de los hermanos adivinamos lo que había dentro, pero fue una forma de hacer crecer nuestra curiosidad. Después de un rato, solo queríamos abrirlas. —No, todavía no, vamos a merendar y luego después hacer la tarea, las abrimos. Si no hubiera sido porque la merienda era zumo de naranja recién exprimido con las galletitas de la abuela, hubiéramos protestado; en lugar de eso, salimos corriendo hacia la cocina que estaba fuera de la casa, en un entrepiso antes de llegar a la terraza. En esas casas, baño y cocina estaban fuera, en el patio. La cocina era enorme, y sobre la mesa, la abuela había colocado las copas de cristal, esas que suenan cuando pasas el dedo por el borde. — ¿Y si se nos rompe una? -le dijimos la primera vez que las usamos. —No importa, ¿para qué sirven unas copas en la vitrina? Las tortitas sobre el plato blanco con flores doradas eran una tentación. Nos las comimos todas. Por suerte, la abuela siempre escondía algunas para cuando llegaran papá y mamá. Quitamos lo que estaba sobre la mesa y nos pusimos a hacer la tarea mientras la abuela lavaba las cosas de la merienda y cantaba. La abuela entonaba canciones que no conocíamos, y su voz era mágica, nos calmaba. Una vez que terminamos, salimos corriendo hacia la mesa del comedor para abrir las cajas. —¡Una última oportunidad! -dijo la abuela-. ¿Qué hay dentro de las cajas? No adivinamos. Cuando las abrimos, vimos que estaban repletas de fotos antiguas, en blanco y negro. —A ver si encuentran a alguna persona o lugar conocidos, o personas que aparezcan en varias fotos. Estuvimos un rato largo separando las fotos, conociendo bisabuelos y al dueño de la casona, y su familia... Ya era de noche cuando vi una foto que me impresionó. Era una foto de Mar del Plata. —¡Falta la Rambla con los lobos marinos! —Mar del Plata no fue siempre así, esa rambla se hizo a mediados del siglo XX. Antes había una de madera y luego, otra de material. Tampoco había carpas. Las mujeres iban a la playa con vestidos y con grandes sombreros para no broncearse. Estaba de moda tener la piel blanca, y no tomaban sol. Tampoco existían las cremas que nos ponemos ahora para no quemarnos. —¿Y cómo se bañaban? —Entraban al agua, por un lado las mujeres y, por el otro los hombres vestidos. Un bañero los acompañaba agarrados de una soga. — ¡Ah, por eso todavía hay algunas personas que le dicen bañero al socorrista! Porque antes bañaban a las personas. Seguimos mirando fotos de la playa y, en ese momento me enamoré de esta profesión, la de ser socorrista.

Mi papá y mi mamá dijeron que me iba a morir de hambre, que era difícil, que yo no sabía ni nadar. Me las ingenié para encontrar una piscina municipal abierta todo el año donde practicar y, cuando terminé la secundaria, me vine para la costa. Al principio, vivía en un garaje que me alquilaba una viejita y hacía tareas de mantenimiento en las casas, mientras seguía entrenando en el mar. Luego, hice el examen para socorrista y aprobé. No fue fácil sobrevivir con esta profesión, pero cuando haces lo que te gusta, todo es más sencillo". —Yo quiero ser fotógrafo -le dije al abuelo-. Pero no tengo cámara. —Lo que hace único a un fotógrafo, no es la cámara, sino lo que enfoca, la capacidad de descubrir la realidad que otros no ven, trabajar con la luz, eternizar momentos... Eso ya lo puedes empezar a hacer. El abuelo hizo un círculo con sus dedos, me dijo que hiciera lo mismo, y comenzamos a tomar fotos de lo que nos rodeaba, que guardé dentro de mí para siempre.

¿Qué nos gusta hacer? ¿Qué nos provoca entusiasmo, curiosidad?. Hoy, aproximadamente 50 días después de la Pascua, celebramos una gran fiesta: Pentecostés. Es la fiesta del Espíritu Santo que viene para darnos valor, alentarnos, iluminarnos, y ayudarnos a vivir con sabiduría. Abramos nuestro corazón para recibir al Espíritu Santo y dejarlo actuar en nosotros.

Parroquia Sagrada Familia