Tú eres el gozo de nuestro pueblo
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Hoy es 13 de mayo, una fecha cargada de significado mariano. Es el día en que tuvo lugar la aparición de la Virgen a tres pastorcillos en Cova de Iría, un lugar cercano a su pueblo natal de Fátima. La devoción a la Virgen de Fátima está muy arraigada en Burgos; iniciamos siempre el día de su fiesta con el tradicional Rosario de la Aurora que congrega a tantas personas desde el amanecer. Y de modo permanente se mantiene vivo su recuerdo y devoción en una parroquia consagrada bajo esta advocación. El año pasado se celebró el centenario, y muchos de vosotros peregrinasteis hasta Fátima. Estos días, podríamos decir, la Virgen nos devuelve la visita a través de la imagen peregrina. Esta peregrinación de la Virgen de Fátima, costumbre que se inició hace ya décadas, atraviesa en esta ocasión nuestra diócesis entera. Será su cuarta visita a nuestras tierras. A lo largo de estos días irá recorriendo distintas zonas de nuestra geografía. En cada lugar se la recibirá con gozo, y con el amor de hijos que acogen con fervor a su Madre; y tendrán lugar diversos actos de culto, entre los que hay que destacar la consagración a la Virgen María. «Tú eres el orgullo de nuestra raza », le cantamos a la Virgen; «Tú eres el gozo de nuestro pueblo», dice también el prefacio de alguna de sus fiestas. Estas palabras expresan de modo magnífico el sentimiento que se despierta en el pueblo cristiano al contemplar la figura de la Virgen María.
Todos nosotros recordamos momentos especialmente importantes de nuestra vida en los que acudir a la Virgen con la oración confiada ha jugado un papel fundamental. La Virgen María ha acompañado nuestra historia de fe y de compromiso cristiano. Cada uno de nosotros guarda en su memoria circunstancias jubilosas en las que, con Ella y ante Ella, sintió necesidad de expresar gratitud y reconocimiento; y asimismo aquellas otras tristes y dolorosas en las que encontró consuelo y aliento para seguir viviendo con esperanza.
Ella experimentó en sí misma la acción de la gracia de Dios, anunciada por el ángel, con las palabras que nos transmite san Lucas: «Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador » (Lc 1,47). Ese gozo es el que ha venido transmitiendo a sus hijos a través de tantas generaciones. La respuesta agradecida se ha concretado en multitud de devociones, romerías, cofradías, y en celebraciones que se desarrollan con tanta frecuencia en el mes de mayo. Las ermitas, que han sido testigos de tantas lágrimas y tantas alegrías, congregan a muchas personas que acuden con espíritu filial junto a la Madre misericordiosa. Los fieles cristianos descubren en la Virgen María el núcleo de la fe de la Iglesia: captan de modo espontáneo la relación vital que une al Hijo y a la Madre, saben que el Hijo es Dios y que Ella, la Madre de Jesús, es también madre de sus discípulos.
Los más pobres la sienten especialmente cercana. Saben que fue pobre como ellos, que sufrió mucho abierta siempre a la voluntad de Dios en su vida, se compadecen con su dolor en la crucifixión y muerte de Jesús y se alegran con ella en la resurrección. Por eso celebran con gozo sus fiestas, participan con gusto en sus procesiones, acuden en peregrinación a sus santuarios, les gusta cantar en su honor y le presentan ofrendas votivas reconociendo su favor y protección. Os invito a participar en las diversas celebraciones de esta semana que la imagen de la Virgen Peregrina pasará entre nosotros, pues el culto a la Virgen es siempre la puerta que más fácilmente nos permite adentrarnos en el misterio de la Trinidad santa, del Dios salvador.
La Virgen ha sido denominada ‘icono de la Trinidad’. De ella irradia continuamente una invitación a la conversión sincera, a la oración constante, al testimonio paciente, a la entrega generosa. Yo me sentiré de modo especial unido a vosotros cuando me dispongo a celebrar mis cincuenta años de ordenación sacerdotal, porque también mi vocación nació, se consolidó y se ha venido desarrollando bajo la protección de la Virgen nuestra Madre.