Eucaristía y Compromiso Social
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Celebramos hoy la fiesta del Corpus Christi. Se trata de una de esas fiestas enraizadas en el calendario litúrgico y en el corazón del pueblo cristiano. En nuestro contexto concreto, se ha encarnado también en la cultura manifestada en tradiciones, ritos diversos y devociones populares, que llenan de flores los balcones y las calles por donde pasa este día el Señor Sacramentado, entre la fe, la súplica y la adoración de sus gentes. Para los creyentes la Solemnidad del Corpus Christi significa la invitación a contemplar y celebrar el gran don de la presencia real de Cristo vivo entre nosotros, en su Cuerpo entregado y en su Sangre derramada para la vida del mundo. De manera muy especial, es una llamada a entrar en el misterio de la Eucaristía para configurarnos paulatinamente con él. Es el Día de la Caridad. Y en ese sentido, este día del Corpus Christi ha de ayudarnos a tomar conciencia de las consecuencias que conlleva la presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía y nuestra participación en él, para la vivencia de la caridad y del compromiso social
Pienso especialmente hoy en tantos niños que estos días se han acercado por primera vez a recibir la Eucaristía. Ha sido para ellos un día importante en sus vidas. Ojalá la experiencia del encuentro con Jesús abra un camino que se vaya fraguando en amistad sincera y profunda con el que es capaz de transformar y plenificar sus vidas.
Y es que Jesucristo ha querido misteriosamente hacerse alimento del caminante. Corresponde a la lógica del amor, manifestada en la Encarnación, el elegir un pedazo de pan, algo tan sencillo, necesario y cotidiano, para entrar en nuestra propia intimidad. En el pan eucarístico confluye tanto el trabajo humano, como la tierra de la que es fruto, así como el cielo que la ha regado en una armonía cósmica que nos abre al cuidado de todo lo creado. El grano que con otros conforma la espiga expresa la fuerza de la comunión, vocación genuina de todo ser humano. Si contemplamos el trigo triturado para hacerse pan, es fácil hacer memoria del misterio pascual, de la muerte y resurrección de Jesucristo que nos libera. La riqueza del símbolo entraña una fuerte espiritualidad. No es extraño que el Magisterio actual nos invite a cultivar esa espiritualidad eucarística. Porque, como nos recuerda el Papa Francisco en su reciente exhortación Gaudete et Exsultate, “celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera” (GE, 142).
En efecto, la celebración de la Eucaristía tiene fuertes consecuencias para el compromiso social de nuestra fe. No podemos caer en el divorcio con el que muchos cristianos viven la relación entre el culto y la vida. Para prevenirlo, es bueno que recordemos estas otras palabras del Papa Francisco: “Quien se acerca al Cuerpo y a la Sangre de Cristo no puede al mismo tiempo ofender este mismo Cuerpo provocando escandalosas divisiones y discriminaciones entre sus miembros. Cuando quienes comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes, o consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la Eucaristía es recibida indignamente. En cambio, quienes se alimentan de la Eucaristía con adecuada disposición, refuerzan su deseo de fraternidad, su sentido social y su compromiso con los necesitados” (AL, 186). Así pues, para los cristianos el compromiso caritativo y social, el ser para los demás, camina en paralelo con la configuración con Cristo. Me uno a la invitación de mis hermanos obispos en su mensaje con motivo del Día de la Caridad en el que nos animan a todos a cultivar cuatro compromisos concretos. En primer lugar, vivir con los ojos y el corazón abiertos a los que sufren porque podemos ignorar el mundo en el que vivimos sin darnos cuenta de las necesidades que existen junto a nosotros. En segundo lugar, cultivar un corazón compasivo: esta es la medicina más eficaz para combatir la indiferencia que puede dominarnos. En tercer lugar, ser capaces de ir contracorriente porque los cristianos estamos llamados a renovar la humanidad con la vida del Espíritu. Por último, ser sujeto comunitario y transformador: los cristianos estamos llamados a ser agentes de transformación de la sociedad y del mundo, pero esto sólo es posible con un compromiso comunitario, vivido como vocación al servicio de los demás.
No quiero terminar sin felicitar a tantos voluntarios y agentes de Cáritas que celebran hoy especialmente su día. A través de su entrega y compromiso, el mundo se mejora y se renueva. A ellos les deseo y pido lo que en su momento les sugirió el Papa, que también hago extensivo a todos nosotros: “que tengan los pies hinchados de tanto caminar, las rodillas que les duelan de tanto rezar y las manos cansadas de tanto abrirse a las necesidades de los demás” (Mensaje a Cáritas Argentina).