Esta palabra de Pentecostés quiere decir: cincuenta días. Era una de las tres principales fiestas de los judíos. A los cincuenta días de la Pascua celebraban en cuanto a lo material el hecho de que la cosecha estaba ya crecida, por lo que daban gracias a Dios, y en cuanto a la historia celebraban el recuerdo de la llegada de los israelitas al monte Sinaí y la entrega de las tablas de la Ley a Moisés entre truenos y relámpagos. Con ese motivo tocaban fuertemente las trompetas del templo.
Ese es el día en que los apóstoles reciben de una manera grandiosa al Espíritu Santo. Según lo narra san Lucas, autor de los “Hechos de los Apóstoles”, Dios aprovecha el ambiente de fiesta popular y bulliciosa para ese acontecimiento. Algunos datos podemos decir que son simbólicos, expresión de lo que sucedía en el alma o el corazón de los que recibían el Espíritu Santo. Los principales signos fueron el viento impetuoso y el fuego, que da luz y calor: Luz que les ilumina la mente para comprender mejor los mensajes de Jesús y fuego para darles energías para seguir sin miedo la misión de Jesús de predicar el Evangelio por todo el mundo. El viento precisamente significa el Espíritu y es expresión de una nueva creación, recordando el soplo creador.
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El abuelo comenzó con sus historias. "Cuando era pequeño, vivía en un apartamento muy pequeño con papá, mamá y mis hermanos. Mamá trabajaba en una fábrica y papá era enfermero en un hospital de niños. Los dos trabajaban mucho, y nosotros pasábamos muchas horas en casa de la abuela, un caserón en el barrio más antiguo de la Ciudad de Buenos Aires: en San Telmo. No era de ella, era la casera. Los dueños casi no iban, se habían mudado a otra zona.
Para nosotros, no había lugar mejor que ese barrio. Cada casa estaba impregnada de historia. Donde vivía mi abuela, las habitaciones eran enormes, repletas de muebles tan pesados que hubieran hundido el piso de un apartamento moderno. El caserón había servido de hospital durante la peste que azotó la ciudad cuando todavía era un pueblo, durante 1871. Mi abuela nos explicaba que por la puerta del garaje llegaban los carros llevando a los enfermos, que el enorme comedor había sido vaciado de muebles y habían colocado camas una al lado de la otra. Ese fue el momento en que la mayoría de las familias que vivían en esa zona, de las más ricas de la ciudad, se habían ido hacia Barrio Norte y Recoleta escapando de la enfermedad. Incluso el presidente de ese momento se había alejado de la capital. Así, muchas casas habían quedado vacías luego de haber quemado los muebles, la ropa y todo lo que había dentro. Se desconocía la causa de la enfermedad, pero creían que se contagiaba de persona a persona.
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Del Santo Padre Francisco. Acto de consagración a la Virgen de Fátima, al final de la Misa con ocasión de la Jornada mariana.
(Plaza de San Pedro, 13 de octubre de 2013)
Bienaventurada María Virgen de Fátima,
con renovada gratitud por tu presencia maternal
unimos nuestra voz a la de todas las generaciones
que te llaman bienaventurada.
Celebramos en ti las grandes obras de Dios,
que nunca se cansa de inclinarse con misericordia hacia la humanidad,
afligida por el mal y herida por el pecado,
para curarla y salvarla.
Acoge con benevolencia de Madre
el acto de consagración que hoy hacemos con confianza,
ante esta imagen tuya tan querida por nosotros.
Estamos seguros de que cada uno de nosotros es precioso a tus ojos
y que nada de lo que habita en nuestros corazones es ajeno a ti.
Nos dejamos alcanzar por tu dulcísima mirada
y recibimos la consoladora caricia de tu sonrisa.
Custodia nuestra vida entre tus brazos:
bendice y refuerza todo deseo de bien;
reaviva y alimenta la fe;
sostiene e ilumina la esperanza;
suscita y anima la caridad;
guíanos a todos nosotros por el camino de la santidad.
Enséñanos tu mismo amor de predilección
por los pequeños y los pobres,
por los excluidos y los que sufren,
por los pecadores y los extraviados de corazón:
congrega a todos bajo tu protección
y entrégalos a todos a tu dilecto Hijo, el Señor nuestro Jesús.
Amén.
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Hoy es 13 de mayo, una fecha cargada de significado mariano. Es el día en que tuvo lugar la aparición de la Virgen a tres pastorcillos en Cova de Iría, un lugar cercano a su pueblo natal de Fátima. La devoción a la Virgen de Fátima está muy arraigada en Burgos; iniciamos siempre el día de su fiesta con el tradicional Rosario de la Aurora que congrega a tantas personas desde el amanecer. Y de modo permanente se mantiene vivo su recuerdo y devoción en una parroquia consagrada bajo esta advocación. El año pasado se celebró el centenario, y muchos de vosotros peregrinasteis hasta Fátima. Estos días, podríamos decir, la Virgen nos devuelve la visita a través de la imagen peregrina. Esta peregrinación de la Virgen de Fátima, costumbre que se inició hace ya décadas, atraviesa en esta ocasión nuestra diócesis entera. Será su cuarta visita a nuestras tierras. A lo largo de estos días irá recorriendo distintas zonas de nuestra geografía. En cada lugar se la recibirá con gozo, y con el amor de hijos que acogen con fervor a su Madre; y tendrán lugar diversos actos de culto, entre los que hay que destacar la consagración a la Virgen María. «Tú eres el orgullo de nuestra raza », le cantamos a la Virgen; «Tú eres el gozo de nuestro pueblo», dice también el prefacio de alguna de sus fiestas. Estas palabras expresan de modo magnífico el sentimiento que se despierta en el pueblo cristiano al contemplar la figura de la Virgen María.
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